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Los besos del millonario. Kat CantrellЧитать онлайн книгу.

Los besos del millonario - Kat Cantrell


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la discusión en primer plano. Ella lo miró de reojo y estuvo a punto de sonreír.

      Esa publicidad no tenía precio. Al día siguiente, a aquella hora, y con su ayuda, el clip se haría viral: Dos ejecutivos se enfrentan en el plató de un programa de telerrealidad. Los espectadores verían a una mujer fuerte que no le pasaba ni una a su compañero. Con tal de que escribieran Fyra correctamente, la publicidad positiva contrarrestaría la negativa.

      –Pues prepárate para más disparates porque no solo te atraigo, sino que no dejas de pensar en cómo sería besarme. Reconoce que el pirsin de la lengua te despierta la curiosidad.

      –Por supuesto –masculló él.

      ¿Ah, sí? Fascinada, lo miró y, en efecto, la expresión de su rostro denotaba más agitación. Logan McLaughlin nunca había besado a una mujer con un pirsin en la lengua. Y quería hacerlo.

      El deseo y la excitación fluyeron entre ellos. El corazón de él latía aceleradamente bajo la mano de ella, lo que reflejaba perfectamente lo que le sucedía al suyo.

      –Cualquier hombre con sangre en las venas sentiría curiosidad –murmuró él–. Solo hay un motivo para tener la lengua atravesada por una barra de metal: complacer a un hombre.

      Cerró los ojos durante unos segundos y al volver a abrirlos había un brillo perverso en ellos que hizo que a ella se le desbocara el pulso. Atrapada por su mirada llena de deseo, ella se inclinó hacia él y cerró el puño agarrándole la camisa.

      –Solo hay un modo de averiguarlo…

      La boca de él se unió a la suya antes de que se diera cuenta de que se había movido. Y todo pensamiento racional despareció de su mente mientras Logan la besaba. El plató se evaporó, al igual que los fascinados espectadores, cuando él la estrechó en sus brazos.

      Justamente donde ella quería estar.

      Logan McLaughlin era perfecto bajo sus manos, porque, en efecto, todo en él era duro. Su espalda podría calificarse de obra de arte, definida por cimas y valles que ella no había notado en ningún otro hombre. Era increíble descubrir algo nuevo en un cuerpo masculino.

      Quería más. Y lo tomó.

      Ladeó la cabeza para besarlo con mayor profundidad y él contraatacó inmediatamente, lanzando la lengua al encuentro de la suya, lo que aumentó el deseo que corría por las venas de ella. Su boca. Qué cosas le estaba haciendo. Qué cosas podría hacerle.

      De repente, sus labios desaparecieron y ella se inclinó hacia delante, en un intento desesperado por recuperarlos. Él, en cambio, le rozó la oreja con ellos.

      –¿Qué tal lo he hecho? –murmuró–. ¿Se ha aproximado a lo que buscabas?

      Trinity rio porque, ¿qué otra cosa podía hacer?

      –Sí, ha sido perfecto.

      Él le había seguido el juego todo el tiempo, por supuesto. ¿Qué se creía ella?, ¿que a un hombre que era la encarnación del compromiso y del sueño americano iba a interesarle una mujer como ella, que había convertido su independencia en un escudo? ¿Que a él le había gustado el beso tanto como a ella?

      Que fueran pareja nunca tendría sentido, a no ser que se tratara de un engaño.

      Aquel era un sitio estupendo para despedirse.

      Sin embargo, por algún motivo, a Trinity le resultó muy difícil apartar las manos del cuerpo de su compañero.

      Capítulo Dos

      A la mañana siguiente, Trinity entró en el edificio de acero y cristal de cinco pisos que albergaba la empresa de cosmética que había ayudado a crear con su habilidad para la mercadotecnia y su amor por lo femenino. Todavía le emocionaban el moderno diseño y los tonos púrpura que sus tres socias y ella habían elegido. Su localización en el centro de Dallas era perfecta para una mujer soltera que tenía un piso estupendo allí.

