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E-Pack HQN Victoria Dahl 1. Victoria DahlЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Victoria Dahl 1 - Victoria Dahl


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la estaba mirando con una sonrisa despreciativa.

      Así que todo había terminado. Sin embargo, de camino a casa sintió una pequeña chispa de triunfo entre toda su tristeza. Su aventura con Ben había terminado, pero había sido ella quien la había sentenciado, y no Cameron.

      Por desgracia, aquello era un gran avance.

      Capítulo 13

      Demonio del sexo profesional que quería destruir su reputación, terminar con su cordura y pisotear su corazón. Sí, eso parecía correcto. Por fin, Ben había resuelto la Cuestión Molly Jennings.

      El sonido del motor que arrancaba junto a la oficina de su despacho terminó de ponerle los nervios de punta. Le resultaba irritante en extremo porque era el ronroneo suave del motor de un coche deportivo muy caro. El sargento Cameron Kasten tenía un gusto impecable para los coches, aunque no para las mujeres.

      Ben se levantó de su silla y recorrió el pasillo, preguntando malhumoradamente:

      —¿Alguien necesita alguna otra cosa de mí?

      Hubo un coro de respuestas negativas. Parecía que, de repente, todos sus subordinados tenían una necesidad imperiosa de organizar el trabajo administrativo que tenían sobre el escritorio.

      Cuando llegó a la puerta, se detuvo, se giró y miró de manera fulminante hacia la pared más lejana.

      —Si algo de esto aparece en el Tribune, sabré que ha sido uno de ustedes. Y no me va a gustar lo más mínimo.

      —Sí, señor —respondieron Brenda y el resto de los hombres.

      Ben asintió e hizo ademán de salir, pero Brenda corrió hacia él y lo detuvo.

      —¿Está bien, Jefe?

      —Sí, estoy bien.

      —Lo siento. Siento mucho lo que le ha hecho esa mujer. ¿No quiere que le traiga un plato de lasaña esta noche? Se sentirá mejor con un poco de comida casera en el estómago.

      —No es necesario, Brenda. De veras.

      —Supe que esa chica nos traería problemas en cuanto apareció en el pueblo. Ella…

      —Bueno, bueno —dijo Ben, agitando la cabeza—. Te agradezco tu amistad, Brenda, como siempre. Pero necesito que le concedas a Molly el beneficio de la duda, ¿eh? ¿Lo harás por mí?

      Ella apretó los labios y le tomó una de las manos entre las suyas.

      —Por supuesto. Tiene razón. ¿Está seguro de lo de la lasaña?

      Ben le aseguró que sí y consiguió dominar su ira hasta que estuvo sentado tras el volante. Entonces le rechinaron los dientes. Apretó el volante con fuerza y soltó todas las maldiciones que conocía. Estuvo diciendo palabrotas durante todo el trayecto, y fue calmándose un poco hasta que, cuando llegó a casa de Molly, por lo menos notaba de nuevo los extremos de los dedos.

      Ella abrió la puerta antes de que él terminara de golpear con el puño cerrado, y se quedó asombrada cuando él pasó por delante de ella y cerró. Ben fue a zancadas hasta la cocina, sacó una silla de debajo de la mesa y se puso a caminar sin sentarse. Miró la puerta trasera para asegurarse de que estaba cerrada, y finalmente, se volvió hacia ella.

      —No puedo creer que salieras con ese tipo.

      Molly se puso en jarras. Su expresión de ira desapareció.

      —¿Eh?

      —Es un completo imbécil, Molly. ¿En qué demonios estabas pensando?

      Ella pestañeó.

      —¿Cómo?

      Ben alzó las manos con exasperación y miró a su alrededor por la cocina.

      —¿Es que te has tomado una copa al llegar a casa?

      —Yo… Yo… ¿Has hablado con él?

      —Sí, he estado media hora hablando con él. Treinta minutos de mi vida que no volveré a recuperar.

      —Pero… ¿me estás diciendo que no te ha caído bien?

      Él puso cara de disgusto.

      —Por el amor de Dios, ¿es que querías que nos hiciéramos amigos, o algo así?

      Ella se tapó la boca con ambas manos para amortiguar un gritito.

      —Molly, yo…

      Ben no estaba muy seguro de lo que iba a decir, pero fuera lo que fuera, se quedó sin palabras cuando ella se arrojó a sus brazos. Tuvo que poner un pie atrás para poder conservar el equilibrio, y entonces, ella lo abrazó con las piernas, y él no tuvo más remedio que sujetarla por el trasero. Y entonces, Molly le estaba besando la boca, la mandíbula y el cuello, cosa que lo distrajo mucho.

      —Oh, Ben… —le susurró Molly al oído—. Sé que debes de odiarme, pero no me importa. Eres mi héroe —dijo. Le lamió el pulso del cuello, y se lo aceleró.

      —Eh… ¿Qué…? —preguntó él. Sin embargo, ella había metido las manos por debajo de su camisa y le estaba acariciando la espalda desnuda, clavándole las uñas y…—. Espera.

      —Eres increíble. Un milagro. Debería haberme dado cuenta…

      —Molly —dijo él, carraspeando—. Molly, ¿por qué ha venido el sargento hasta aquí?

      Ella le mordió el hombro y lo estrechó entre sus piernas.

      —A destrozarme la vida.

      —¿Cómo?

      Ben la soltó de repente, pero ella se sujetó con las piernas, y sus caderas descendieron hasta quedar justo a la altura de la entrepierna de él.

      —¡Ah! Un segundo. Esta vez no vas a distraerme.

      —No te preocupes. Esto solo nos llevará un minuto.

      Él la tomó por la cintura y la bajó al suelo.

      —¿Podrías dejar de hacer bromas un instante, y ponerte seria?

      Aquello le bajó el ánimo a Molly. Bajó las piernas al suelo, se cruzó de brazos y lo miró fulminantemente, olvidando todo eso de la adoración y del héroe.

      —Dime exactamente qué quieres decir con eso de que Cameron te está destrozando la vida.

      Ella se encogió de hombros, como si fuera una adolescente rebelde.

      —Me ha estado acosando.

      —¿Cómo? ¿Que te ha estado acosando? No, eso no puede ser, porque tú me habrías hablado de él cuando alguien comenzó a entrar en tu casa.

      —No fue él.

      Ben tuvo ganas de estrangularla. Tomó aire y lo exhaló lentamente en un intento de calmarse.

      —Por favor. Por favor, dime algo que tenga sentido. Te lo pido por favor.

      —¡No fue él! Nunca hizo nada parecido en Denver, y además, el motivo por el que yo le he llamado un par de veces es que quería saber dónde estaba. No pudo ser él. La mañana en que entraron en casa, él estaba en su escritorio, en Denver.

      —Demonios, ¿estás segura? Entonces, ¿a qué te refieres con que te ha acosado? Sabía que tenía que haber arrestado a ese desgraciado solo por ser tan hortera.

      —¿Cameron te parece hortera? —preguntó ella, y se echó a reír—. Dios, Ben, creo que te quiero.

      El aire escapó de los pulmones de Ben a la misma velocidad que su piel palidecía.

      —Quiero decir… ya sabes —balbuceó ella—. No me refería a querer querer. Yo solo quería decir…

      Ben asintió. Parecía que quería salir de aquel atolladero tanto como ella.

      —Te


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