Arriesgando el corazón. Amanda BrowningЧитать онлайн книгу.
parte. Pero no se atrevía a moverse para buscarla. Miró con más cuidado hacia la puerta con el cartel que indicaba quien era su ocupante, o sea, el editor. Lo que habría sido cierto si su primo estuviera presente. Lance sólo estaba utilizando el despacho en su ausencia.
Realmente él era un experto en finanzas, al que llamaban para salvar negocios, tanto grandes como pequeños. Había conseguido una buena reputación con los años por sus éxitos. Había ido a Maine para cenar con un viejo amigo y había aprovechado la oportunidad para ir a ver a Nick. Desafortunadamente, Nick no estaba así que, mientras esperaba su regreso, había aprovechado la oportunidad para quitarse de encima un poco del cansancio ocasionado por el viaje y la diferencia horaria.
Pero esa belleza enfadada no era consciente de nada de eso. Había dado por hecho, razonablemente, que él era el editor, pero se había equivocado. Se dio cuenta de que debía aclarárselo antes de que llegara más lejos, pero algo se lo impidió. No tenía problemas para justificar esa falta de cortesía por su parte, ya que ella había sido la primera en no ser nada cortés al entrar como lo había hecho. Ya se lo aclararía todo más tarde.
–Puede usted suponer lo que quiera, siempre y cuando lo haga en voz baja –le dijo.
Ella se cruzó de brazos y Lance supuso que también estaría golpeando el suelo con la punta del zapato. Ciertamente era una criatura apasionada y era una lástima que no canalizara esa pasión en algo más agradable para los dos.
Ese pensamiento lo sorprendió. Normalmente no se dedicaba a fantasear con las mujeres en medio de una jornada laboral, pero lo cierto era que en ese momento no estaba trabajando. De repente tuvo una sorprendentemente erótica visión de esas largas piernas envolviéndolo en medio del calor de la pasión. No pudo recordar que una mujer lo excitara tanto en tan poco tiempo en su vida. Y eso que había conocido a bastantes. Enfadada o no, esa mujer tenía un gran atractivo sexual.
Sin darse cuenta de lo que él estaba pensando, Kari sí que estaba golpeando el suelo con el zapato. O hacía eso o le tiraba algo a la cabeza. ¡Vaya un tipo! Se había esperado por lo menos un poco de consideración y él no le estaba dando ninguna. ¡Qué típico!
–Según eso, doy por hecho que es usted el responsable de esto –exclamó señalándole el ejemplar.
Lance se movió con cuidado de su cómoda posición, apoyó los codos en la mesa y la cabeza en las manos. Era la única manera segura de que siguiera encima de sus hombros. No debería haber bebido tanto el día anterior, pero no todos los días se le casaba a uno su mejor amigo. Se pasó una mano pesadamente por la cara y comprobó que necesitaba un afeitado, pero si lo hacía, seguramente el ruido lo mataría. Le dolieron los ojos cuando trató de leer el artículo, así que abandonó el intento. De todas formas, aquello no era asunto suyo.
–Sospecho que hay algo en esto que la ha molestado, ¿no es así, princesa?
Vio fascinado como la ira transformaba el color de los ojos de ella hasta ponerlos casi violeta. Se sintió tentado de volver a meterse con ella para ver cómo sucedía de nuevo.
Kari lo miró cada vez más irritada. ¡Vaya lamentable ejemplar de hombre! No era más que un chulo con ojos sanguinolentos, sin afeitar y con la ropa arrugada. Sólo se le podía ocurrir una razón para que estuviera en un estado semejante.
–¡Está borracho! –exclamó sin dudarlo.
Aquello ya era demasiado. El asunto había pasado a ser personal y el instinto de Lance lo impulsó a devolver el ataque. Se acomodó con el cuidado del que ya lo había hecho igual muchas más veces. Lo que no era precisamente cierto. Se había pasado con la bebida en bastantes ocasiones memorables durante sus treinta y cuatro años de existencia, pero eso no hacía de él un alcohólico.
–Corrección. He estado borracho, princesa. Ahora sólo estoy con resaca. La estaba durmiendo cuando usted hizo su… gran entrada –respondió él irónicamente.
