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Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол МортимерЧитать онлайн книгу.

Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер


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caprichos que ellos no podían comprar. Su madre probablemente fuera consciente de aquellos extras que Jane les suministraba puesto que había sido ella la que había llevado siempre las cuentas de la casa. Pero por tácito acuerdo, ninguna de ellas mencionaba esos pequeños lujos que aparecían tras sus visitas.

      –En absoluto –le aseguró Jane a su madre–. El negocio marcha maravillosamente. Y esta es la época del año en la que estoy más ocupada. Pero no he venido a hablar de mí –sonrió y le tendió el ramo de flores a su madre–. ¡Feliz aniversario!

      –Oh, querida, qué encanto –su madre pestañeó para apartar las lágrimas que amenazaban con desbordar sus ojos mientras miraba el ramo de lilas y orquídeas, sus flores favoritas.

      –Y esto es para ti, papá –le tendió a su padre una botella de whisky y abrió los ojos de par en par al ver justo en ese momento el plantel de rosas que cubría el alféizar de la ventana–. Dios mío, papá –exclamó, admirando aquellas rosas amarillas y blancas, absolutamente hermosas–. ¿Has cultivado tú esas rosas en el jardín?

      –Me temo que no –contestó su padre con una mueca de pesar–. Ojalá. Son bonitas, ¿verdad?

      Eran preciosas. Pero, si su padre no las había cultivado, ¿de dónde habrían salido?

      El círculo de amistades de sus padres se había visto reducido a un par de parejas que conocían de cuando estaban recién casados, y Jane no creía que ninguna de ellas se las hubiera enviado. Había por lo menos quince capullos allí y debía de haber costado una pequeña fortuna.

      El cambio en la situación económica de sus padres había tenido un efecto extraño en la mayoría de las personas que hasta entonces consideraban amigas. La mayor parte de ellas evitaba a la pareja, casi como si temieran contagiarse de su desgracia.

      ¿Quién podría haber enviado aquellas rosas?

      –Ayer tuvimos visita, querida –su madre hablaba en un tono animado, pero evitaba mirarla a los ojos–. Por supuesto, él no sabía que era nuestro aniversario, pero las rosas son adorables, ¿no te parece?

      ¿Él? Una sensación de peligro comenzó a extenderse dentro de ella. ¡Él! ¿Pero qué él?

      Las manos comenzaron a temblarle y sintió que le faltaba el aire. Sentía la sangre abandonando su rostro mientras continuaba mirando fijamente a su madre.

      –Oh, Janette, no pongas esa cara –su madre se acercó a ella y le tomó las manos con cariño–. No pasó absolutamente nada. El señor Vaughan no se quedó mucho tiempo, solo el suficiente para compartir una taza de té con nosotros –admitió–. Venga, vamos a tomar el té –añadió desesperada al ver a Jane cada vez más angustiada–. Creo que le pediré a la señora Weaver que nos vaya trayendo…

      –¡No! –exclamó Jane cuando por fin recuperó el habla.

      ¡El señor Vaughan! Sus peores temores se convertían en realidad: era Gabe el que había ido a casa de sus padres y les había llevado aquellas flores tan hermosas.

      ¿Pero por qué? Habían pasado ya tres años. ¿Por qué no podía dejarlos en paz? ¿O habría ido para comprobar los daños que junto a Paul le había ocasionado a su familia?

      El hombre con el que había cenado la semana anterior no parecía ser tan cruel. Su actuación con Felicity y Richard Warner tampoco había sido la de un hombre malo. ¿Pero qué razón podría haberlo inducido entonces a ir hasta allí?

      –Llevaré el ramo a la cocina para ponerlo en un jarrón –les dijo a sus padres–. Y le diré a la señora Weaver que vaya preparando el té –necesitaba escapar aunque solo fuera durante unos minutos, tenía que encontrar algún sentido a lo que estaba ocurriendo. Y necesitaba alejarse de sus padres para poder hacerlo.

      –Janie…

      –No tardaré, papá –le aseguró rápidamente.

