Colapsología. Pablo ServigneЧитать онлайн книгу.
han dado la voz de alarma. En Gran Bretaña, un consorcio de grandes empresas llamado ITPOES (The UK Industry Taskforce on Peak Oil and Energy Security) escribió en su informe de febrero de 2010: «Como estamos alcanzando tasas máximas de extracción […], debemos ser capaces de planificar nuestras actividades en un mundo en que los precios del petróleo son susceptibles de ser al mismo tiempo elevados y más inestables, y donde el impacto de los precios del petróleo tendrá el poder de desestabilizar la actividad económica, política y social11».
Según algunos observadores más optimistas, en cambio, las estimaciones que concluyen en un «pico» se basan en cantidades máximas extraíbles demasiado alarmistas. Un grupo de investigadores se interesó por esta controversia y comparó un abanico de escenarios, desde los más optimistas a los más pesimistas. El resultado fue que solo los escenarios considerados pesimistas se corresponden con los datos reales observados en los once últimos años12. De esta manera confirmaba el estudio la entrada en un descenso irreversible de la producción mundial de petróleo convencional.
De acuerdo, pero ¿qué ocurre con los nuevos yacimientos, en concreto, los de los que se conocen como petróleos no convencionales, es decir, los hidrocarburos pesados y/o atrapados a gran profundidad en la arena, el alquitrán y las rocas de la corteza terrestre? ¿Acaso las plataformas sumergidas en las profundidades de las costas brasileñas y árticas, las arenas bituminosas de Canadá y el gas y los petróleos de esquisto no van a sustituir progresivamente al crudo convencional?
No. Y los hechos son irrefutables. En lo que respecta al petróleo y al gas de esquisto, comentemos brevemente que las técnicas de extracción ponen en riesgo el medioambiente y la salud de los habitantes de la zona13, provocan microterremotos14, fugas de metano15 y de sustancias radiactivas16, consumen enormes cantidades de energía17 (entraremos en detalle más adelante), de arena y de agua dulce18 y contaminan las capas freáticas19.
En efecto, las empresas de perforación suelen presentar balances financieros desastrosos. Según un informe de la administración estadounidense de la energía, la tesorería combinada de 127 compañías que explotan petróleo y gas de esquisto tuvo un déficit de 106.000 millones en el año fiscal 2013-201420, déficit que dichas empresas quisieron compensar de inmediato con la apertura de nuevas líneas de crédito. Pero para atraer más inversiones y presentar un resultado positivo a los analistas financieros, ¡se vieron obligadas a vender 73.000 millones de activos! El resultado: deudas disparadas y una capacidad cada vez menor para generar los ingresos necesarios y saldar las deudas21.
Un estudio encargado por el Gobierno británico advierte: «Una mayor dependencia de los recursos que utilizan la fracturación hidráulica agravará la tendencia al alza de las tasas de descenso medias, ya que los pozos no tienen ninguna meseta y disminuyen con extrema rapidez, a veces un 90% o más en los cinco primeros años22». Otros estiman un 60% de descenso de la producción solo en el primer año23. De forma que, para evitar la quiebra, las compañías deben perforar cada vez más pozos y contraer cada vez más deudas, para compensar el descenso de los pozos ya explotados y al mismo tiempo seguir aumentando su producción, que les permitirá reembolsar sus crecientes deudas. Una carrera a contrarreloj cuyo resultado ya conocemos…
Esta es la pequeña burbuja que muchas personas no han visto (o no han querido ver) al proclamar a los cuatro vientos que las energías fósiles no convencionales permitirían a Estados Unidos recuperar una cierta independencia energética24. Con la intención de inflar artificialmente el crecimiento y la competitividad de Estados Unidos, el banco central estadounidense (la FED) dio permiso a las compañías petroleras para pedir préstamos con un interés extremadamente bajo, con lo que fabricó una bomba de relojería: la más mínima subida de las tasas de interés dejaría a las compañías más frágiles al borde de la quiebra. El problema es prácticamente el mismo en el caso del gas de esquisto25. Según la administración Obama, dicha estructura apenas se mantendrá unos años tras haber alcanzado su barrera en 201626.
