Эротические рассказы

Charada. Julianna MorrisЧитать онлайн книгу.

Charada - Julianna Morris


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pinché con un tenedor en la mano –Merrie parecía muy satisfecha con su relato–. Creo que le di en una vena.

      –¡Ah! –se estremeció Logan, que no sabía si felicitarla o ir a buscar los papeles de su sociedad médica–. ¿Cómo se lo tomó Lianne?

      –El muy canalla le dijo a mi hermana que todo había sido un malentendido, y que lo sentía mucho –contestó Merrie, recogiéndose el pelo hacia atrás con la mano y arrugando la nariz–. Fingía tan bien, que resultaba repugnante.

      –¿Y ella le creyó?

      –Sí. Además, se lo llevó al hospital para que le pusieran la vacuna contra el Tétanos.

      –Sabia decisión –comentó Kincaid, lacónicamente.

      –El tenedor estaba limpio –protestó Merrie–. Todavía no habíamos empezado a comer…

      Logan se frotó la frente porque le dolía la cabeza: había tenido una semana muy ajetreada y estaba deseando relajarse en casa. Pero, aquello, de momento, parecía tan inalcanzable como un sueño.

      –¿Siempre le cuentas a los desconocidos tus asuntos personales? –preguntó Kincaid, asombrado.

      –No somos desconocidos. Lo seríamos más si continuases siendo tan reservado.

      –No soy tan solitario –protestó Logan.

      –Lo sé todo de ti. Lianne te invitó el día de Nochebuena a cenar a casa, pero tú rechazaste la propuesta, aun no teniendo planes familiares. Estaba preocupada pensando que estarías completamente solo, en una casa tan grande como la tuya. No tenía la intención de seducirte, sino de ser amable contigo.

      –Yo nunca… Es absurdo –balbuceó Logan, sin saber qué decir–. Jamás he pensado de ese modo.

      –Es mejor así –le advirtió Merrie–. Lianne no es tu tipo. Ella piensa tener un montón de hijos y un marido que se ocupe de la familia. No tiene ningún interés en un hombre que esté todo el día fuera de casa, ejerciendo de gurú financiero en Washington.

      La conversación, cada vez era más ridícula. Logan replicó:

      –Hay mucha gente que no quiere tener hijos. Eso no quiere decir que sea la escoria de la sociedad, sino simplemente honesto. ¿Tú querrías estar rodeada constantemente de un puñado de mocosos, que te interrumpieran cada cinco segundos?

      –Me encantan los niños –dijo Merrie, arrugando la nariz–. Bueno, excepto a final de curso, soy profesora de instituto.

      La joven le explicó que, la parte más importante de su actividad como educadora estaba centrada en evitar los embarazos no deseados de las madres adolescentes.

      –Oh, entiendo –farfulló Logan.

      Merrie se peinaba el pelo distraídamente, con la ayuda de sus dedos.

      –Doy clase a chicos y chicas jóvenes, que todavía son bastante ingenuos, pero los dos cursos superiores son terribles. Creo que los adolescentes son una especie aparte. ¿Tú qué opinas?

      –Yo creo que deberías bajar de ese árbol, cuanto antes.

      –¡Pero si llevo intentándolo desde hace una hora!

      –Si tuvieras dos dedos de frente, les habrías dado un poco de dinero a los chicos, para que se compraran una cometa nueva. O simplemente, les habrías echado por las buenas.

      –El dinero no lo es todo en la vida… Ellos mismos habían fabricado la cometa y estaban muy orgullosos de ella.

      –En cualquier caso, ¿por qué no bajas del árbol?

      –Estoy atrapada.

      –¿Atrapada?

      –Sí, no puedo salir de aquí. Me resbalé y mi camiseta se rasgó de arriba a abajo. Casi me caigo y me mato.

      –Pues quítatela.

      –Ni hablar.

      A medida que los jirones de algodón se iban cayendo al suelo, Logan pudo comprobar que Merrie no llevaba sujetador.

      –Más vale que no te muevas… Al fin y al cabo, hay muchos niños por aquí.

      La joven hacía lo imposible para no caer desde esa altura al suelo. Se encontraba ridícula: ninguna mujer moderna e independiente se habría visto atrapada en esa situación.

      –Márchate, por favor –le pidió Merrie a Logan.

      –Estoy en mi casa y tú estás en mi árbol. Creo que necesitas ayuda.

      –Estoy bien, no necesito tu ayuda –mintió la joven, luchando por mantener el tipo.

      –¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte allí hasta que anochezca, deseando que a los niños no se les ocurra volver con linternas? De todas maneras, podrían aprovechar la ocasión para disfrutar de una buena lección de anatomía…

      En esos momentos, Merrie detestaba a Logan Kincaid. Odiaba tener que limpiar su casa impoluta, para hacerle un favor a su hermana. No le gustaba nada la forma que tenía de convertir una bella casa familiar, en un baldío símbolo de status. Y sobre todo, le odiaba a él.

      «Ah, ¿sí?», le dijo la voz de la conciencia…

      Merrie intentaba no hacer caso a su instinto femenino.

      De acuerdo, tenía que admitir que Lianne no le había hecho ningún comentario acerca de lo altivo que era su jefe. Tampoco le había hablado de sus anchas espaldas ni de su voz prodigiosa. Para colmo, se parecía a una mezcla entre Clark Gable y Cary Grant…

      Había muchos hombres que tenían cuerpos atractivos y voces interesantes. Eran hombres agradables, que no tenían nada que ver con Logan. Para él, pasarlo bien significaba, exclusivamente, hacer dinero. Por lo que le había contado su hermana, Merrie se había imaginado que se trataba de un aburrido y ambicioso fabricante de ganancias, con una expresión perpetua de hastío.

      Había sido un error, puesto que para la joven pelirroja, Logan era encantador… , tan atractivo y divertido. En vez de tener un coche serio y formal, Kincaid conducía un pequeño Mercedes descapotable.

      La gente de su ambiente, es decir los profesores y los vaqueros, no solían tener coches caros… Poseían automóviles económicos y prácticos, cuando no llevaban viejas camionetas destartaladas.

      Lianne había querido convencerla de que se comprara un coche más elegante, pero ella no le daba valor a esas cosas.

      –Merrie, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?

      «No, acabo de tener un ataque de furor uterino», pensó la joven, disgustada consigo misma. «Esto es vergonzosamente ridículo».

      Logan podía tener un aspecto en cierto modo neutro, pero, para una persona como ella, era puro veneno. Sin embargo, a Merrie le gustaría tener a su lado, en un futuro, a un marido que disfrutara de la vida en el campo, con los animales y con los niños. Y no le interesaba tener como pareja a un hombre, cuya única aspiración en la vida fuese ganar mucho dinero, para retirarse a los cuarenta años, habiendo amasado una gran fortuna. Además, su hombre ideal no sería tan guapo. Sin duda, estaba siendo víctima de un espejismo.

      –Ya bajo –dijo la joven–. Ten cuidado, Logan… Allá voy.

      Del árbol se desprendieron trozos de corteza. Segundos después, Kincaid subió a la vieja casa instalada en el árbol, con una agilidad inesperada. Como Merrie no se movía, él le preguntó:

      –¿Qué pasa?

      «¿Que qué me pasa? Pues de todo», respondió pensando la joven pelirroja.

      La respiración de Merrie se alteró al notar la presencia del hombre, cara a cara. No sólo era más guapo de cerca, sino mucho más simpático… Tenía cierto aire de cansancio y aburrimiento por la vida que llevaba, pero también grandes dosis de encanto, que le proporcionaban su sonrisa y su mirada.

      Su


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