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Hasta que pase la tormenta. Jane PorterЧитать онлайн книгу.

Hasta que pase la tormenta - Jane Porter


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hijos lo merecen.

      –De modo que te consume el sentimiento de culpa por la muerte de tu esposa.

      –No es sentimiento de culpa, es que quiero arreglar la situación. Mis hijos son buenos niños, pero yo no puedo atender todas sus necesidades. Necesitan una madre, por eso he decidido volver a casarme.

      –Pero tu mujer será una extraña para ellos.

      –Al principio sí, claro, pero tarde o temprano forjarán una relación. No espero que ocurra de la noche a la mañana, pero ocurrirá con el tiempo. Imagino que, cuando llegue el momento, los niños estarán encantados de tener una nueva hermanita o hermanito.

      Monet torció el gesto. ¿De verdad pensaba que sus hijos, privados de su madre, recibirían a un hermanito con alegría, un niño con el que competirían por la atención de su padre?

      –Estudiaste Economía en la universidad, pero deberías haber estudiado también psicología infantil –dijo por fin–. No creo que los niños quieran tener más competencia, Marcu.

      –Aún son pequeños, pero su inocencia es una ventaja. Necesitan una figura materna y mi intención es dársela. Sienten un gran cariño por su niñera, pero me temo que la señorita Sheldon está a punto de dejarnos.

      –Pensé que solo había ido a visitar a sus padres.

      –Así es, pero solo es una cuestión de tiempo –Marcu hizo una pausa–. La señorita Sheldon se ha enamorado de mi piloto. Han estado saliendo juntos en secreto durante el último año. Ellos no saben que lo sé, pero no son tan discretos como creen.

      –¿Y no podría casarse y seguir trabajando para ti?

      –No, no lo creo. Imagino que querrán formar su propia familia.

      –Pero aún no se ha ido.

      Marcu hizo una mueca.

      –No quiero seguir hablando de la señorita Sheldon. Solo quería decirte que no perderás dinero trabajando para mí.

      Su brusco y arrogante tono molestó a Monet. La idea de trabajar para él le producía náuseas. No tenía intención de ser su empleada. No quería que Marcu fuera su superior. Pensar en darle explicaciones hacía que quisiera levantarse de la silla y salir corriendo.

      Una vez había pensado que lo amaba desesperada, apasionadamente, pero a él le había parecido inapropiada, indigna.

      Según Matteo Uberto, Monet podía ser dulce y encantadora, pero era la clase de mujer que uno tenía como amante, no como esposa. Y Marcu no la había defendido.

      Escuchar eso a los dieciocho años, ser tan dolorosamente despreciada, lo había cambiado todo para siempre.

      –No puedo trabajar para ti –le dijo–. No puedo estar a tus órdenes.

      –Yo solo estaré unos días en la casa, hasta que te hayas familiarizado con los niños. Luego me iré a esquiar con Vittoria y, a menos que ocurra algo inesperado, volveremos después de Año Nuevo.

      –¿No vas a pasar las navidades con tus hijos? –le preguntó ella, desconcertada.

      –No, por eso necesito tu ayuda. No quiero dejarlos solos con una extraña.

      Era difícil creer que Marcu se hubiera convertido en un hombre tan frío y pragmático. Había sido tan cálido y amable de joven.

      –¿Y ellos lo saben?

      –Saben que este año las navidades serán diferentes. No les he contado nada más. No me ha parecido apropiado hasta que Vittoria acepte mi proposición.

      Monet frunció el ceño.

      –Me preocupas, Marcu, y también me preocupan tus hijos.

      –Yo no maltrato a mis hijos.

      –Pero te echan de menos, seguro.

      –No, tal vez incluso sea un alivio para ellos que me marche –Marcu hizo una mueca–. Sé que lo pasan mejor con la señorita Sheldon.

      –¿Y eso no te preocupa?

      –Yo nunca quise ser padre y madre a la vez.

      –Pero es muy triste que los dejes solos en Navidad…

      –¿Quieres pelearte conmigo? –la interrumpió él–. Ya he admitido que no se me da bien ser padre. ¿Qué más quieres de mí?

      El dolor que había en su voz la sorprendió. Estaba sufriendo, eso era evidente.

      –No quiero pelearme contigo, pero las cosas no terminaron bien entre nosotros y no me sentiría cómoda en tu casa. Sé que tus hijos necesitan estabilidad en este momento, pero también sé que no soy la persona adecuada para ser su niñera.

      –¿Por qué no? Se te dan muy bien los niños.

      –Solo cuidé niños hasta que encontré un trabajo fijo. Además, no puedo irme así, de repente. Tengo que hablar con mi jefe y…

      –Ya lo he hecho –la interrumpió Marcu–. He hablado con Charles esta mañana.

      –¿Charles Bernard?

      Él asintió con la cabeza.

      –Le conté mi problema y está de acuerdo en que tú eres la mejor solución para esta emergencia…

      –¿Qué emergencia? –lo interrumpió ella, atónita–. Tú has decidido ir a esquiar con tu novia justo cuando te has quedado sin niñera. Eso no es una emergencia. Contrata a una niñera profesional como haría cualquier persona normal.

      –Charles entiende que no puedo dejar a mis hijos con una extraña. Cuando le hablé de tu conexión con mi familia, también él pensó que era la mejor solución.

      «Qué arrogante, qué manipulador».

      –No puedo creer que hayas hablado con el dueño de los grandes almacenes sin decirme nada –le dijo, airada–. Siento mucho que tu niñera no esté disponible en este momento. Siento mucho si eso estropea tus planes de ir a esquiar…

      –No se trata de esquiar, Monet. Voy a proponerle matrimonio a Vittoria.

      –Sigue sin ser mi problema y me parece intolerable que hayas hablado con el dueño de los grandes almacenes sin contar conmigo.

      –No hay nada malo en que Charles sepa que entre nosotros hay una relación. Al contrario, creo que eso te ayudará. Seguramente recibirás un aumento de sueldo cuando vuelves al trabajo.

      –¿Le has contado a Charles Bernard lo íntima que era esa relación? ¿Le has dicho que mi madre era la amante de tu padre? El señor Bernard es una persona muy conservadora…

      –Sí, lo sabe. Como sabe que eres hija de Edward Wilde. Tu padre está en el consejo de administración de los grandes almacenes y sospecho que tu ascenso ha tenido algo que ver con eso.

      Monet lo miró boquiabierta. No sabía que su padre estuviera en el consejo de administración. No había hablado con él desde que la ayudó a encontrar el primer trabajo como niñera cuando llegó a Londres.

      –Conseguí ese ascenso por mí misma, trabajando mucho, no gracias a mi padre.

      –Tu padre es una persona respetada en el mundo de la banca.

      –Eso no tiene nada que ver conmigo –replicó ella–. Le he visto cuatro o cinco veces en mi vida. Él no tiene ningún interés en mí, solo me dio una carta de referencias porque le dije que necesitaba su ayuda. De hecho, me la dio cuando amenacé con contarle a su mujer y sus hijos quién era.

      Marcu enarcó una ceja.

      –¿Crees que no saben de tu existencia?

      –Estoy segura de que su mujer no sabe nada y me da igual. Todo el mundo comete errores y mi madre fue el error de Edward. O al revés.

      –¿Lo llamas Edward?

      –Desde


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