–Hace que me sangre el corazón.
Lance sonrió. Muy bien, si ella quería jugar duro, él era su hombre.
–¿Sabe? Para ser una mujer hermosa, tiene una lengua muy amarga, princesa.
Cuando la vio ponerse pálida, pensó que había acertado, a la chica no le había gustado nada eso.
Pero no le había gustado porque ese comentario había abierto una herida que nunca se había cerrado del todo. Recordó a otro desconocido quejándose de su afilada lengua. Pero el método que había usado ese hombre para solucionar lo de esa lengua afilada había sido muy doloroso. Cerró de nuevo la puerta de sus recuerdos. No iba a pensar en eso esta vez.
–Hablo como lo siento. El que siembra vientos, recoge tempestades. El comportamiento de la prensa no merece ninguna consideración especial por mi parte.
–Ese es un comentario muy despectivo, ¿no le parece?
–¿Ha oído hablar alguna vez de la responsabilidad moral? No lo creo. Dudo seriamente que sepa siquiera lo que es la decencia.
Eso le afectó. Estaba a punto de perder la frialdad, cosa que no solía hacer con una mujer. Aquel estaba empezando a parecerle ya un mal día. Primero había tomado un vuelo que cualquier persona inteligente habría evitado y ahora estaba a punto de perder los estribos.
–Oh, sé lo que es la decencia, princesa. Es lo que me hace que le advierta una cosa, aunque sé que no me lo va a agradecer. En estos momentos mi paciencia está a punto de acabarse –dijo mirándola de una forma que solía hacer que la gente temblara en sus reuniones de negocios.
Pero, al parecer, esa mujer tenía nervios de acero. A pesar de todo, se sintió impresionado.
Kari ignoró su advertencia como él había pensado que haría.
–¿Sabe? Siempre pensé que la expresión «prensa basura» se refería a un nivel del periodismo. Pero no tenía ni idea de que un requisito para el trabajo fuera parecer como si realmente se hubiera estado revolcando en la basura también.
Lance la miró y pensó que esa mujer era o muy valiente o demasiado tonta como para tener miedo. Pero de todas formas, estaba demostrando ser un verdadero grano en el trasero.
–¿Se ha dado cuenta de lo poco a menudo que suelen aceptarse los buenos consejos? Debe gustarle vivir peligrosamente. ¿Es que toma cristales rotos para desayunar, lengua viperina?
–¡Por lo menos no desayuno con una botella! Pero la verdad, para escribir lo que escribe, debe ver el mundo a través del fondo de un vaso.
Eso hizo que Lance se pusiera en pie, movimiento que lo hizo gemir. La miró airadamente hasta que la cabeza dejó de dolerle. ¡Esa mujer no sabía cuándo parar!
–Princesa, ¿su tontería es de nacimiento o es algo que ha perfeccionado con los años? Ahora sólo estoy un poco molesto. No haga que me enfade.
Kate nunca había respondido bien a las amenazas, apoyó las manos en el borde de la mesa y lo miró desafiante.
–¿Oh, vaya! ¿He herido sus sentimientos? ¿Ahora ya sabe lo que es recibir un poco de la basura que reparten usted y los de su calaña!
Lance apretó los dientes visiblemente. Ya estaba harto. Había límites que nadie, hombre o mujer, podía traspasar.
–¿Ha terminado?
–Sólo acabo de empezar, rata…
Se calló repentinamente cuando, con un ágil movimiento, él rodeó la mesa y, a pesar de su lamentable estado, se irguió amenazadoramente sobre ella.
–¡Muy bien! ¡Se acabó el ser agradable y buena persona! –gritó Lance.
Kari no retrocedió, a pesar de que ese súbito movimiento la había sorprendido. Su tamaño la sorprendió también. ¡Era grande! Un metro noventa o así. De repente se le secó la boca. Para ser un hombre dado a la bebida, era realmente impresionante. Sus hombros eran anchos y llenaban a la perfección la arrugada chaqueta. Incluso en el estado en que estaba, emanaba virilidad.