Cómo prosperar en la economía sostenible. John ThackaraЧитать онлайн книгу.
. Kelly, Kevin, ‘The Post-Productive Economy’, The Technium, 1 de enero de 2013, http://kk.org/thetechnium/2013/01/the-post-produc/
30 . http://www.weforum.org/events/world-economic-forum-annual-meeting-2013
31 . Murphy, Tom, ‘Can Economic Growth Last?’, Do The Math, 14 de julio de 2011, http://physics.ucsd.edu/do-the-math/2011/07/can-economic-growth-last/
32 . Zolli, Andrew y Ann Marie Healy, Resilience: Why Things Bounce Back, Nueva York: Simon & Schuster, 2013.
33 . Foster, John Bellamy, The Ecological Revolution: Making Peace with the Planet, Nueva York: Monthly Review Press, 2009, p. 13.
34 . Morton, Timothy, ‘The Catastrophe Has Already Occurred’, 13 July 2008, http://ecologywithoutnature.blogspot.fr/2008/07/catastrophe-has-already-occurred.html
35 . Kuhn, Thomas S., The Structure of Scientific Revolutions, University of Chicago Press, 1962.
36 . ‘World in Transition: A Social Contract for Sustainability’, German Advisory Council on Global Change (WGBU), http://www.wbgu.de/fileadmin/templates/dateien/veroeffentlichungen/hauptgutachten/jg2011/wbgu_jg2011_en.pdf
37 . Kingston, Christopher y Gonzalo Caballero, ‘Comparing Theories of Institutional Change’, Amherst College, 16 de junio de 2008, https://www3.amherst.edu/~cgkingston/Comparing.pdf
2. Tierra: de sanar el suelo, a pensar como un bosque
En un día caluroso en las estribaciones de las Cevenas, (38) la zona montañosa de Francia en la que vivo, me veo a mí mismo haciendo una mezcla de harina con huesos, sangre seca, conchas de ostras trituradas y ceniza de leña en una pila cada vez mayor formada por madera, ramas, hojas y paja. Cada capa se sazona con minerales en polvo y activadores biológicos, como si añadiéramos sal y pimienta. Esta preparación estimula el crecimiento de la raíz, la producción de microorganismos en el suelo y la formación de humus. Aunque nos lleva a seis personas un día entero darle forma, según nuestro profesor Robert Morez, ese montículo suministrará a las plantas los nutrientes necesarios y retendrá el agua de manera eficaz, durante cuatro años, o quizá durante más tiempo. (39) La invitación decía que íbamos a aprender “a construir un túmulo para una plantación biointensiva” pero mi impresión es que estoy produciendo suelo en lugar de consumirlo por primera vez en mi vida.
En los descansos que hacemos para recuperarnos, me entero de que el suelo sano es en sí mismo un sistema vivo, el medio con mayor densidad y diversidad de organismos interdependientes de la Tierra. Hay alrededor de 50 mil millones de microbios en una cucharada de tierra; una sola pala puede contener más seres vivos que todos los humanos que hayan nacido nunca. (40) Se trata de un mundo de inteligencia conectada, de complejas y sorprendentes interacciones que ayudan a la flora y a las redes tróficas de las que depende nuestra existencia. En un bosque ya maduro, millones de delicados hongos se unen entre sí y con las raíces de las plantas en una simbiosis micorriza para formar vastas redes neurológicas en el subsuelo. Los mosaicos entrelazados de micelio proporcionan hábitats con membranas para el intercambio de información, atentas a los cambios, que reaccionan a ellos y tienen a su cuidado la salud del entorno a largo plazo. Esta vasta red invisible no solo proporciona agua y nutrientes, sino que propaga información y lo hace a largas distancias. Un típico filamento de hongos micorrícicos puede contener cientos o miles de veces la longitud de la raíz de un árbol. Esta comunicación química entre las plantas estimula su defensa contra los parásitos, de modo que incluso aquellas que no son atacadas muestran una mayor resistencia frente a insectos que agreden a plantas más alejadas. El micólogo Paul Stamets, que describe estas redes como el “Internet de la naturaleza”, aventura que los hongos pueden participar en alguna forma de comunicación planetaria entre especies de la que nosotros podríamos llegar a formar parte. (41) Por si sola, esta inmensa pero invisible red, no solo es autosuficiente, sino que también determina la salud metabólica de los ecosistemas terrestres, incluyendo el nuestro. El 99 % de todos los alimentos proviene de nuestros suelos. (42) Como James Merryweather tan acertadamente explica, todos los seres vivos (los animales, las plantas, las bacterias, los hongos y muchos otros) están involucrados en esta red cooperativa de múltiples capas y amplitud mundial. (43)
