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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara HannayЧитать онлайн книгу.

Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay


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recuperaba la normalidad.

      –Seguro que tiene muchas cosas que hacer.

      –He venido para que firme el contrato y hablemos de varias cosas. Sé que debería haberla llamado primero, pero tenía una cita por la zona y pensé que a lo mejor estaba usted en casa.

      Neen necesitaba salir de allí y tranquilizarse.

      –¿Está seguro de que tiene tiempo?

      –Lo tengo.

      –Iré por la correa de Monty.

      Sujetó la correa al collar y tras salir de la casa, cerró con llave la puerta principal. Evitó mirar el cobertizo, donde estaba su coche con las cuatro ruedas pinchadas, con la esperanza de que su enigmático jefe no reparara en ellas.

      –Me alegro de que haya aceptado el puesto de encargada, Neen. Tengo muchas esperanzas puestas en la cafetería y sé que usted es la persona ideal para regentarla.

      Su sonrisa era demasiado amable, demasiado compasiva… como si «supiera». Ella reprimió un suspiro.

      –Ha visto las ruedas, ¿verdad?

      Monty eligió ese momento para tirar con fuerza de la correa. Sin decir nada, Rico estiró el brazo y le quitó la correa de las manos. Olía a aire frío y a menta.

      –¿Ha ocurrido hoy?

      Ella cruzó los brazos y asintió. Habría jurado que dejó cerrada la puerta mosquitera, pero era evidente que no. Qué estupidez. Cerró los ojos y suspiró. Desde que se enteró de que habían impugnado el testamento de su abuelo, no daba pie con bola.

      –¿Ha informado a la policía?

      –Sí –tragó saliva y lo miró–. Señor D’Angelo, siento mucho haber… Estoy un poco nerviosa últimamente.

      –Mire, Neen, soy yo el que tiene que disculparse. No debería haberme presentado como lo hice. Lamento haberla asustado.

      Su mirada se había oscurecido y ella no dudó de su sinceridad.

      –Golpeé la puerta varias veces; podía verla al final del pasillo. La llamé.

      –Pero entre Monty y la radio, no le oí. No es culpa suya, señor D’Angelo. No tiene por qué disculparse.

      –Llámame Rico –le pidió él.

      El nombre le quedaba bien en cierto modo, dado su aspecto de italiano guapo y moreno. Pero Rico sonaba jovial y despreocupado y Neen no creía haber conocido nunca a alguien menos despreocupado. Era un hombre entregado a una misión; una misión importante. Y, como todos los tipos dispuestos a salvar el mundo, llevaba todo el peso de este sobre sus hombros. Eran unos hombros fuertes, pero nadie podía aguantar ese peso indefinidamente.

      Él se detuvo de pronto y se giró hacia ella.

      –Mira, no he podido evitar darme cuenta de que el tuyo era el único coche que tenía las ruedas pinchadas. ¿Pasa algo, Neen? ¿Ocurre algo que yo debería saber?

      Neen sintió un nudo en la garganta al darse cuenta de que, en aras de la seguridad de los empleados de la cafetería, tendría que contárselo. Temía que él decidiera retractarse y retirar su oferta de trabajo. Durante unos instantes, se quedó sin habla. Finalmente, señaló en dirección a la playa.

      –Vayamos allí, donde pueda soltar a Monty.

      Cuando llegaron a la arena, soltó al gigantesco perro, que echó a correr a toda velocidad hacia el agua y empezó a salpicar en todas direcciones.

      Rico sacudió la cabeza.

      –Te va a llenar la casa de arena.

      –La arena la puedo aspirar, y prefiero eso a que muerda los muebles. Una hora por aquí hará que se comporte como un corderito el resto de la tarde.

      Él se giró hacia Neen con las manos en las caderas y ella se encogió de hombros. No tenía sentido retrasar la inevitable conversación.

      –Lo de las ruedas no ha sido un incidente aislado. La policía está al tanto, pero no puede hacer mucho al respecto –suspiró hondo–. Hace cuatro meses rompí con un chico que, por lo que parece, no sabe aceptar un no por respuesta.

      –¿Te está acosando?

      –No tengo pruebas de que lo de las ruedas haya sido cosa suya –aunque su instinto le decía que así era–. Tiene una orden de alejamiento.

      ¡Parecía mentira que aun así se hubiera dejado la puerta principal abierta!

      Capítulo 2

      –NEEN.

      Rico le tocó el brazo y ella dio un respingo.

      –Lo siento, estaba distraída.

      Bajo la formal camisa de algodón sintió un brazo firme y cálido, y apartó los dedos con desgana. Durante unos preciosos segundos, la solidez que él emanaba le recordó que en el mundo había algo más que sus problemas y tribulaciones. Si seguía centrada en sus preocupaciones se perdería un montón de cosas: diversión, amistad, la alegría de la juventud. Había solicitado el trabajo en la cafetería de Rico para distraerse; Chris acabaría por aburrirse y dejarla en paz.

      Rico la observaba con los ojos entornados y ella trató de sonreír.

      –Hacía tiempo que no ocurría ningún… incidente y se ve que he bajado la guardia. Pero…

      –¿Pero qué?

      El oscuro cabello de Rico refulgía bajo el sol de primavera, adquiriendo una tonalidad rojiza. Se había quitado la chaqueta del traje, pero la corbata seguía perfectamente anudada al cuello.

      –Caminemos un poco –propuso ella, porque estar ahí parada mirándole le pareció, de repente, absurdo.

      –¿Qué ibas a decir?

      Ella se encogió de hombros mientras trataba de recordar qué había hecho al volver del supermercado. Había abierto la puerta con llave, Monty se le había abalanzado, ella había cerrado la puerta mosquitera para evitar que el perro se escapara y…

      –Estoy segura de que cerré la puerta mosquitera con llave.

      Era algo que hacía instintivamente.

      –¿Crees que alguien forzó la cerradura?

      –Seguro que estoy paranoica, nada más. Una semana después de que Chris y yo rompiéramos volví a casa una noche y me encontré todo abierto: la puerta principal, la trasera, todas y cada una de las ventanas… Seguro que todavía tenía una llave. Esa fue la primera vez que me mudé. La segunda fue cuando me desperté una mañana y vi que la casa en la que vivía de alquiler estaba cubierta de pintura roja.

      Rico empuñó la mano derecha y se quedó mirándola unos instantes antes de dirigir su mirada al mar.

      –Tengo pestillos en todas las puertas y ventanas, pero no en la puerta mosquitera. Normalmente no dejo las puertas abiertas, pero hoy hacía tan buen día que…

      –Deberías poder dejar la puerta abierta sin miedo a que te ataquen –dijo él, virulento.

      –Hoy he estado distraída porque he conseguido el trabajo –dijo ella sonriendo para tranquilizarlo, pero sin conseguir su objetivo–. Y esta noche tengo una cena que me está estresando bastante; necesito que todo salga bien. Por eso mandé a Monty al patio. Necesitaba treinta minutos para hacer los preparativos.

      –Y después de lo de las ruedas estabas alterada; es comprensible.

      No hizo mención de su exagerada reacción. No tuvo que hacerlo, flotaba en el ambiente. Aquella tarde, durante unos terroríficos segundos, ella había pensado que tendría que luchar por su vida. La boca se le secó al recordarlo. Empuñó las manos, decidida a no permitir que aquel hombre jugara con ella. No podía controlar las acciones de Chris, pero sí las suyas propias, y aunque


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