      Su padre había utilizado el nombre con el que la llamaba cuando era niña para consolarla cuando lloraba. Sabía que al abandonar tan bruscamente el salón estaba preocupando a sus padres, pero era indispensable que lo hiciera.

      En cuanto salió al pasillo, respiró hondo, intentando recuperar el aire que había abandonado sus pulmones y encontrar una explicación a lo que su madre acababa de decirle.

      ¡Gabe había estado allí! En casa de sus padres. En la casa en la que ella había crecido.

      ¿Pero por qué?, volvió a preguntarse.

      Oía el murmullo de la conversación consternada de sus padres tras ella y sabía que su reacción los había inquietado. Normalmente, se guardaba sus sentimientos para sí, consciente de que sus padres ya habían tenido que enfrentarse a suficientes problemas. Pero enterarse de que Gabe había estado allí, le había causado tal impresión que le había sido imposible disimularlos.

      Pero tenía que tranquilizarse, poner las flores en un jarrón, pedirle a la señora Weaver que sirviera el té y llevar al salón la tarta que había hecho para celebrar el aniversario de sus padres. Tenía que procurar mantener una imagen de normalidad. Al fin y al cabo, sus padres no sabían que había vuelto a encontrarse con el señor Vaughan…

      El ama de llaves, como siempre, se mostró encantada de ver a Jane. Aquella mujer había trabajado en la casa desde que Jane era niña. Las dos estuvieron charlando amigablemente mientras Jane arreglaba el ramo de orquídeas y lilas, intentado analizar las cosas con cierta distancia. Merendaría tranquilamente con sus padres y a continuación volvería a sacar el tema de Gabriel Vaughan. Quería saber de qué había hablado Gabe durante su visita. Y, especialmente, lo que le habían contado sus padres a él.

      Sus padres parecieron aliviados al verla más relajada cuando volvió a reunirse con ellos. Se emocionaron al ver la tarta que les había hecho y disfrutaron de ella junto a una taza de té.

      Pero la tensión que reinaba entre los tres era evidente.

      –¿Te quedarás a cenar con nosotros, cariño? –preguntó su madre expectante al cabo de unos minutos.

      –No puedo, mamá.

      –¿Tienes que encargarte de otra cena? –aventuró su padre con pesar.

      –Estamos prácticamente en Navidad, papá –le recordó–. Esta es la época del año en la que más ocupada estoy.

      Su padre suspiró pesadamente.

      –Nunca conocerás a nadie si te pasas la vida metida en las cocinas de los demás.

      ¡Lo último que Jane quería era conocer a alguien! Y además, incluso dentro de la cocina había llegado a conocer a alguien: al mismísimo Gabriel Vaughan.

      –Prefiero ser la dama de honor a la novia –bromeó–. Pero, contadme, además de traeros unas rosas, ¿qué quería exactamente Gabriel Vaughan?

      Tras regresar de la cocina, Jane había observado atentamente el salón, en busca de alguna fotografía que pudiera delatarla. Pero no había encontrado allí ninguna foto reciente que indicara que Jane Smith había sido en otro tiempo Janette Smythe-Roberts. Y tampoco nada que indicara que había estado casada con Paul Granger, por cierto. Al igual que Jane, sus padres habían destrozado todo lo relacionado con él, incluso sus fotografías de boda.

      –En realidad no podría decírtelo –contestó su madre vagamente–. No parecía querer nada en específico, ¿verdad, David? –miró a su marido en busca de apoyo.

      –No, en realidad no –el padre de Jane pareció contestar para tranquilizar a Jane–. Pasamos un rato bastante agradable, hablando de esto y lo otro –se encogió de hombros.

      Por lo poco que conocía a Gabe, mucho dudaba que su único interés hubiera sido pasar un rato agradable hablando con ellos.

      –Papá, ese hombre estuvo tranquilamente sentado, esperando a que tu empresa estuviera prácticamente en ruinas, y justo entonces te hizo una oferta que tú no podías rechazar –protestó exasperada–.


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