Suya por una noche. Sandra FieldЧитать онлайн книгу.
no era barata. ¿Estaría también ella detrás de él, persiguiendo la seguridad de una gran cuenta bancaria?
¿Como la madre?
Claro que la hija era veinte años más joven y mucho más guapa.
Alicia había atrapado a Benson con poco esfuerzo. ¿Le tocaría a la hija conseguir al director de la empresa, al que realmente tenía el dinero? Simplemente lo estaba haciendo un poco más sutilmente que las otras mujeres que conocía.
¿Sutilmente? ¿O maliciosamente? Debía tener cuidado. Después de todo, Devon no le había facilitado nada.
¿Podría estar equivocado? ¿Realmente era tan hostil como parecía?
—¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre? —preguntó el pastor.
—Yo lo hago —dijo Devon claramente, y sonrió a su madre.
Aquella sonrisa hizo que Jared se apartase levemente hacia un lado. Le costaba prestar atención al servicio religioso. Debía parecer un idiota, pensó él.
Devon había estado en montones de bodas. La mayoría de la gente de su edad estaba casada. Ella había pensado que era inmune a todo aquel ritual, pero aquel día las palabras del sacerdote, tan sencillas y sin embargo con tanta fuerza, la habían afectado: «Para amarse y cuidarse…» ¿Quién la había cuidado, excepto su casi olvidado padre? Alicia, no. Ella había estado demasiado ocupada en romances de continente a continente. Tampoco ninguno de sus padrastros. Steve, no, ciertamente, quien había sido su amante durante tres años. Ni más recientemente Peter, quien, afortunadamente, no se había transformado en su amante.
¿Y qué? No necesitaba que la cuidasen. Ella era una mujer inteligente, independiente, de treinta y dos años, eficiente en un trabajo difícil y que había construido toda su vida evitando la intimidad y las relaciones duraderas y estables.
Entonces, ¿por qué se sentía tan emocionada como una novia?
—Hasta que la muerte los separe…
Alicia se había separado del padre de Devon por la muerte de este, y según Alicia, él había sido el amor de su vida, una historia que cobraba más importancia con cada nuevo divorcio. Devon tenía siete años cuando había muerto su padre. Recordaba perfectamente cuando su madre se lo había dicho…
¡Oh! Estaba más sensible que una novia. No quería llorar. Y no lo haría. Aparte de otras cosas, confirmaría su baja opinión sobre las mujeres a Jared Holt: seres irracionales, a merced de sus sentimientos. No como él.
Jared le había dado el anillo a su padre. Y el sacerdote estaba pronunciando unas palabras en latín. Nerviosamente Devon le dio el anillo a Benson. Se le escapó de entre los dedos y cayó en medio de las orquídeas. Ella lo buscó entre las flores, estropeando los caros pétalos. Al ver que no salía, sacudió el ramo y con un suspiro vio que el anillo caía al suelo y que rodaba por la alfombra verde. Hacia Jared.
Él se movió muy suavemente. Se agachó, recogió el anillo y se lo dio a ella. La miró a los ojos. No eran negros, como ella había creído, sino azules oscuros, impenetrables y fríos como un cielo invernal.
Devon pestañeó. Intentó no tocarlo al tomar el anillo de su palma. Se oía el murmullo de la gente. Ella se puso colorada y le dio el anillo a su madre.
Devon deseó que aquello terminase de una vez. No quería mostrar lo frágil que era. Seguramente Jared ya se habría dado cuenta. No se perdía detalle.
Benson besó a la novia con decoro. Su madre se veía feliz. Entonces la tía Bessie empezó a tocar el órgano otra vez. Benson tomó la mano de Alicia y sonrió. Luego empezó a caminar por el pasillo junto a su esposa.
Era el turno de ellos. Jared puso su mano encima de la de ella. El calor de su piel pareció quemarla. La mirada de Jared expresaba hambre. Ella sintió pánico. Luego, de pronto, aquel hambre desapareció, como si jamás hubiera estado allí.