Las estimaciones —muy optimistas— de la Agencia Internacional de la Energía indican que las arenas bituminosas de Canadá o Venezuela llenarán 5 millones de barriles diarios en 2030, lo que supone menos del 6% de la producción total de combustible en la fecha actual (en proyección)27. Es imposible, pues, en el mejor de los casos, compensar el descenso del petróleo convencional de esta manera.
¿Y el Ártico? Los riesgos para el medioambiente28 y los inversores29 son muy importantes. Algunos de los principales se retiraron de la carrera incluso cuando el precio del barril estaba alto, como Shell, que suspendió las exploraciones en 201330, o Total, que hizo lo mismo y además alertó a todos los actores del sector sobre los riesgos potenciales31.
Los biocarburantes no resultan mucho más «tranquilizadores». Se prevé que su contribución se limite al 5% de la oferta de combustibles en los próximos diez a quince años32, sin tener en cuenta que algunos amenazan seriamente la seguridad alimentaria de numerosos países33.
Imaginar que la electrificación del sistema de transportes podrá sustituir al petróleo no es nada realista. Las redes eléctricas, las baterías y las piezas de recambio se fabrican a partir de metales y materiales que son escasos (y se agotan), y todo el sistema eléctrico consume energías fósiles: son necesarias para el transporte de piezas de recambio, de los trabajadores y de los materiales, para la construcción y el mantenimiento de las centrales y para la extracción de minerales. Sin petróleo, el sistema eléctrico actual, incluido el sector nuclear, colapsaría.
De hecho, también es inimaginable sustituir el petróleo por los otros combustibles que conocemos. Por un lado, porque ni el gas natural, ni el carbón, ni la madera, ni el uranio, poseen las cualidades excepcionales del petróleo, fácil de transportar y con una gran densidad de energía. Por otro lado, porque estos tipos de energía se agotarían en muy poco tiempo, ya que se acerca la fecha de su pico34 y la mayoría de las máquinas y las infraestructuras necesarias para su explotación funcionan con petróleo. El descenso del petróleo supondrá, por tanto, el de todas las demás energías. Por eso es tan peligroso subestimar la envergadura de la tarea que hay que realizar para compensar el descenso del petróleo convencional.
Pero eso no es todo. Los principales minerales y metales llevan el mismo camino que la energía, el del pico35. Un estudio reciente evaluó la disponibilidad de 88 recursos no renovables y la probabilidad de que se encuentren en situación de escasez permanente antes de 203036. Entre aquellos con probabilidad elevada encontramos la plata, indispensable para la fabricación de aerogeneradores; el indio, imprescindible para algunas células fotovoltaicas; o el litio, con el que se hacen las baterías. Y el estudio llega a la conclusión de que «estos problemas de escasez tendrán un impacto devastador en nuestro modo de vida». En esta misma línea, en los últimos meses han surgido estimaciones del pico del fósforo37 (abono esencial de la agricultura industrial), de las explotaciones pesqueras38, e incluso del agua potable39. Y la lista podría alargarse fácilmente. Como explica el especialista en recursos minerales Philippe Bihouix en L’Âge des low tech [La era de las bajas tecnologías], «podríamos permitirnos tensiones en uno u otro tipo de recursos, energía o metales. Pero el desafío ahora es que debemos hacer frente a ambos al mismo tiempo: [no tenemos] la energía necesaria para los metales menos concentrados y [tampoco] los metales necesarios para una energía menos accesible40». Nos acercamos rápidamente a lo que Richard Heinberg denomina el «pico de todo» (peak everything41). Recordemos la impactante curva exponencial: cuando las consecuencias ya son visibles, es solo una cuestión de años, si no de meses.
En resumen, podemos esperar un descenso inminente de la disponibilidad de energías fósiles y de los materiales que alimentan la civilización industrial. De momento, ninguna alternativa parece estar a la altura de la caída que se avecina. El hecho de que la producción se estanque a pesar de los esfuerzos cada vez mayores de las compañías petroleras, con tecnologías más y más avanzadas, es una señal muy clara. Desde el año 2000, las inversiones consentidas por la industria