Amigos del alma. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.
no servirá de nada –dijo Steve.
–Ya lo sé. No… no puedo evitarlo… –balbuceó entre dos sollozos contenidos.
Steve se acercó a Rosie, posó las manos sobre sus brazos y la giró hacia él. La notó reticente a aceptar el consuelo que le estaba ofreciendo; entonces se le cubrieron los ojos de llanto, se tapó la cara con las manos y se apoyó contra él.
Sentir su suave cuerpo entre los brazos le gustó más de lo que jamás había imaginado. Luego, se recordó que Rosie era como una hermana para él y que no tenía derecho a advertir la presión de sus pechos contra su torso. ¿Cuánto tiempo soportaría tenerla entre sus brazos sin hacer nada más?
Lo que fuera necesario, se dijo apretando los dientes. Rosie necesitaba a alguien y el destino lo había convocado para ayudarla.
Pero no pudo evitar deslizar una mano arriba y abajo sobre su espalda y fue incapaz de no apretarle la mejilla contra su pecho. Le pareció natural abrazarla con fuerza para darle seguridad… Suspiró estremecido y la soltó. Ella sólo necesitaba un hombro; era la hermana de su mejor amigo.
–Te perdonarán –le dijo cuando ya sólo quedaban los hipidos del llanto.
–Lo sé.
–Te quieren mucho.
–Y yo a ellos.
–Seguro que les gustaría ayudarte a pasar esto, Rosie.
–Claro que les gustaría. Pero La Mirada siempre estará en sus ojos. Haría cualquier cosa, cualquiera, por ahorrarles este bochorno.
–¿Cualquier cosa?
–Menos matar, lo que sea –respondió Rosie–. Pero no hay ninguna solución. Necesito un marido y los maridos no crecen en los árboles.
–No –convino él–. Al menos no la última vez que miré.
Rosie se apartó un poco, lo miró y esbozó una tímida sonrisa. Una sonrisa que a Steve le supo a gloria, a victoria, como si hubiese ganado una maratón. Y, de pronto, tomó consciencia de sus palabras: Rosie necesitaba un marido.
Así podría mirar a su familia y a sus amigos sin sentir vergüenza. Y él había apartado a Wayne de su lado. Se lo debía. A ella y a su familia. Había una forma de ayudarlos a todos, aunque era muy arriesgado. Podía perder al único amigo que de veras había tenido nunca, y a la familia que lo había acogido.
Pero, ¿no debía ayudar a Rosie? Era la hermana de Nick. Si él estuviera en su lugar, ¿no se comportaría como un caballero? Steve no llevaba tantos años junto a los Marchetti para nada y había aprendido que, si uno tenía un problema, todos lo compartían.
Él no era miembro de la familia; no realmente. Más de una vez había deseado que hubiese algún modo de cambiar eso… y en esos momentos la situación le era favorable.
–Yo podría ser tu marido –dijo por fin.
Rosie subió la cabeza y lo miró con los ojos bien abiertos. Luego, sonrió y se le iluminó la cara. Steve comprendió entonces lo del brillo de las embarazadas. Estaba tan hermosa que se quedó sin respiración por un segundo.
–Muy gracioso, Steve.
–¿El qué?
–Lo de que te conviertas en mi marido –respondió Rosie–. ¿Has estado bebiendo de la botella de vino que ha traído el servicio de habitaciones?
–¿Por qué? –preguntó Steve, con aire ofendido.
–Tú siempre has querido seguir soltero. Como Nick. No puedo imaginarte casándote. No tienes madera de marido.
–¿Ah, no?
–No.
–Por Dios, Rosie. Estoy intentando sacarte de este lío.
–Ya has hecho hoy bastante por mí –contestó ella–. No te esfuerces, Steve. No me hagas más favores.
–Escúchame: necesitas un marido y yo estoy disponible. Estoy ofreciendo mi candidatura…
–No puedo creérmelo. ¿De verdad te estás ofreciendo a casarte conmigo?
–Sí, es una proposición formal –le aseguró Steve–. Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Rosie.
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