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Destinados a amarse. Annette BroadrickЧитать онлайн книгу.

Destinados a amarse - Annette Broadrick


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      Capítulo Dos

      Cuando Clay regresó al salón de baile, vio que Pam se había marchado de la mesa de su familia y se sintió mucho más tranquilo. Sus hermanas lo recibieron alegremente y el tiempo pasó volando mientras se ponían al día de sus vidas.

      –Carina, voy a robarte a tu marido y a tu hijo durante un momento –dijo Cole acercándose a su mesa.

      Cody y Clay lo siguieron.

      –Siento que la reunión sea a estas horas –se disculpó Cole–, pero el hombre que va a dirigir el grupo acaba de llegar y estaba deseoso de hablar con nosotros unos minutos. Y como vosotros aún estabais aquí, me ha parecido que podíamos celebrar la reunión.

      Llegaron a una habitación y Cole la abrió. Al fondo había dos hombres hablando. Clay reconoció inmediatamente a su tío, Cameron Callaway, que era el segundo al mando del emporio Callaway. Fue el otro hombre el que lo hizo detenerse en seco.

      Cole entró y se dirigió a la mesa de reuniones.

      –Sentaos y dejad que os presente al teniente coronel Sam Carruthers, que está aquí para explicar la razón de esta reunión –dijo y sonrió a Clay, divertido por su expresión de sorpresa–, y también para explicar por qué estás aquí, Clay. Sam, éstos son mis hermanos, Cameron y Cody. Y creo que ya conoces a Clay.

      Aunque ninguno de los dos vestía de uniforme, Clay tuvo que esforzarse para no saludar a un oficial superior. ¿Qué demonios estaba haciendo allí ese hombre?

      Carruthers los miró uno a uno.

      –Antes que nada, quiero disculparme por haber llegado tan tarde –comenzó el militar–. Vengo de una reunión con el subdirector de la CIA, el subdirector de la Agencia de Seguridad Nacional y el general Allred, jefe del Departamento de Inteligencia del ejército. Todos estamos muy preocupados por los problemas que han ocurrido recientemente en varias de sus instalaciones.

      Se detuvo un momento y examinó a los presentes.

      –Durante los últimos cinco años, una de sus empresas ha estado trabajando en un combustible secreto para el ejército. Por eso nos preocupan los ataques que han sufrido sus instalaciones. Me han designado jefe de la investigación –comentó el coronel y miró a Clay–. Mientras examinaba una lista de posibles hombres a los que escoger para mi equipo, me encontré con su nombre. Lo recordaba de la instrucción en Fort Benning.

      Clay nunca olvidaría los entrenamientos en Georgia ni el hecho de que el coronel Carruthers era el instructor más duro de todos.

      –Era fácil hacerlo formar parte del grupo y disponerlo todo para enviarlo a su casa –continuó Carruthers–. Supuse que usted querría estar en esta misión, dado que afecta a su familia. ¿Estoy en lo cierto, capitán?

      –¡Sí, señor! –respondió Clay.

      Carruthers sonrió levemente.

      –Me lo figuraba. Claro que eso nos deja con el dilema de por qué ha regresado a casa. No queremos que nadie sepa que está en una misión.

      –Estoy de permiso, señor. Como me debían uno, me han dicho que o lo usaba ahora o lo perdía.

      –Eso nos servirá –afirmó Carruthers–. Supongo que sobra decirles que nadie debe saber que el Gobierno tiene una investigación privada en marcha, ¿verdad? Estoy seguro de que todos ustedes comprenden que debemos pasar lo más desapercibidos posible. Por tanto, yo también voy a realizar la misión de incógnito, así que durante la investigación me llamarán Sam.

      –Sí, señor… digo, Sam –dijo Clay sintiéndose como un tonto al ver sonreír a los demás.

      –Yo no estoy de acuerdo con la postura del Gobierno en este asunto, coronel –comentó Cole–. Hemos mantenido una estricta seguridad en las pruebas del combustible. Salvo la explosión de la plataforma de perforación, ninguna de las otras explosiones tiene nada que ver con el Gobierno. Confío en que su investigación busque también quién puede querer vengarse de los Callaway.