No sabía nada de esto, ni una palabra, hasta ese día que pasamos en la montaña. Avergonzado de mi propia ignorancia, a la vez que intrigado, me animé a aprender más cosas. Resulta que hace diez mil años, cuando descubrimos que el uso del arado hacía más fácil la agricultura, nuestros predecesores no se dieron cuenta de que la labranza intensiva fragmentaría estas vastas pero delicadas redes subterráneas. No sabían que los hongos y las plantas dependen unos de otros para sobrevivir, y que horadar el suelo altera los procesos de producción de alimentos que habían evolucionado durante millones de años. En esa feliz ignorancia, arábamos la tierra de cualquier forma, para descubrir con el tiempo que harían falta cantidades enormes de dinero, transporte, energía y materias primas importadas para que pudiéramos alimentarnos. Cuanto más comida producimos de forma industrial, mayor será el daño que causemos a los suelos como sistemas vivos. Nuestro uso de la maquinaria pesada ha contribuido a acelerar ese daño; es cada vez más difícil que penetren las raíces de las plantas en los suelos compactados, al tiempo que se degrada su capacidad para almacenar y transportar agua. A medida que aumenta nuestra producción, se ven afectadas mayores extensiones de terreno por la erosión hídrica y eólica. El riego con agua de mala calidad, el uso creciente de fertilizantes sintéticos y la acumulación de sal han empeorado la situación. Dos siglos de producción industrial han sumado aún más daño en forma de contaminación: los metales pesados y los aceites minerales han envenado tres millones de lugares de todo el planeta. Y, además, cada año se pavimentan grandes extensiones de tierra saludable con la construcción de edificios, carreteras y aeropuertos. (44)
Es, por tanto, equivocada la idea de que la agricultura de alta tecnología puede ser la solución. Lo cierto es que la agricultura intensiva es una industria extractiva: que mina los terrenos al destruir nutrientes que no se reponen. Desde la Segunda Guerra Mundial hemos arruinado un área del tamaño de la India (45) y, en este momento, perdemos 3,4 toneladas de suelo sano por persona y año en todo el planeta. (46) Cuando llegaron los primeros noruegos al condado de Goodhue, en Minnesota, la capa superior de suelo negro que encontraron tenía en algunos sitios hasta dos metros de profundidad; ahora oscila entre 30 y 90 centímetros. (47) En Gran Bretaña, los científicos han advertido que solo quedan 100 cosechas en su suelo agrícola como consecuencia de la intensa sobreexplotación. (48)
Sanar la Tierra
¿Qué se necesita para sanar el suelo? De una parte, su formación es fruto de un proceso extremadamente lento que a veces lleva miles de años, aunque cada vez más visionarios han descubierto que ese proceso puede acelerarse de forma drástica si se sigue un método correcto. Entre ellos, la doctora Christine Jones, una científica australiana, ha demostrado que pueden formarse nuevas capas del suelo de forma rápida y natural con la combinación correcta de la biomasa y la pérdida de raíces de las plantas. En lo que Jones llama “recetas de cocina”, enumera seis ingredientes esenciales para su formación: minerales, aire, agua, componentes vivos del propio suelo (como las plantas, los animales y sus productos derivados), componentes vivos sobre ese suelo (plantas, animales y productos derivados) y lo que ella describe como “regímenes de perturbaciones intermitentes e irregulares”. Jones explica que “para que se forme suelo nuevo, tiene que estar vivo, una vida que proporcione la estructura necesaria que haga posible más vida y que se forme más suelo. Por eso, la cubierta vegetal sana, la biomasa de raíces altas y los elevados niveles de actividad microbiana son fundamentales