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El plan del jeque. Lynne GrahamЧитать онлайн книгу.

El plan del jeque - Lynne Graham


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puesto que ningún hombre le había provocado nunca aquella cálida sensación que sacudía todo su cuerpo y que monopolizaba su atención como si no existiera en el mundo nada más que él. En mitad de aquel momento tan embarazoso, se había sentido cautivada por sus ojos y sus duras facciones, por no mencionar su torso bronceado y su cuerpo musculoso. Inspiró, apartó aquellos pensamientos de la cabeza y siguió limpiando mientras se reprendía por comportarse como una colegiala que estuviera viendo por primera vez en su vida a un hombre de verdad.

      Ahí estaba, una feminista incondicional siendo sexista de la manera más mortificante, pensó apurada. Estaba cosificando al hombre del baño de la misma forma en que las mujeres se quejaban de que lo hacían los hombres, sin considerarlo persona. La lujuria había clavado sus garras en su cuerpo, endureciendo sus pezones. Era una atracción que nunca antes había sentido y que se extendía con una sensación cálida desde sus más profundas entrañas. Era alucinante a la vez que aterrador sentir aquella fuerza. Nunca antes había imaginado que la atracción sexual pudiera ser tan intensa e instantánea, tan difícil de controlar.

      Siempre había sido muy racional con los asuntos de aquella naturaleza, no como Maya, que, a pesar de ser un cerebrito, seguía siendo una romántica empedernida. No, Izzy era una mujer realista y sabía que un hombre tan guapo nunca la miraría a ella con el mismo deseo. Además, probablemente estaría casado o tendría novia. Era demasiado espectacular para estar soltero. Si aquel hombre le perteneciera, Izzy apenas se apartaría de él unos metros y mucho menos lo dejaría salir casi desnudo de la ducha ante cualquier desconocida.

      Rafiq salió del dormitorio en busca de su presa y le preguntó a uno de sus guardaespaldas dónde estaba.

      –No atiende a órdenes.

      Rafiq sonrió al verla doblada sobre la bañera, con el trasero en pompa mientras frotaba. Nunca le habían gustado las mujeres muy delgadas. Le gustaban las curvas, la delicadeza y la femineidad. Aquella visión enseguida le provocó una erección. Miró la hora y se apoyó en el marco de la puerta.

      –Entonces, ¿puede hacerme una tortilla?

      Izzy se sobresaltó y se volvió. Nerviosa, echó hacia atrás los hombros y deseó por enésima vez en su vida ser más alta y que así la tomaran en serio como la mujer de veintiún años que era en vez de considerarla una adolescente.

      –Sí, pero ¿por qué me pide eso? –preguntó impaciente.

      Se volvió y sus ojos se encontraron con aquella intensa mirada oscura y aterciopelada.

      La boca se le quedó seca. Estaba apoyado en el marco de la puerta, desplegando toda su masculinidad.

      –Quiero que cocine para mí. Tiene una hora antes de que tenga que salir para mi cita.

      –¿Y por qué no pide que le traigan algo de comer?

      –No me gusta la comida basura, prefiero la comida casera recién hecha. Además, me gusta comer en privado –le dijo Rafiq.

      Estaba disfrutando de la novedosa experiencia de ser tratado como una persona más. Era evidente que desconocía su verdadera identidad.

      –Solo he venido a limpiar y a cambiar las sábanas –aclaró Izzy, desconcertada por la petición.

      –Podría echarla de aquí y quejarme de su intromisión si quisiera, y usted perdería su trabajo –le recordó Rafiq–. A cambio de pasar por alto esa ofensa, prepáreme la comida y todos tan contentos.

      –¿Ah, sí? –preguntó Izzy, molesta con la facilidad con la que la estaba chantajeando.

      –Y si la comida está buena, también me preparará la cena esta noche. Le pagaré generosamente por sus servicios –añadió Rafiq.

      –¿Cuánto de generoso? –se interesó Izzy.

      Rafiq a punto estuvo de soltar una carcajada ante aquel repentino interés.

