Del silencio al estruendo. Sara SefchovichЧитать онлайн книгу.
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Sara Sefchovich es licenciada y maestra en sociología y doctora en historia de México, investigadora y profesora en la unam. Es autora, entre otros, de los ensayos La suerte de la consorte: las esposas de los gobernantes de México; ¿Son mejores las mujeres?; ¡Atrévete! Propuesta hereje contra la violencia en México; El cielo completo: mujeres escribiendo, leyendo; y de las novelas Demasiado amor, La señora de los sueños y Vivir la vida.
Para Jome, Aída y Galia, in memoriam, pues aunque ya no están aquí, aquí siguen. Y muy presentes.
Tengo el placer de servir a la literatura con memoria y cuerpo de mujer. Nélida Piñón Discurso de recepción del Premio Juan Rulfo de Literatura en Lenguas Romances, 1995.
Presentación
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¿Por qué hablar de literatura de mujeres? ¿Por qué separar a las mujeres que escriben de los hombres que escriben? La razón es la siguiente: que a lo largo de la historia las mujeres fueron invisibles. Los reyes y gobernantes, los guerreros que libraron batallas, los arquitectos que construyeron, los médicos que aliviaron, los aventureros, los descubridores, los banqueros, empresarios, periodistas, pintores, eran hombres. Los puestos políticos y los premios de literatura han sido para los hombres, las grandes obras musicales fueron compuestas por hombres y las decisiones económicas las han tomado los hombres, y desde pequeños todos, hombres y mujeres, aprendemos que a ellos les debemos lo que es el mundo y que a través de ellos y de su quehacer nos explicamos la vida. Y es que en nuestra manera de ver y entender, la historia y la cultura sólo deben conocerse desde lo público, en sus grandes momentos: guerras, descubrimientos, construcciones, y ser vistos y relatados desde arriba, desde el poder. Por eso parece como si la historia sólo se compusiera de momentos de excepción, de acontecimientos de carácter político, militar o artístico que, como dice Asunción Lavrín, “son los signos de distinción de un mundo dominado por valores masculinos y orientado a las acciones de los hombres”.1
Y de eso ha resultado, como si fuera lo más lógico, que las mujeres hayan quedado excluidas, precisamente debido a que, por su situación social y por las funciones que han desempeñado en la sociedad, no están presentes en esos lugares ni en ese tipo de acontecimientos. Las mujeres no tienen sitio en la historia ni en la
cultura porque la historia y la cultura se ven desde un lugar en el que ellas no han podido estar y al que muy rara vez han tenido acceso. La definición de lo importante, de lo heroico, de lo artístico, de lo ético, de lo bello, tienen que ver con una idea del mundo y de la vida donde lo que interesa y cuenta no es lo que han podido hacer y pensar las mujeres.
La vida cotidiana, la vida privada, no parecen estar en la historia. Y hasta hace muy poco tiempo, no quisimos ni siquiera asomarnos a ese otro lado, no creíamos importante sacar de la oscuridad el acontecer de todos los días, que es el que nutre, sostiene, alienta, justifica y explica los grandes acontecimientos, a los héroes, a los creadores, a las filosofías y a las artes.
Apenas en el último cuarto del siglo xx, surgió una corriente de pensamiento que acometió el estudio de la historia, la cultura y la sociedad de un modo nuevo, y de ese afán surgieron otros temas como la familia, la cotidianidad, la vida privada, el cuerpo y la sexualidad, todo ese “otro lado de la historia” que había permanecido invisible.
El resultado fue el descubrimiento de secretos interesantísimos, que permanecían escondidos. Y entre esos secretos, estaba el hecho de que las mujeres escribían.
Nació entonces el interés por conocer a las escritoras, por rescatarlas de la oscuridad o del franco olvido y por pensar sobre si la literatura femenina es diferente a la de los hombres, y en caso de que lo sea, en qué consiste su diferencia.
Entender esa diferencia es el objetivo de este ensayo.
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Pero hablar de algo tan amplio como la escritura de las mujeres podría parecer temerario, pues ellas son más de la mitad de la población y viven en todo tipo de circunstancias de lo más diversas en lo económico, social, cultural, religioso e ideológico, de modo que no parecería posible abarcarlas en conjunto.
Y sin embargo, podemos hacerlo porque hay lugares sociales y funciones que ellas cumplen, las cuales se reiteran a lo largo y ancho de la Tierra, a través de la historia y de los distintos estratos sociales, que hacen semejantes no a todas las mujeres pero sí a la mujer en tanto concepto.
Y más todavía si hablamos de las mujeres que escriben, porque ése es un universo reducido dado que la escritura siempre ha sido un privilegio de clase. Fueran hombres o mujeres, los campesinos, obreros y prestadores de servicios no disponían de tiempo, recursos ni educación para hacerlo. Fueron los aristócratas primero, y después los burgueses, quienes pudieron dedicarse a leer, pintar, componer o interpretar música, y... a escribir.
Así que, cuando hablamos de mujeres que escriben, nos estamos refiriendo a un cierto tipo de mujeres, que por su condición de clase tuvieron acceso a aprender a leer y escribir y pudieron disponer de tiempo libre para hacerlo.
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Para abordar la escritura de las mujeres, voy a partir de tres preguntas, cada una de las cuales pretendo responder en los siguientes capítulos. Esas preguntas son: qué, cómo y por qué escriben las mujeres.
El objetivo es saber de qué está compuesto y cómo está tejido el universo de las escritoras y de sus escrituras, observando el panorama amplio de lo que han hecho a lo largo de la historia y en diferentes culturas, así como de la manera en que esto ha cambiado con el paso del tiempo.
Lo que pretendo es hallar patrones y tendencias, no profundizar en una autora, en un libro, en una corriente literaria, en una época o en una cultura, sino encontrar si en los distintos caminos que ha tomado la literatura de las mujeres hay algo que la unifique, y en caso de que sí, qué es eso, y si hay diferencias cuáles son.
No ha sido fácil dar respuestas a estas preguntas. Primero, porque muchas escritoras están ocultas a nuestra mirada pues simple y llanamente se las olvidó, e incluso porque en la actualidad aún existen condiciones que impiden que se las pueda conocer, y segundo, porque hoy ya son tantas las que escriben, en tantos países y en tantos idiomas, que no es posible seguirlas a todas.
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He incluido también un capítulo sobre cómo se ha leído a las mujeres. Me pareció importante hacerlo porque esa lectura influyó mucho en el ánimo de las escritoras y en su escritura, de modo que nos sirve también para entenderla.
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Este ensayo es resultado de muchos años de leer a las escritoras, a quienes las han leído y a los textos históricos y teóricos que permiten abordarlas y explicarlas.
Si tuviera que resumir en una frase lo aprendido, diría que lo más fascinante de este esfuerzo ha sido percatarme de que las mujeres han hecho de su escritura una forma de vida y de su vida una forma de escritura.
1 Asunción Lavrín, “La mujer en la sociedad colonial hispanoamericana”, en Leslie Betherl (ed.), Historia de América Latina, Barcelona, Crítica / Cambridge University Press, 1990, vol. iv, p. 109.
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