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Destinados a amarse. Annette BroadrickЧитать онлайн книгу.

Destinados a amarse - Annette Broadrick


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años, ¿por qué?

      –Por nada en especial. ¿Y antes de eso, qué hacías?

      –Formarme. Pasé algún tiempo trabajando al otro lado del Atlántico con una ONG antes de regresar a Estados Unidos y presentarme al puesto que ocupo ahora.

      Entraron en el ascensor.

      –¿A qué planta vas? –le preguntó ella.

      –A la novena. Tengo que sacar mi maleta de tu habitación.

      –Por cierto, ¿qué sucedió con tu cita de anoche? ¿Sabe ella dónde has pasado la noche?

      Él la miró sin sonreír.

      –Luego hablaré con Melanie, no te preocupes por mí.

      Ella desvió la mirada sin decir nada. Las puertas del ascensor se abrieron en la novena planta y los dos se encontraron de frente con Melanie Montez.

      Sam Carruthers observaba desayunar a Katie Henley mientras se sentía como un tonto ilusionado. Él nunca había tenido mucho tiempo para mujeres. A sus cuarenta y dos años, había decidido hacía tiempo que, a su pesar, siempre sería soltero. Lo último que esperaba era que, estando de misión en Texas, se volvería un sensiblero a causa de una sonrisa arrebatadora y unos ojos color miel de lo más expresivos.

      Apenas se dio cuenta de que Pam y Clay se marchaban de la cafetería porque Katie reclamaba toda su atención. Ella pidió el desayuno a la camarera y lo miró tímidamente.

      –Gracias por dejarme sentarme con ustedes. ¿Está seguro de que no lo entretengo?

      –En absoluto –respondió él con una sonrisa–. Dígame, ¿vive usted en Dallas?

      –No, en Austin. De hecho, regresaré a casa en cuanto desayune.

      Una alarma interior hizo a Sam mirar las manos de ella… y advertir que no llevaba anillo de casada.

      –Supongo que una mujer como usted está casada –murmuró él, sintiéndose muy torpe.

      La sonrisa de ella se desvaneció y sus ojos perdieron su brillo.

      –Lo estuve, Sam. Llevo seis meses divorciada.

      El alivio que sintió Sam lo hizo alarmarse aún más. ¿Qué demonios le sucedía?, se preguntó. Acababa de conocer a aquella mujer y ya estaba siendo posesivo con ella. Se le hizo un nudo en el estómago, casi como cuando iba a saltar en paracaídas. Y eso no era una buena señal.

      –Tengo dos hijas de cinco años que me ayudan a centrarme en la vida y a la vez me vuelven loca –continuó ella con una sonrisa–. ¿Usted tiene hijos?

      –No, señorita. Nunca me he casado.

      Ella ladeó la cabeza y lo miró atentamente.

      –¿De veras? ¿Y no echa de menos tener una familia?

      –Ya tengo una familia… Yo era el mayor de varios hermanos. Era duro sobrevivir en la granja. Yo hacía todo lo que podía para asegurarme de que teníamos suficiente para comer. Supongo que ninguna mujer querría vivir así si pudiera evitarlo.

      Katie fijó la vista en sus manos.

      –Supongo que no tiene muy buena opinión de la gente como yo, que nunca hemos tenido que atravesar situaciones como ésa.

      Él sonrió. Lo divertía la actitud de ella.

      –En absoluto. No le deseo ese tipo de vida a nadie.

      Sam sabía que debía marcharse, pero necesitaba obtener una señal de que ella quería volver a verlo. Y como no sabía cómo lograrlo, continuó allí sentado mirándola. La camarera llevó el desayuno y Sam le preguntó sobre su vida mientras comía, quería conocerla mejor.

      Antes de que se diera cuenta, él también estaba contándole cosas sobre su vida. Ella parecía sinceramente interesada, así que él le contó lo que era ser el mayor de seis hermanos, perder a su padre a los nueve años y hacer todo lo posible para cuidar de su familia.

      Lo que no le dijo fue que la principal razón por la que se había alistado en el ejército había sido para mandar dinero a su casa.

      Cuando Katie miró su reloj y le dijo la hora que era, Sam se sorprendió de lo rápido que había pasado el tiempo.

      –Tengo que marcharme –comentó ella con cierta tristeza, según le pareció a Sam–. Gracias por acompañarme.

      –Permítame que la invite –dijo él agarrando el ticket.

      –No tiene por qué hacerlo –dijo ella ruborizándose.

      –Quiero hacerlo, Katie. Me gustaría verla de nuevo.

      –¿Tiene pensado pasar por Austin?

      –De hecho, Clay me ha invitado a pasar un tiempo en los apartamentos que su familia tiene allí.

      Ella sonrió claramente encantada y Sam se puso nervioso.

      –En ese caso, tenga mi número de teléfono –dijo ella tendiéndole una tarjeta–. Llámeme y cenaremos una noche.

      Él se la guardó cuidadosamente en un bolsillo, se puso en pie a la vez que ella y le estrechó la mano, haciéndola ruborizarse de nuevo. Para él fue como una descarga eléctrica. No quería despedirse de ella pero debían separarse. La vio salir de la cafetería mientras él se dirigía a pagar los desayunos.

      Melanie miró a Pam y Clay salir del ascensor. La sonrisa se desvaneció en su rostro al ver que él no estaba solo.

      –Creo que ya entiendo esas supuestas reuniones que no podías perderte, Clay. Lo que no entiendo es por qué te has molestado en invitarme.

      –Melanie, tenemos que hablar –comenzó él.

      –Sí, eso es lo que has dicho antes. ¿Dónde has pasado la noche, eh?

      Clay sabía que parecía culpable, porque era así como se sentía. Necesitaba decir algo que explicara lo que había sucedido y que no empeorara las cosas.

      Melanie entró en el ascensor.

      –No te preocupes, puedo suponerlo sin mucho esfuerzo.

      –¡No! Espera un minuto. Por favor, tenemos que conseguir encontrar un hueco para…

      Melanie lo ignoró y miró a Pam.

      –¿Estuvo contigo anoche?

      Clay gimió sin poder evitarlo. Oyó que Pam respondía afirmativamente.

      –Me confundí con el número de la habitación –se apresuró a aclarar él–. No sé cómo ocurrió y lo siento de veras.

      –Qué pena… Pero eso me da igual –dijo Melanie y pulsó el botón de bajada.

      Las puertas se le cerraron a Clay en las narices. Él se giró hacia Pam.

      –Podías haberme ayudado explicándole la situación –le reprochó él.

      –Como no sé por qué estabas en mi habitación, me temo que no puedo inventarme ninguna excusa para ti. Tengo que admitir que lo de confundir los números de la habitación es una historia muy original. Pero ¿que posibilidades hay de que sea real, Clay? –dijo ella–. Creo que harías cualquier cosa para humillarme. No sabía que, después de todos estos años, sigues teniéndome rencor. Esta misión va a ser muy delicada.

      Ella se giró y se encaminó hacia su habitación. Clay dio un paso hacia ella pero se detuvo. Tenía que encontrar a Melanie y explicarle lo sucedido. Llamó al ascensor y bajó al vestíbulo. Suspiró aliviado cuando vio a Melanie esperando en Recepción para pagar el hotel. Se acercó a ella.

      –Melanie, por favor, no te vayas así –le dijo en voz baja.

      Ella se giró hacia él y lo fulminó con la mirada.

      –No sé a qué estás jugando,


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