Un jefe soltero. Pamela IngrahmЧитать онлайн книгу.
señorita Moneypenny, la secretaria de James Bond, sentada frente a aquel escritorio. Pero allí no había ninguna secretaria y Madalyn estaba segura de que aquel no era el departamento de personal.
Estaba a punto de darse la vuelta para bajar de nuevo a recepción cuando la puerta del sanctasanctórum se abrió. Todo estaba resultando tan extraño que casi no se sorprendió al ver que quien salía leyendo un documento era el mismísimo Philip Ambercroft.
Era mucho más atractivo en persona que en las fotografías, incluso más que en el cuadro y Madalyn se quedó un poco apabullada. Había oído la expresión «rasgos esculpidos», pero nunca había conocido a un hombre cuyos rasgos se ajustaran a esa descripción. Parecía pertenecer a la nobleza europea, pero por lo que había leído, a ninguno de los Ambercroft le haría gracia la comparación. De hecho, era una familia muy orgullosa de su herencia texana.
El hombre, a punto de chocarse con ella, la miró fugazmente y después hizo un gesto de desagrado al ver que la mesa de recepción estaba vacía.
–Siéntese. Volveré enseguida.
Sin decir otra palabra, Philip Ambercroft entró en el ascensor, dejando tras él el aroma de su fresca y elegante colonia masculina.
Cuando Madalyn se recuperó de la impresión, se sentó como él le había ordenado. No tenía elección. Le temblaban las rodillas. Philip Ambercroft había estado a unos centímetros de ella. Lo suficientemente cerca como para ver sus profundos ojos azules. Si hubiera alargado la mano habría podido tocar el cabello negro que le caía sobre la frente. Podría haber rozado sus labios con los dedos…
–¿Te has vuelto loca, Madalyn? –dijo en voz alta, sorprendida. El hecho de que le temblaran los dedos mientras se apartaba el flequillo de la cara no le dio mucha confianza. Tenía que calmarse si pensaba mantener una entrevista de trabajo.
Rezando para que Philip Ambercroft no volviera inmediatamente, intentó recuperar la compostura. Quien estaba buscando una ayudante era Gene Ambercroft, no Philip. De modo que la seudo recepcionista había cometido dos errores: la había enviado al piso equivocado para ver al Ambercroft equivocado.
Pero, después de haberlo visto en persona, no podía quitarse de la cabeza a Philip Ambercroft. Tenía que admitir que ella, igual que unos diez millones de americanos, sentía curiosidad por aquella familia. Eran la realeza americana y los medios de comunicación los trataban como tales.
Y, al contrario que la mayoría de las mujeres americanas, a ella le fascinaba Philip Ambercroft, no su hermano el play boy. No le importaría trabajar para Gene, pero era el mayor de los Ambercroft quien había capturado su imaginación desde la primera vez que había leído un artículo sobre aquella poderosa familia.
Había algo en él, algo que la intrigaba y era mucho más que mero atractivo masculino. Tan guapo como su hermano Gene, Philip daba además una imagen de confianza y seriedad. Mientras al joven de los Ambercroft no parecía importarle que los periodistas insistieran en hablar de su vida privada, cada vez que publicaban un artículo sobre la vida privada de Philip, éste lo consideraba un asalto imperdonable a su intimidad y así lo había dicho públicamente. Aunque Madalyn admiraba a las bellas mujeres que aparecían con él en las revistas, tenía la sensación de que una velada con Philip sería interesante por su conversación, no por su físico.
Madalyn se dijo a sí misma que tenía que marcharse de allí antes de que él volviera y se levantó del sillón, decidida a buscar la oficina de personal. Aquella era una oportunidad única y no pensaba perderla por nada del mundo. Si pudiera, seguiría trabajando para Manufacturas Price durante toda su vida, pero eso no era posible. Los Price, que se habían portado con ella casi como unos segundos padres, se habían visto obligados a despedir a un montón de empleados y Madalyn tenía la obligación de encontrar otro empleo tan rápido como fuera posible. No sólo por ella sino por su pequeña Erin.
