Luna azul. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
poco menos de treinta años. Todos parecían cansados. Trabajo duro, hasta tarde, pizza y café. Como volver a hacer la carrera de Derecho.
El moreno dijo:
—¿En qué podemos ayudarle?
—¿Tú cuál eres? —dijo Reacher—. ¿Julian, Gino o Isaac?
—Gino.
—Encantado de conocerte, Gino —dijo Reacher—. ¿Existe la posibilidad de que conozcáis a una pareja de personas mayores de apellido Shevick?
—¿Por qué?
—Acabo de pasar un rato con ellos. Me contaron acerca de sus problemas. Me dijeron que tenían tres abogados de un proyecto pro bono. Querría saber si sois vosotros. De hecho asumo que sí. Me pregunto cuántos proyectos pro bono puede financiar una ciudad como esta.
—Si son nuestros clientes —dijo el rubio—, entonces obviamente no podemos discutir su caso.
—¿Tú cuál eres?
—Julian.
El que no era ni moreno ni rubio dijo:
—Y yo soy Isaac.
—Yo soy Reacher. Encantado de conoceros. ¿Los Shevick son vuestros clientes?
—Sí —dijo Gino—. Por lo que no podemos hablar de ellos.
—Haced como si fuera un ejemplo hipotético. En un caso como el de ellos, ¿podría llegar a suceder que uno de los dos fondos de responsabilidad objetiva pague dentro de los próximos siete días?
—De verdad que no deberíamos hablar del tema —dijo Isaac.
—Solo de manera teórica —dijo Reacher—. Como una representación abstracta.
—Es complicado —dijo Julian.
—¿Qué es lo que lo complica?
—Me refiero a que teóricamente un caso como ese comenzaría de manera simple, pero después se complicaría mucho si miembros de la familia intervinieran para actuar como garantes. Un movimiento en esa dirección bajaría de categoría la urgencia. Literalmente. La urgencia pasaría a tener una categoría menor. Los fondos de responsabilidad objetiva se ocupan de decenas de miles de casos. Quizás cientos de miles. Si están seguros de que un paciente está recibiendo los cuidados igualmente, le asignan un código distinto. Como de una categoría más baja. No exactamente el último lugar, sino algo así como en un segundo plano. Mientras que los asuntos más urgentes se tratan primero.
—Por lo que los Shevick cometieron un error al firmar el papel.
—No podemos hablar de los Shevick —dijo Gino—. Hay cuestiones de confidencialidad.
—Teóricamente —dijo Reacher—. Hipotéticamente. ¿Sería un error para padres hipotéticos firmar el papel?
—Por supuesto que sí —dijo Isaac—. Piénsalo desde el punto de vista de un burócrata. El paciente está recibiendo su tratamiento. Al burócrata no le interesa cómo. Lo único que sabe es que para él no hay una responsabilidad civil negativa. Por lo que se puede tomar su tiempo. Los padres hipotéticos se tendrían que haber mantenido firmes y haber dicho que no. Se deberían haber negado a firmar.
—Imagino que no se pudieron obligar a hacer eso.
—Estoy de acuerdo, habría sido duro, dadas las circunstancias. Pero habría funcionado. El burócrata se habría visto obligado a sacar el talón de cheques. En ese preciso momento y lugar. No habría tenido otra opción.
—Es una cuestión de educación —dijo Gino—. La gente tiene que conocer sus derechos antes de tiempo. No es algo que se pueda improvisar. Es tu hijo, acostado en una camilla. Demasiadas emociones.
—¿Va a pasar algo en los próximos siete días? —preguntó Reacher.
Ninguno respondió.
Lo cual a Reacher le pareció de por sí una respuesta.
Finalmente Julian dijo:
—El problema es que ahora tienen tiempo para discutirlo. El fondo del gobierno es dinero de los contribuyentes. La legislación no es muy popular. Por lo tanto el gobierno querrá que pague el fondo del seguro. El fondo del seguro es dinero de accionistas. Las bonificaciones dependen de su rendimiento. Por lo tanto el fondo del seguro va a hacer que vuelva al gobierno, una y otra vez, todo el tiempo que necesite.
—¿Para que pase qué?
—Para que el paciente muera —dijo Isaac—. Ese es el gran premio para el fondo del seguro. Porque a partir de ahí estamos en una discusión totalmente distinta. La relación contractual sustituta era entre el fondo de responsabilidad objetiva y la persona fallecida. ¿Qué hay que reintegrar allí? La persona fallecida no gastó ningún dinero. Su cuidado se financió gracias a la generosidad de sus familiares. Algo que sucede todo el tiempo. Donaciones médicas entre miembros de la familia son tan comunes que el fisco las clasifica bajo una categoría aparte. Pero no es como comprar acciones de una empresa. Uno no se beneficia con una eventual subida. Hay una pista en la denominación. Es una donación. Es un regalo, libremente otorgado. No se reintegra. Es una cuestión de principio legal. Los precedentes no son claros. Podría llegar hasta el Tribunal Supremo.
—¿De modo que nada para los próximos siete días?
—Nos alegraríamos si pasara algo en los próximos siete años.
—Están muy comprometidos con usureros.
—Al burócrata no le importa el cómo.
—¿A vosotros os importa?
—Nuestros clientes no nos van a dejar acercarnos para nada a sus asuntos financieros —dijo Julian.
Reacher asintió.
Dijo:
—No quieren que vosotros les queméis las naves.
—Exactamente esas fueron sus palabras —dijo Gino—. Dicen que atacar a los usureros les dejaría sin ningún tipo de acceso a dinero en el futuro, en caso de que lo necesiten, algo que la experiencia les dice que probablemente así sea.
—¿Tenéis algún otro tipo de solución legal por algún lado? —preguntó Reacher.
—Hipotéticamente —dijo Julian—. La estrategia obvia sería hacer una demanda civil contra el empleador deudor. No habría manera de que falle. Pero obviamente nunca se adopta en un caso como este, porque la misma causa ya va a haber expuesto al demandado como estafador, dejándolo así en bancarrota, dejando así al demandante exitoso sin bienes de ningún tipo de los cuales poder cobrarse.
—¿No hay ninguna otra cosa que podáis hacer?
—Presentamos a la corte una demanda a su favor —dijo Gino—. Pero dejaron de leer donde dice que ella está recibiendo tratamiento igualmente.
—Vale —dijo Reacher—. Crucemos los dedos. Alguien me acaba de decir que una semana es mucho tiempo. Gracias por vuestra ayuda. Se agradece enormemente.
Se retiró y empujó la puerta y salió a la calle. Se detuvo en la esquina para ajustar su dirección. Una a la derecha y una a la izquierda, pensó. Con eso debería estar bien.
Escuchó que la puerta se volvía a abrir detrás de él. Escuchó pasos en la acera. Se dio la vuelta y vio que Isaac andaba hacia donde él estaba. El que no era ni moreno ni rubio. Medía un metro setenta y cinco, quizás, y era macizo como una foca elefante. Llevaba los pantalones remangados.
—Soy Isaac, ¿te acuerdas? —dijo.
—Isaac Mehay-Byford —dijo Reacher—. Juris Doctor por la Facultad de Derecho de Stanford. Una universidad difícil. Felicitaciones. Pero deduzco que originalmente eres de la otra costa.
—Boston —dijo—. Mi padre era policía allí. Me recuerdas a él, un poco. Él también notaba cosas.
—Ahora