      –Sí, hemos comentado su teoría en la reunión de la que vengo. Supongo que, con lo cuidadoso que es usted, habrá comprobado las referencias de sus empleados.

      –Llevamos haciéndolo desde hace varios años –intervino Cameron–. Ésta no es la primera vez que nuestra familia es blanco de ataques. Y dudo que sea la última.

      –Los comprendo –contestó Sam–. Dada la situación, he requerido a una de las mejores investigadoras del FBI para que realice unos perfiles sobre quién podría estar interesado en perjudicar a su familia. Pamela McCall me ha dicho que conoce a los Callaway y a eso se añade que ha vivido bastante tiempo en Texas. Ella dice que está deseando formar parte de este equipo.

      El coronel se giró hacia Clay, que de pronto se sentía como si lo acabaran de golpear en el pecho, le faltaba el aire.

      –Clay, Pamela y usted formarán pareja en esta misión. Nuestro otro hombre llegará mañana por la mañana; en cuanto esté aquí nos reuniremos todos. Mientras tanto, creo que a todos nos vendría bien dormir un poco –continuó Sam–. En nombre del Gobierno, sepan que apreciamos su colaboración en este asunto y que pretendemos llegar al fondo rápidamente.

      –Nosotros también apreciamos su ayuda, Sam.

      Carruthers se puso en pie y estrechó la mano de los demás. Luego se giró hacia Clay.

      –Lo llamaré por la mañana para desayunar juntos. Creo que se aloja en el hotel, ¿no?

      El anuncio de que iba a trabajar con Pam había dejado a Clay tan conmocionado que apenas había seguido el resto de la conversación.

      –Sí, señor –respondió Clay saliendo de su estupor–. Es la habitación 937, señor. Esperaré sus noticias.

      Clay salió de la habitación sin poder creérselo: ¡Sam Carruthers lo había solicitado para esa misión! Ese hombre era de lo más respetado en los Comandos Especiales. Clay lo admiraba profundamente y agradecía no haber sido nunca blanco de sus comentarios mordaces. También sabía que no podía pedirle no trabajar con Pam, pero por otro lado no soportaría formar pareja con ella el tiempo que durara la investigación. ¿Qué demonios iba a hacer?

      Clay se dirigió al bar. Pidió un whisky doble y se sentó en una esquina.

      Pamela McCall. Al verla esa noche, su pasado se le había presentado delante y lo había golpeado en la cara. Pero seguro que los años que habían transcurrido desde aquello lo ayudarían a manejar el presente. Él había sobrevivido a todas las pruebas a las que el ejército lo había sometido. De hecho, con cada una se había superado un poco más. Le gustaba lo que hacía. Tenía una función importante, se dedicaba a ataques terroristas. Y los ataques que habían sufrido las empresas de su familia encajaban en esa categoría.

      Se sentía honrado de que el coronel lo hubiera requerido para el equipo y quería demostrarle que no se había equivocado con él. Entre esa noche y la mañana siguiente, él debía aclarar sus sentimientos hacia Pamela McCall.

      Parte del problema era que ella había formado parte de su vida desde que él podía recordar. Al querer borrarla de su memoria había enterrado también años de cariño y risas con sus padres y sus hermanas. Un rato antes, sentado a la mesa con su familia, él se había dado cuenta de lo mucho que se había perdido por no visitarlos periódicamente.

      Siempre que él pensaba en su familia, Pam formaba parte de ellos. Mientras él estaba en la escuela primaria, ella le parecía un fastidio, igual que sus hermanas, y se pasaba el tiempo escondiéndose de ellas.

      Su mente se retrotrajo a cuando era un niño con tres hermanas que querían hacerle la vida imposible…

      Clay eludió a las mujeres de su familia y se encaminó hacia el bosque que había cerca de la casa donde vivían. Se subió a uno de los enormes robles, se acomodó en una de las ramas y se acercó los prismáticos de su padre a los


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