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Las mujeres de la orquesta roja. Jennifer ChiaveriniЧитать онлайн книгу.

Las mujeres de la orquesta roja - Jennifer  Chiaverini


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treinta y siete. Diciembre de 1936-enero de 1937

       Capítulo treinta y ocho. Marzo-agosto de 1937 Greta

       Capítulo treinta y nueve. Octubre-diciembre de 1937

       Capítulo cuarenta. Enero-junio de 1938

       Capítulo cuarenta y uno. Marzo-septiembre de 1938

       Capítulo cuarenta y dos. Octubre-noviembre de 1938

       Capítulo cuarenta y tres. Noviembre de 1938-abril de 1939

       Capítulo cuarenta y cuatro. Mayo-agosto de 1939

       Capítulo cuarenta y cinco. Agosto-septiembre de 1939

       Capítulo cuarenta y seis. Septiembre-octubre de 1939

       Capítulo cuarenta y siete. Noviembre de 1939-marzo de 1940

       Capítulo cuarenta y ocho. Marzo-junio de 1940

       Capítulo cuarenta y nueve. Julio-septiembre de 1940

       Capítulo cincuenta. Octubre de 1940-enero de 1941

       Capítulo cincuenta y uno. Febrero-junio de 1941

       Capítulo cincuenta y dos. Junio-julio de 1941

       Capítulo cincuenta y tres. Julio-noviembre de 1941

       Capítulo cincuenta y cuatro. Octubre-diciembre de 1941

       Capítulo cincuenta y cinco. Diciembre de 1941-mayo de 1942

       Capítulo cincuenta y seis. Mayo-julio de 1942

       Capítulo cincuenta y siete. Agosto-septiembre de 1942

       Cuarta parte

       Capítulo cincuenta y ocho. Septiembre-noviembre de 1942

       Capítulo cincuenta y nueve. Diciembre de 1942-enero de 1943

       Capítulo sesenta. Enero-febrero de 1943

       Capítulo sesenta y uno 15-16 de febrero de 1943

       Capítulo sesenta y dos 1943-1946

       Nota de la autora

       Agradecimientos

      A las resistentes de ayer y de hoy

      Prólogo

      Noviembre de 1942

      Mildred

      Las pesadas puertas de hierro se abren y por unos instantes Mildred se queda inmóvil, parpadeando bajo la luz del sol. Una súbita ráfaga de aire fresco le acaricia la cara y le agita el cabello, dejándola sin aliento. El guardia la empuja para que pase al patio de la prisión, agarrándola del brazo con firmeza, haciéndole daño. Hay otras mujeres, todas ellas vestidas con idéntica indumentaria parduzca e informe, paseando despacio en parejas por el perímetro del cuadrado de grava. Las celdas de la prisión interna del cuartel general de la Gestapo de Prinz-Albrecht-Strasse están tan abarrotadas que apenas pueden moverse, y las presas aprovechan estos momentos para estirar los brazos y mirar al cielo, como bailarinas, como hojas de otoño secas esparcidas por una racha de viento.

      ¿Cuántas de ellas no habrían de volver a conocer más libertad que aquella?

      —Nada de hablar —le recuerda el guardia, dándole un último empujón. Mildred tropieza, recupera el equilibrio y, como tiene prohibido pasear con las demás, echa a andar por la diagonal que une dos esquinas de los altos muros circundantes. Lo lleva haciendo cada día, durante diez preciados minutos, desde que la arrestaron hace dos meses, y, sin darse cuenta, sus miembros agarrotados y doloridos se adaptan a la rutina.

      De manera deliberada, yergue la cabeza y da zancadas largas y regulares en un falso alarde de fortaleza que le cuesta un gran esfuerzo. Ha perdido peso, y por los mechones que se encuentra cada mañana en el camastro sabe que el exuberante cabello rubio de antaño es ahora quebradizo y blanco. Sufre continuos ataques de tos. Esa misma mañana, al apartar la mano de la boca y de la nariz, se ha visto gotitas de sangre en la palma. No hay medicina de sobra para la gente como ella, para los traidores al Tercer Reich, aunque ¿es correcto llamarla «traidora», teniendo en cuenta que es estadounidense?

      Ni a sus carceleros ni a la ley, según la cual es estadounidense de nacimiento y tiene doble nacionalidad en virtud de su matrimonio, les importa. Para Adolf Hitler sí que tiene importancia, y mucha, que sea estadounidense, o eso le han dicho a ella. Y sin embargo Alemania es su hogar adoptivo, el lugar de nacimiento de su adorado esposo. Precisamente porque no soportaba separarse de él, se había quedado en Berlín incluso después de que el Gobierno de Estados Unidos advirtiese a sus ciudadanos que salieran del país.

      Arvid. Se le parte el corazón al imaginárselo languideciendo en una celda abarrotada, fría y tenebrosa como la suya, en algún lugar no muy lejano, pero, en cualquier caso, inaccesible para ella. Los dos están pendientes de juicio. Quizá se vuelvan a encontrar en la sala de justicia, ellos y todos sus valientes y desafortunados amigos de la célula de resistencia que los nazis llaman Rote Kapelle, Orquesta Roja, por la «música» que emitieron a los enemigos del Reich. Se le hace raro que la Gestapo los considere un enemigo tan formidable como para merecer un nombre tan siniestro, como sacado de una novela de espías…, y eso que en la difusa red de escritores, profesores, economistas, burócratas, oficinistas y obreros no cuentan con un solo espía profesional.

      Son personas corrientes, de todas las profesiones y condiciones sociales. Su querida amiga Greta Kuckhoff se crio en la pobreza, trabajó para pagarse los estudios y está decidida a darle a su hijo una vida mejor. Sara Weitz tuvo una vida rica y privilegiada hasta que los nazis tacharon a los judíos de indeseables y los despojaron de todos los derechos civiles y humanos. A Mildred se le parte el alma cuando piensa en Sara y en los demás estudiantes de su círculo: valientes, resueltos, idealistas, con toda la vida por delante, arriesgando más de lo que alcanzan a entender. ¿Dónde estarán


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