Luna azul. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
Es un buen consejo también en este caso, estoy seguro. Salvo porque de hecho no estoy seguro.
—¿Por qué no?
—El tipo fue famoso durante un rato acá. Todo el mundo hablaba de él. Irónicamente Meg Shevick hizo un gran trabajo con las relaciones públicas. Mucha mitología sobre el sector de tecnología, muchas cuestiones sobre el emprendedor joven, mucho sobre el giro de inmigración positivo, sobre cómo llegó al país sin nada y cómo había triunfado. Pero yo también escuché cosas negativas. Acá y allá, fragmentos, chismes, comentarios, todo desconectado. Todo de oídas y sin confirmar, además, pero dicho por personas que deberían saber. Me obsesioné de manera extraña intentado resolver cómo encajaban todas esas piezas, detrás de la imagen pública. Parecía haber tres temas principales. No pensaba más que en sí mismo, era moralmente objetable y parecía tener mucho más dinero del que debería. Mi teoría personal disparatada era que si unías los tres puntos de la única manera en que se podían unir, entonces lógicamente te veías forzado a sacar la conclusión de que se estaba llevando la mejor parte. Lo cual habría sido fácil para una persona moralmente objetable. En ese momento había un tsunami de efectivo. Era una locura. Creo que era irresistible. Creo que levantó millones de dólares del dinero de los inversores y se los guardó abajo del colchón.
—Lo que explicaría por qué la empresa se hundió tan rápido —dijo Reacher—. No tenía reservas. Se las habían robado. La hoja de balance era un desastre.
—El punto es que el dinero podría seguir estando ahí —dijo Isaac—. O la mayoría. O una parte. Todavía debajo de su colchón. En cuyo caso la demanda civil valdría la pena. Contra él personalmente. No contra la empresa.
Reacher no dijo nada.
Isaac dijo:
—El abogado en mí me dice que es una posibilidad de cien a uno. Pero me molestaría mucho ver hundirse a los Shevick sin chequearla. Pero no sé cómo hacerlo. Acerca de eso necesito consejo. Un estudio de abogados de verdad contrataría a un investigador privado. Localizarían al tipo y revisarían sus documentos. Dos días después lo sabríamos con seguridad. Pero el proyecto no tiene el presupuesto. Y a nosotros no nos pagan lo suficiente como para que juntemos plata entre nosotros para eso.
—¿Por qué necesitarían localizar al tipo? ¿Desapareció?
—Sabemos que sigue en la ciudad. Pero está escondido. Dudo de si lo podría encontrar yo mismo. Es muy inteligente, y si estoy en lo correcto además es muy rico. No es una buena combinación. Aumenta las probabilidades.
—¿Cómo se llama?
—Maxim Trulenko —dijo Isaac—. Es ucraniano.
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