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Más dulce que la miel. Jennifer DrewЧитать онлайн книгу.

Más dulce que la miel - Jennifer Drew


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la sombra de un seminario de Astronomía. Así que el tema es Barrett Bent, y no Hill.

      —Así es. Normalmente no malgastaría espacio en un farsante como Bent, pero un seguidor contrariado nos ha dado cierta información. Dice que Bent recibe grandes cantidades de dinero del grupo de First Contact, supuestamente para construir una pista de aterrizaje para los extraterrestres.

      —¿Un centro de recepción para los hombrecillos verdes? ¿Y quién iba a creer eso? —preguntó Jeff.

      —No subestimes a Bent. He hecho una pequeña investigación sobre él. Estuvo implicado en el escándalo de unas acciones de un casino fantasma, y le acusaron de intentar sobornar a los gobernantes. Cuando era joven, lo condenaron un par de años en Kansas por entregar cheques sin fondos, pero desde entonces, no han conseguido condenarlo por nada más. Según nuestra fuente de información, la gente está hipotecando sus casas y canjeando sus fondos de pensiones para darle dinero a él.

      —¿Crees que es una buena oportunidad para pillarlo?

      —Correcto. El seminario comienza dentro de una semana. Quiero que estés allí antes de que lleguen los primeros. Tendrás que irte el viernes. El seminario empieza el lunes, pero así tendrás todo el fin de semana para fisgonear —Jeff sonrió. No solo le apetecía llevar el caso de Barrett Bent, sino que la idea de pasar unos días en el centro vacacional Las Mariposas era muy apetecible. Bañeras de agua caliente, piscina exterior e interior…—. Por suerte, están contratando a mucha gente para atender a los dos grupos que van fuera de temporada —dijo Deck.

      —¿Y no sería mejor si pasara como un cliente más? —preguntó Jeff desilusionado.

      Horning soltó una carcajada.

      Hacer maletas era el trabajo que Sara aborrecía más en el mundo. Iba a echar mucho de menos vivir con Ellie y con su marido, Todd.

      —¡Ahora sé lo que se siente cuando a uno lo destierran a Siberia! Gracias a ese maldito periodista, estoy en la lista negra de todos los restaurantes del pueblo.

      —Sedona no es un lugar perdido —dijo Ellie—. Y a los veintiséis años nadie está en la lista negra de por vida.

      La hermana de Sara dobló un montón de ropa que tenía sobre la cama.

      —Al menos tendrás una habitación libre otra vez —dijo Sara—. No sabes lo mucho que me ha gustado vivir contigo y con Todd durante estos seis meses.

      —Nos ha encantado tenerte con nosotros… y tampoco es que te hayamos visto mucho. Pero nos has ayudado con el alquiler. Ha sido una gran ayuda ahora que Todd está estudiando tanto.

      Sara abrazó a su hermana y se secó una lágrima que rodaba por su mejilla.

      Desde que sus padres se mudaron a Georgia, Ellie había sido toda su familia y cuando su compañera de piso empezó a vivir con su novio y con el perro de este, Sara decidió irse a vivir con su hermana. Todd estaba a punto de licenciarse y después querían formar una familia. Sara había conseguido un trabajo temporal como ayudante de repostería gracias a la ayuda de Liz Faraday. Hacía muy bien la tarta de queso, pero le sorprendía que a la crítica culinaria le gustara tanto como para conseguirle un trabajo en Las Mariposas.

      —Me gustaría meter la cabeza de Dominick en el cubo de la basura —dijo Ellie—. No puedo creer cómo te ha tratado después de llevar trabajando cuatro años como una esclava en su restaurante.

      —Me dijo que doy mala suerte —murmuró Sara—. ¡Fue él quien dejó que su cuñado hiciera esa horrorosa escultura de hielo!

      —Siempre ha sido muy agarrado como para hacer bien las cosas —dijo Ellie.

      —¿Estás segura de que no te importa guardarme todas estas cosas? —preguntó Sara mirando las cajas de cartón que tenía apiladas.

      —Por supuesto que no. Todd te las guardará en el armario.

      Sara echó un vistazo a la habitación y decidió que ya tenía todo lo que necesitaba. ¿Quién sabía cuánto tiempo duraría en ese trabajo? Quizá, al cabo de unas semanas tuviera que aceptar la hospitalidad de su hermana una vez más. Tenía dos semanas de trabajo garantizadas, pero si quería optar a un puesto fijo tendría que trabajar mucho.

      —Si ves el artículo de Jeff Wilcox en el periódico, prométeme que lo utilizarás para limpiar la jaula del pájaro —dijo Sara.

      —Mi canario es muy exigente —bromeó Ellie—. Tengo que irme. Mi jefe se enfadará si no regreso al trabajo. Llámame cuando llegues a Sedona. ¡Y ten cuidado con los extraterrestres!

      —¡Lees demasiado el periódico! —dijo Sara riéndose, y se despidió de su hermana con un gran abrazo.

      Todavía estaba en la habitación cuando Ellie la llamó desde la puerta.

      —Sara, tienes visita. Conduce con cuidado y llama cuando llegues. Me voy.

      ¿Visita? Desde que sus amigos se enteraron de que se marchaba pasaba largos ratos al teléfono. Se dirigió a la puerta esperando encontrarse con Maryanne o con Monica, pero al ver a Jeff Wilcox se quedó helada.

      —¿Qué estás haciendo aquí?

      —He venido a…

      —¿Cómo sabías que estaba aquí? ¡Esta es la casa de mi hermana!

      —Soy periodista de investigación ¿recuerdas?

      —Alguien del restaurante Dominick’s te ha dicho donde estaba. ¿El encargado de las ensaladas? Me odia desde que me encontré un gusano en la especialidad de la casa.

      Jeff se encogió de hombros y la miró.

      —Solo quería decirte que lo siento mucho.

      —¡Más te vale! Me ha despedido el Mussolini de la cocina. Gracias a ti, mi carrera está arruinada.

      —Lo siento de ver…

      —No, no, no. No quiero oír tus disculpas. ¡Márchate! —se volvió y se dirigió hacia su dormitorio.

      —Eres de fácil palabra —dijo él, y la siguió—. Parece que estás haciendo las maletas.

      —Chico, con ese talento investigador… ¡me extraña que no hayas ganado el Pulitzer!

      —Supongo que me lo merezco —dijo Jeff con una sonrisa.

      —Lárgate. ¡Ahora mismo!

      —Imagino que eso significa que no quieres comer conmigo. Había pensado en invitarte a una hamburguesa jugosa, unas patatas fritas crujientes y un batido.

      —Has arruinado mi vida ¿y quieres arruinar mis arterias?

      —¿Quizá una ensalada?

      —Si no te vas, llamaré… llamaré… —no estaba segura de quién podría salvarla de un hombre atractivo que quería invitarla a comer—. ¡Gritaré!

      —No. Por favor. Solo quería saber cómo estabas, y decirte que lo siento…

      —¡Ahh!

      Fue un chillido más que un grito, pero Sara consiguió que Jeff se marchara, y confió en perderlo de vista para siempre.

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