Sangre helada. F. G. HaghenbeckЧитать онлайн книгу.
en varios círculos intelectuales, y en la Ciudad de México, aunque algunos historiadores fueron escépticos, el gobierno decidió enviar una misión arqueológica a la zona en búsqueda de aferrarse a un indigenismo latente que había servido como escudo político ante lo foráneo, en especial con la guerra en Europa y las presiones de entrar en ella. En el pueblo de Perote y cercanías, los habitantes habían ya aceptado que dicho descubrimiento iba a significar un cambio radical en su estilo de vida, comparándose con Monte Albán en Oaxaca o Palenque en Chiapas. Una gran pancarta se colocó en la plaza por orden del presidente municipal. En ella se leía: “Éste es el sitio donde nacieron nuestras raíces, bienvenido”.
Antes de que el invierno impidiera los trabajos, arribó una comitiva de arqueólogos liderados por Marina Guerra. Fueron dispuestos específicamente por el secretario de Defensa Lázaro Cárdenas y el secretario de Educación Pública Octavio Véjar Vázquez para ofrecer, en corto plazo, el aviso de un hallazgo arqueológico importante a nivel mundial. Anuncio importante en tiempos en que las historias positivas escaseaban. Los primeros restos materiales y óseos fueron hallados e inmediatamente se desató el júbilo en el pueblo: las campanas de la iglesia repicaron y se dispusieron peregrinaciones para celebrar el descubrimiento. Ellos se estaban convirtiendo en los nuevos héroes nacionales: la ciudad de Perote, como Marina Guerra, a quien por lo pronto comenzó el rumor de que se nombraría doctora honoris causa por la UNAM. El alcalde pidió que los restos arqueológicos fueran conservados en el pueblo y no se trasladaran a la capital, aprovechando la situación para pedirle al gobierno central que instalara alumbrado público, alcantarillado, una escuela y nuevas carreteras. Resultaba obvio que todo el descubrimiento era parte de una disputa política entre hispanistas e indigenistas, así como el control de los símbolos nacionales.
Finalmente el culto sobre los nuevos descubrimientos de figuras con temas mortuorios, así como la capitalización simbólica de lo que podía ser la tumba de un dios mexica, mostraron que los mecanismos nacionalistas invocados por las elites políticas podían realizarse en cualquier parte. Sin embargo, la imagen de una mujer implicada en la invención de la historia nacional no iba a ser aceptada fácilmente en un momento social y político en que la situación de las mujeres en México estaba en entredicho. A Marina Guerra se le infamó, como si la nación no pudiera sobrellevar la idea de que una mujer realizara un hallazgo tan emblemático. Por ello, se le olvidó, dejándola sin apoyo ni cobertura mediática. Lo que pudo ser uno de los grandes descubrimientos quedó como un pie de página, olvidado por el pueblo, el gobierno y la prensa. Nunca se enteraron de que Xipe Tótec, nuestro señor desmembrado, el gran dios rojo, deidad de la vida, la muerte y la resurrección, había despertado para recuperar su dominio, sólo por que lo había revelado una mujer.
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