      Cass había hablado de trasladar la empresa a Austin. Trinity no había dicho nada porque la directora general de Fyra tenía buenos motivos para querer hacerlo: su esposo, Gage, vivía allí y esperaban un hijo. Trinity no tenía nada en contra de Austin, pero era otro ejemplo de algo sobre lo que no tenía control. Y odiaba no controlar las cosas.

      Además, ¿por qué no trasladaba Gage su empresa a Dallas? Tanto él como Cass dirigían grandes empresas con muchos empleados. ¿El hecho de que Gage fuese un hombre implicaba automáticamente que tuviera que ganar la batalla?

      Trinity se dirigió a la oficina mientras la vitoreaban y aplaudían. Sonrió y saludó con la mano. Era evidente que las imágenes del beso que Logan y ella se habían dado habían llegado a mucha gente. El programa televisivo no se emitiría hasta unos días después, pero ella había conseguido que el productor le diera el clip del beso y ella lo había subido a las redes sociales pidiendo que se compartiera.

      No iba a dejar nada al azar.

      Cass había programado una reunión a primera hora de la mañana, probablemente para obtener una primicia. Tarareando, Trinity se sirvió un café y buscó el iPad en el bolso, antes de dirigirse a la sala de reuniones, donde Cass ya presidía la mesa.

      –Hola –dijo Trinity, y repitió el saludo a Alex Edgewood, la directora de finanzas de Fyra, y a Harper Livingstone, la directora científica, cuyos rostros aparecían en la pantalla partida de un monitor de televisión colgado de la pared.

      Ambas participaban en la reunión de forma virtual, porque se habían marchado de Dallas en cuanto se lo habían sugerido sus respectivos esposos.

      Trinity se sentó, reprochándose su falta de amabilidad.

      Alex estaba embarazada de mellizas y debía guardar reposo, por lo que tenía lógica que viviera en Washington con Phillip, su esposo, que era senador. El esposo de Harper trabajaba en Zúrich, y Trinity no culpaba a su amiga por querer dormir en la misma cama que un hombre tan atractivo como Dante Gates, sobre todo desde que se acababan de dar cuenta de que estaban enamorados, después de llevar una década siendo amigos.

      Tal vez Trinity sintiera un poco de envidia de que sus amigas no tuvieran problemas con cosas tan normales como enamorarse de un hombre estupendo que las apoyara durante el embarazo. Ninguna de ella había sufrido un aborto que las hubiera hecho creer que no eran normales. ¿Y qué? Ella tenía otras cosas maravillosas en su vida, como todos los hombres que se le antojaban.

      Sin embargo, últimamente, los hombres estupendos eran escasos. Era el problema de cumplir los treinta. Te hacía reconsiderar la definición de «estupendo», y los falsos universitarios con síndrome de Peter Pan no encajaban en él. Por desgracia, esa era la clase de hombres a los que conocía, lo que estaba bien a corto plazo.

      Pero ¡ojalá supiera por qué ya no le parecía suficiente!

      Cass comenzó a hablar con una sonrisa astuta.

      –Parece que congeniaste mucho con tu compañero de programa. Cuéntanos.

      –Todo lo hice para la cámara –le aseguró Trinity.

      ¿Por qué notaba esa punzada en el estómago? El beso había sido mentira por parte de ambos, a pesar de que a ella le había gustado lo real que le parecía.

      –A los dos nos interesaba conseguir la mayor publicidad posible. Y ha funcionado.

      Alex y Harper se mostraron desilusionadas porque la historia no fuera más picante.

      –Ya sé que hemos tomado la costumbre de diseccionar nuestra vida amorosa en las reuniones, pero vamos a cambiar de tema –dijo Trinity–. Estoy segura, Cass, de que no has convocado esta para hablar de mi compañero del programa de televisión.

      –Pues sí –la corrigió Cass–. Ahora mismo estamos centradas en el problema de la publicidad. Después de la filtración y del fracaso de la aprobación de nuestro producto por parte de la FDA, las ventas han bajado y hemos


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