Devon desvió la mirada de él y sonrió a los invitados. Con esfuerzo logró recuperar la voz y dijo:
—Tu tía se ha superado a sí misma.
Él no contestó y preguntó:
—¿Realmente te has querido burlar de mí poniéndote ese vestido, verdad?
Devon lo miró y le dijo:
—En este preciso momento nos están observando unas doscientas personas, algunas de las cuales, supongo, deben de ser amigos tuyos… Intenta controlar tu carácter. En cuanto a tu tía, cualquier músico que se precie debería ser capaz de improvisar.
—Jamás hace otra cosa que improvisar, y realmente me molesta mucho quedar en ridículo.
—Un poco más cerca de la señorita, señor Holt. Sonría… Así… ¡Estupendo! —exclamó el fotógrafo.
Cegada por el flash, y espantosamente consciente del roce de la cadera de Jared y de su hombro, Devon se tambaleó. Enseguida Jared la sujetó por la cintura. Instintivamente, ella supo que él podría haberla llevado en brazos por toda la casa sin mayor esfuerzo. Con una mano rodeándole las caderas, y la otra apretándola contra su pecho…
¿Qué demonios le pasaba? ¿Había perdido la cabeza?
Devon se soltó de él y guardó la compostura. Con alivio, vio que Alicia y Benson los estaban esperando.
—Madre, felicidades —dijo Devon cariñosamente, y le dio un beso en la mejilla. Luego extendió la mano a Benson—. Me alegro de conocerte. Lo que lamento es haberos hecho esperar.
Benson le dio un beso en la mejilla y dijo:
—Devon… Es un placer. Eres casi tan hermosa como tu madre.
Alicia soltó una risita de adolescente.
—Tienes mejor aspecto que tu hijo —respondió ella cordialmente—. Os deseo que seáis felices.
Alicia abrazó nuevamente a su hija, más relajada después de haber pasado la ceremonia, y en ese momento Benson se apartó un momento con su hijo y le dijo en un tono jovial:
—Necesitas gafas, hijo. ¿Desaliñada? ¡La chica es muy atractiva!
—¡Deberías haberla visto! —murmuró Jared.
—Gafas bifocales… —insistió Benson, tocando a Jared en el brazo.
Jared se mordió la lengua. Ya era bastante con que Devon lo hubiera puesto en ridículo como para que su padre insistiera en ello. Pero se desquitaría…
Devon había usado su sexualidad… Y ese vestido azul, para llamar su atención. Él podría usar su propia sexualidad para vengarse. Demostraría a Devon Fraser que no tenía que jugar con fuego.
—Estás muy callado, Jared —dijo Alicia provocativamente.
Jared se sacudió mentalmente, sonrió y, con buenos modales, felicitó a su madrastra y a su padre por su boda. Cualquiera que lo hubiera visto no se habría imaginado sus reservas hacia aquello, pero Devon se dio cuenta de su rigidez. Estaba fingiendo para el público. Y no sentía nada de lo que había dicho.
Los cuatro se colocaron para saludar a los invitados. Jared presentó incansablemente a Devon.
La tía Bessie apareció entre la gente. Llevaba un vestido naranja y un sombrero verde lima, y unas manos tan llenas de diamantes que Devon no podía imaginarse que hubiera podido tocar ninguna nota con ellas, ni mal ni bien. La mujer besó a su sobrino y le dijo:
—Es hora de que seas tú quien caiga en el anzuelo. No eres tan joven…
—Te has casado con tío Leonard en lugar de esperarme —dijo Jared—. Eso me ha roto el corazón.
Tía Bessie chasqueó la lengua, mirando alternativamente a Jared y a Devon.
—Me parece que esta jovencita te irá mejor. Tú debes de ser la hija de Alicia.
—Soy