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Demasiado sexy. Victoria DahlЧитать онлайн книгу.

Demasiado sexy - Victoria Dahl


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      Capítulo 3

      Walker no había encontrado sitio en el hostal. Todas las literas del Rancho y Hostal El Trineo Azul estaban ocupadas para el invierno. No le sorprendía. La mayoría de los vaqueros que trabajaban allí en verano se quedaban y, durante el invierno, no había tanto trabajo. Pero, al menos, le habían invitado a que volviera a ir allí en primavera, significara lo que significara.

      Salió de la camioneta con una imprecación. El sol se había puesto hacía dos horas y hacía muchísimo frío. Estaba agotado, estresado por haber tenido que ir esquivando alces en plena migración por la carretera y por haber estado intentando descifrar la expresión de la cara de la directora del rancho. Le había parecido sincera. No lo había mirado con desdén, ni había flirteado con él, ni le había mencionado ninguno de los rumores que hubiera podido oír. Seguramente, era un poco paranoico por pensar que los demás pensaban que no era de fiar.

      Por lo menos, aquella noche estaba demasiado cansado como para no poder conciliar el sueño de la preocupación. Le pesaban las piernas al subir los escalones de la Granja de Sementales. Se llevó una sorpresa cuando alguien abrió la puerta antes de que él pudiera hacerlo.

      –¡Hola, Walker! –exclamó Merry Kade, mientras salía a la calle.

      Automáticamente, él se levantó el sombrero y le sujetó la puerta.

      –¡Tu amiga es muy simpática!

      –¿Qué amiga?

      Ella le dio un empujón en la pierna con la cadera al pasar.

      –Charlie, bobo. Es graciosísima. Vas a venir, ¿no?

      Él miró hacia el bar. No sentía ni la más mínima tentación.

      –No. Estoy agotado. Ya iré en otra ocasión.

      Merry se dio la vuelta en el último escalón.

      –¡Pero, Walker, tienes que venir! Solo un ratito. Charlie dijo que lo consideraba su fiesta de bienvenida. Mira, me ha obligado a que me pusiera tacones –dijo Merry, alzando el pie del suelo para que él viera su bota.

      –Pero yo me he dejado los únicos tacones que tenía en el rancho –replicó él, guiñándole un ojo.

      Merry se echó a reír, pero no cedió.

      –Incluso Rayleen se lo está pasando bien.

      Eso le dio algo en lo que pensar. Y, entonces, Merry utilizó el argumento más difícil de ignorar para él:

      –Vamos, Walker. Yo casi no puedo andar con estas cosas. Sé caballeroso y ofréceme tu brazo para ir al bar.

      Vaya, no podía decirle que no, y ella lo sabía. Merry sonrió, y él se rindió con un suspiro.

      –De acuerdo, te acompaño al bar, pero después me voy.

      –Ya veremos.

      Ella se agarró de su brazo, aunque él sospechaba que no necesitaba ninguna ayuda. Aunque, en realidad, no la había visto a menudo con tacones. Merry solía ir con pantalones vaqueros y zapatillas deportivas.

      –¿Dónde está Shane? Me gusta verlo cuando se pone todo celoso por ti.

      Ella sonrió.

      –A mí también. Pero no creo que haya llegado a casa todavía.

      –Ah, qué lástima. Iba a bailar contigo por todo el bar un ratito, solo para fastidiarlo.

      –Yo no bailo cuando llevo tacones. Me voy a sentar en un taburete de la barra y a estar muy guapa.

      –Entonces, lo mismo que sin tacones, ¿no?

      Ella le dio un codazo y soltó un resoplido.

      –Eres un ganso.

      Eso era lo que le encantaba de Merry. Nadie le llamaba nunca «ganso». Y seguro que nadie se lo llamaba tampoco a Shane Harcourt, pero él había oído a Merry decírselo. No era de extrañar que Shane estuviera tan enamorado. Merry era muy dulce y lista. Por desgracia, aquel tipo de mujer nunca iba por él. O, al menos, no para mantener una relación seria.

      Acompañó a Merry hasta las escaleras del bar y, al llegar a la puerta, vaciló. Por lo general, le gustaba salir por la noche, pero últimamente no estaba de humor.

      Merry tiró de él hacia delante.

      –Acompáñame al bar.

      –Por si acaso piensas que no sé que me la estás jugando, sé que me la estás jugando –dijo Walker, pero abrió la puerta y le hizo una seña para que entrara.

      La música country sonaba por todo el local y, al instante, su corazón empezó a latir a aquel ritmo. Tal vez no estuviera tan mal quedarse unos minutos, para ser amable. Merry lo llevó hasta la barra a buen paso. Ya había dejado de fingir que necesitaba ayuda, pero él no pudo reprochárselo, porque vio que lo estaba llevando directamente hacia una chica muy guapa con unos pantalones vaqueros ajustados.

      –¡Mirad a quién me he encontrado! –gritó Merry, y varias personas se volvieron hacia ellos.

      Sin embargo, él estaba concentrado en observar la melena castaña y larga de Charlie, que se volvió y le sonrió. Él pestañeó, porque volvió a sorprenderse de verla como a una adulta, con aquel trasero tan deslumbrante. Bajó la mirada y admiró sus piernas largas y los zapatos rojos de tacón de aguja que llevaba. Demonios.

      –Hola, Walker –le dijo ella, cuando se acercó–. ¿Ya estás preparado para el pago que te prometí? –le susurró, por encima de su oído.

      Él se alejó rápidamente.

      –Te refieres a una cerveza, ¿no?

      –Pues claro, a no ser que prefieras un Martini con granada.

      Él miró a Jenny y señaló la copa que se estaba tomando Charlie.

      –Una de estas –le dijo a Jenny, en voz alta.

      Jenny puso los ojos en blanco, pero tomó la coctelera.

      Charlie miró su sombrero y bajó la vista hasta sus botas, pero se quedó callada hasta que él tomó la copa que Jenny había dejado en la barra.

      –Gracias –le dijo Walker, y dio un sorbito–. Perfecto.

      –Estás adorable –le dijo ella–. Un vaquero hecho y derecho bebiendo un cóctel de chica.

      –¿Ah, sí? –preguntó él, y se inclinó un poco hacia ella, a causa del hábito de ligar.

      –Sí. Esos dedos ásperos curvados alrededor de una copa tan delicada… Resulta prometedor.

      A él le subió unos cuantos grados la temperatura de la sangre. Así que a Charlie le gustaba ver sus dedos puestos en algo delicado, ¿eh? Ella también se había acercado un poco, y él podía percibir el olor de su pelo. Y le veía el escote por la abertura de la camisa roja; las curvas de sus pechos terminaban en el borde de un sujetador de encaje negro.

      –Tú también eres muy prometedora, Charlie.

      Al pronunciar su nombre, su sangre volvió a la normalidad. Walker pestañeó y se echó un poco hacia atrás, recordándose que aquella era su amiga del instituto, Charlie. Sin embargo, ella hizo chocar su copa contra la de él en un brindis, y sonrió.

      –Gracias –murmuró.

      Un segundo después, se giró hacia el hombre que acababa de aparecer a su lado.

      –¡Eh, Nate! –exclamó, y abrazó a su primo.

      Él aprovechó la oportunidad para admirarla desde un ángulo nuevo. La larga línea de su costado se convertía en una curva antes de llegar a su trasero perfecto y, después, a sus piernas. Él no se había fijado nunca en sus piernas durante el instituto. ¿Cómo era posible? Siempre había sido una de las chicas


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