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Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen GreyЧитать онлайн книгу.

Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey


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* *

      Benedikt se arrancó la máscara y la observó desaparecer escaleras arriba.

      —Piernas de cabra… —murmuró entre dientes—. ¿Se creerá acaso que ella es la más hermosa del lugar?

      Se le escapó una sonrisa sin querer al ver que se detenía a pocos peldaños del final para desatar una de las sandalias, mostrando una buena porción de la piel blanca y torneada de su pantorrilla. Después, desató la otra y se dirigió con ellas en la mano hacia alguna de las habitaciones, perdiéndose en la oscuridad, ajena a la tensión que había despertado en su incauto observador.

      De pronto, el impulso que había sentido de pedirle un baile cobraba un matiz diferente, ya no le parecía una travesura sin sentido la idea de aprovechar la ocasión de zaherirla con sus pullas. Solo imaginar su cuerpo moviéndose entre sus brazos, sentir su piel bajo esa tenue capa de tela a escasos milímetros de sus manos, le causaba una excitación que no sentía desde hacía mucho tiempo.

      —¿Qué diablos…? —masculló.

      Esa mujer lo sacaba de sí en más de un sentido, y su visita amenazaba con convertirse en un infierno en un momento en que necesitaba la cabeza fría si quería mantener a su señor vivo y gobernando en su país.

      Con una maldición, decidió que la señorita Cassandra Ravenstook debía dejar de interesarle desde ese mismo instante.

      No se podía negar que el baile había sido todo un éxito. La velada transcurrió de modo agradable para todo el mundo, que aseguró no haberlo pasado mejor en mucho tiempo, para alegría del anfitrión.

      Incluso Joseph decidió asistir, y dedicó sendos bailes a Iris y a Cassandra, demostrando que era un excelente bailarín y un conversador amable y simpático cuando quería, a pesar de los rumores de que detestaba semejantes veladas. Se retiró temprano aduciendo uno de sus dolores de cabeza. Su mal aspecto llegó a preocupar a lord Ravenstook, que incluso llegó a ofrecerle los servicios de su médico personal.

      —No será necesario, milord —dijo Joseph con una amable reverencia—. No es más que la emoción del baile —añadió con galantería.

      —En ese caso, será mejor que os retiréis enseguida —respondió Iris, preocupada.

      —Por favor, señora, no os alarméis. No es nada que no se cure con algo de reposo.

      Iris le ofreció su mano, que él besó antes de alejarse tras ofrecerle una reverencia y una sonrisa trémula.

      —Qué extraño caballero —comentó Cassandra al verle alejarse.

      Nadie pareció escuchar sus palabras, pues en ese momento la orquesta comenzó a atacar las primeras notas de la cuadrilla y Charles se acercó con discreción y depositó en la mano de Iris una pequeña nota. Ella se sonrojó al notar el contacto de su mano y también al pensar lo que significaba que él le dejara un mensaje de esa manera. Una cita. Una cita secreta.

      Le sonrió y simuló que necesitaba ajustarse las cintas de las sandalias para agacharse y poder leer la nota.

      Se trataba de una sencilla esquela escrita con letra rápida y picuda que decía simplemente:

      Dentro de media hora junto a los rosales.

      C.

      Iris se volvió hacia el conde, al que había reconocido a pesar de su disfraz y asintió. Este cabeceó a modo de saludo y se alejó, dejando que los bailarines se aprestaran para la danza.

      Iris bailaría con su padre y con Cassandra, que esperaba en vano al caballero misterioso, al que no había vuelto a ver en toda la noche. El doctor Ambrose completaría el cuarteto.

      La cuadrilla se formó y avanzó, con más pena que gloria, por el salón, mientras los bailarines contaban para no perder el paso ni romper las figuras.