Pensar en su hija la hacía sonreír. Tres años atrás, la idea de tener hijos le había parecido algo muy lejano, pero después de tener a Erin no podía imaginarse la vida sin ella.
Pero aquel no era momento para pensar en la enanita de dos años con la que pasaba todo su tiempo libre. Tenía que concentrarse en conseguir un trabajo para que esa enanita pudiera tener una casa, un colegio, ropa, comida…
Cuando Madalyn iba a pulsar el botón del ascensor, sonó una campanita y las puertas se abrieron.
–Buenos días, señor Ambercroft –dijo, entrando en el ascensor cuando él salía
Él la miró, con expresión de perplejidad.
–¿Dónde va?
–¿Cómo?
–¿Esa carpeta no es para mí? –preguntó él, señalando el currículum que Madalyn llevaba en la mano.
Madalyn sabía que Philip Ambercroft sería quien dijera la última palabra sobre la contratación de un asistente, pero no había imaginado que estaría tan al tanto de las solicitudes.
–Pues… no sé… supongo que sí.
Él alargó la mano y tomó la carpeta, rozando su brazo con los dedos. El roce la puso nerviosa, aunque no sabía por qué.
–¿Qué es esto? ¿Dónde está el informe de Ashton Hills? –preguntó el hombre, mirando el currículum con el ceño fruncido.
–¿Ashton Hills?
–¿No es usted de la oficina de Denham?
–¿Yo? No…
–Si no es usted de la oficina de Denham, ¿qué hace aquí?
–He venido para solicitar el puesto de asistente ejecutiva del señor Ambercroft.
La expresión del hombre cambió inmediatamente. La media sonrisa que había mantenido hasta entonces desapareció y la miró de una forma que a Madalyn le pareció ofensiva. Parecía estar catalogando sus medidas, como si pudiera ver a través de su traje de chaqueta.
–Lo siento, señorita… –Philip miró de nuevo el currículum– Price.
–Trabajo para Manufacturas Price –corrigió ella–. Mi nombre es Madalyn Wier.
La media sonrisa había vuelto al rostro masculino, mientras leía de nuevo su currículum con aparente interés.
Cuando volvió a mirarla, Madalyn se dio cuenta de que algo había cambiado. Sonreía de la misma forma, pero había un brillo diferente en sus ojos. Unos ojos que no parecían perder detalle.
–Perdone el error, señorita Wier. ¿Le importa acompañarme a mi despacho?
Madalyn tuvo que concentrarse para poner un pie después de otro sin tropezar. Aunque por dentro estuviera hecha un flan, tenía que aparentar serenidad. Philip Ambercroft en persona iba a entrevistarla para un puesto de trabajo y Madalyn rezaba para que la entrevista fuera como ella había previsto.
Los pensamientos de Philip iban a mil por hora mientras se sentaba frente a su escritorio y volvía a leer el currículum de la señorita Wier. Cuando terminó, hizo un poco de tiempo colocando unos papeles. Había llegado donde estaba tomando decisiones arriesgadas y aquella candidata sorpresa podía darle información sobre Manufacturas Price, una empresa que estaba en su lista de prioridades.
Philip sabía que se le habían presentado buenas oportunidades durante los últimos años, oportunidades que nunca hubiera podido planear o predecir. Pero él había sabido aprovecharlas.
Había estado a punto de decirle a la señorita Wier que el puesto estaba ocupado, porque era demasiado atractiva como para considerar siquiera una entrevista con Gene, cuando se le había ocurrido un plan. Mucha gente pensaba que no tenía corazón y, aún menos, que pudiera sentirse locamente atraído por una mujer, pero la señorita Wier había probado que podía acelerar su pulso y despertar su… imaginación. Aquella reacción, aquella respuesta insospechada, lo había dejado asombrado. No era hombre que cayera fácilmente bajo el hechizo de una mujer y, desde luego, nunca le había ocurrido con una