      –Soy muy generoso cuando estoy lejos de casa y quiero estar cómodo.

      Izzy asintió lentamente.

      –Muy bien, le prepararé la comida.

      –Creía que iba a negarse.

      Izzy puso en blanco sus brillantes ojos azules.

      –De ninguna manera si está dispuesto a pagarme y no va a contarle a nadie que he llegado tarde. No me agrada tener que admitir que soy tan pobre como un ratón de iglesia. Cuando hay dinero de por medio, estoy dispuesta a escuchar.

      Rafiq admiró su franqueza, aunque no pudo evitar sentirse un tanto decepcionado. Estaba acostumbrado a mujeres cazafortunas muy hábiles ocultando sus verdaderas intenciones, esas que iban tras los diamantes, la ropa de marca y otros caprichos caros con los que buscaban verse recompensadas después de pasar por su cama. En cuanto sus pensamientos tomaron esa dirección, se enfadó consigo mismo. Aquella mujer en cuestión era una persona normal que se ganaba la vida como podía muy diferente a todas esas modelos y celebridades con las que solía tratar. En otras palabras, para ella el dinero era una necesidad básica para pagarse algo tan necesario como la ropa, la comida o la casa.

      –¿Ha dicho que tengo una hora? –preguntó Izzy y se quitó el delantal por la cabeza–. No hay comida aquí, pero enfrente hay un supermercado. Antes tiene que decirme lo que le gusta y lo que no.

      A regañadientes, apartó la mirada de aquellos pechos generosos que se adivinaban bajo la camiseta. Sintió una tensión casi dolorosa en la entrepierna y en ese instante tomó una decisión. Si todo iba como debía, se la llevaría a la cama y pasaría la noche con ella. Salir de discotecas para buscar con quien pasar un rato no era lo que más le gustaba. Las mujeres bebidas no le excitaban. Sus guardaespaldas tenían que estar atentos e impedir que le hicieran fotos. Su máxima era mantener la discreción.

      Consciente de que aquellos intensos ojos azules estaban clavados en él, Rafiq dejó de dar vueltas a aquellas ideas y contestó a su pregunta.

      Izzy miró la hora.

      –Muy bien, iré a hacer la compra –le dijo.

      –Uno de mis guardaespaldas la acompañará.

      –No es necesario.

      Su mirada se tornó fría.

      –Yo soy el que decide qué es necesario.

      –Vaya.

      Izzy no pudo evitar esbozar una sonrisa, como si el innato poder de mando de aquel hombre le resultara divertido.

      –¿Quiere que lo llame «señor»?

      Rafiq lo consideró. Después de todo, era a eso a lo que estaba acostumbrado. Aun así, había algo en la irreverencia de aquella mujer que le resultaba atrayente. Le divertía y estimulaba su sentido del humor. No le cabía ninguna duda de que no dejaría de llamarlo «señor» si se enteraba de que era un príncipe heredero.

      –No, prefiero que me tutees. Llámame Rafiq.

      –¿Vives en el Reino Unido?

      –No, vivo en Zenara.

      –Nunca he oído hablar de ese sitio –replicó Izzy en tono de disculpa.

      Estaba de espaldas a él, recogiendo los bártulos de limpieza.

      –Está en Oriente Medio –explicó Rafiq–. Supongo que el examen no era de Geografía.

      –No, de inglés. Es mi último curso y estoy haciendo los exámenes finales –contestó y, al pasar a su lado, sus caderas chocaron–. Lo siento, pero será mejor que me dé prisa y vaya a comprar algunas cosas.

      Y así de aquella manera tan sencilla, una mujer había robado la atención de Rafiq. Una mezcla de fastidio, sorpresa y algo parecido al placer lo invadió solo porque ninguna mujer lo había dejado plantado. Siempre coqueteaban, charlaban, batían las pestañas y, en definitiva, hacían cualquier cosa para captar como fuera su interés. Estaba seguro de que no se lo pondría fácil, pensó satisfecho ante la idea de afrontar un reto.


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