      Iris miraba el reloj que decoraba la repisa de la chimenea. Cassandra, a su vez, miraba a su alrededor en busca de alguien a quien no conocía, aunque vio salir al príncipe y a Charles junto con algunos más de sus hombres, con discreción y sin despedirse de nadie. Miró a su prima, pero esta no parecía haber visto nada y se dedicaba a mirar distraída hacia el reloj una y otra vez, como si esperase algo. Sus compañeros de baile, ajenos a las cuitas de sus hermosas damas, sonreían felices y relajados.

      De pronto, Iris se disculpó y se alejó rumbo al jardín, dejando el grupo deshecho, aunque su hueco lo ocupó una vieja vecina de los Ravenstook, ansiosa de bailar con el anfitrión y aprovechar la oportunidad de conocer detalles y cotilleos sobre el apuesto príncipe de Rultinia. Por desgracia, llegó tarde, porque este había desaparecido sin dejar rastro y lord Ravenstook ya no podría presentárselo.

      Junto a los rosales la oscuridad era casi absoluta, y la noche arrancaba una fragancia mareante a las hermosas flores, embriagadora en su simplicidad.

      Iris, sintiendo que un temblor nervioso amenazaba con hacerla caer, se inclinó sobre las rosas, dejando que su aroma la envolviera, como siempre que necesitaba pensar o calmar una turbación, por pequeña que esta fuera.

      —Hermosa noche —dijo una voz ronca a escasos centímetros de donde estaba su cabeza.

      Solo entonces se dio cuenta de que había un caballero sentado en el banco que su padre había mandado colocar en la rosaleda, pues su madre, que adoraba las rosas, pasaba allí horas y horas.

      —¿Sois vos? —preguntó Iris, sorprendida y asustada por la oscuridad.

      Miró hacia atrás. Era tan poco decoroso estar a solas con un hombre allí… Si los descubrían sería un escándalo.

      Él no respondió. Como todos los demás caballeros del baile, llevaba una túnica de color marfil y una máscara con forma de sol que le cubría el rostro casi por completo, haciéndolos idénticos entre sí. Sin moverse de donde estaba, se limitó a seguir mirándola a la escasa luz de las antorchas que jalonaban el sendero y que apenas servían para arrancar destellos de ojos y broches dorados.

      —Estáis hermosa. Sois hermosa —dijo él con voz ronca y extraña a causa de la máscara.

      Sintió más que vio que se levantaba y se acercaba.

      Iris se estremeció por sus palabras. Sonaban raras en la voz de Charles, o quizás era su voz la que sonaba rara. En todo caso, si era él, ¿por qué no se quitaba la máscara?

      De pronto sintió una mano fría recorriéndole el brazo y se apartó de un salto.

      —Lo de estos disfraces ha sido muy buena idea, querida.

      Antes de que se diera cuenta, él había deslizado la mano por su hombro y había bajado el tirante de cuerda, dejando una buena porción de pecho al descubierto.

      Ella intentó escabullirse de su lado, pero él la amarró contra sí, forcejeando para desvestirla.

      —¡No, Charles!

      Una risa masculina inundó la rosaleda.

      —No, muchacha. No soy vuestro Charles.

      Iris boqueó, sintiendo que le costaba incluso respirar a causa del pánico.

      —¡Soltadme! —exclamó tras unos instantes, empujándolo con todas sus fuerzas, sin conseguir apartarlo ni un ápice.

      Él aflojó un poco su presa, sin soltarla del todo, se quitó la máscara de un ademán displicente y la miró con una sonrisa burlona.

      En la penumbra, Iris fue incapaz de reconocer los rasgos de su atacante antes de que se abatiera sobre ella para besarla con voracidad.

      Paralizada, la joven solo podía evitar que él hiciera más avances hacia su cuerpo colocando las manos entre ambos, pero sabía que, si quería emplear más fuerza, jamás podría evitar que obtuviera lo que deseaba.

      Sintió que las lágrimas humedecían sus ojos, y que su cuerpo perdía su fuerza por momentos, mientras que él, sabiendo que su victoria estaba próxima,


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