Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen GreyЧитать онлайн книгу.
—Señor —dijo Conrad a sus espaldas, llamando su atención. Sus ojos delataban su miedo, aunque fingió ligereza al tenderle un paño húmedo y caliente con el que secarse el sudor—. Será mejor que os refresquéis si no queréis llegar tarde a la comida.
Joseph lo ignoró durante unos segundos eternos, mientras giraba la cabeza hacia un lado y apretaba la punta del sable todavía un poco más, haciendo que la gota de sangre se convirtiera en un pequeño hilillo que corría por el cuello de su criado.
Bruno se estremeció de terror, sin poder evitar que su mirada se paseara de su señor a Conrad, suplicando su ayuda.
Al verlo, Joseph pareció volver en sí con una sonrisa de pesar. Apartó el sable, miró el filo sucio de sangre y se lo lanzó a Bruno con una mueca de asco. Luego extendió una mano y se la ofreció a Bruno para que se levantara. Este la miró durante unos segundos antes de tomarla e impulsarse para ponerse en pie. Miró a su señor desde una distancia prudente.
—Por favor, discúlpame, Bruno, no sé qué me ha ocurrido —se disculpó Joseph sin poder apartar la mirada de la herida todavía sangrante en el cuello de su ayudante.
Antes de que pudieran detenerle, Joseph se alejó con paso rápido rumbo a la mansión, mientras Conrad y Bruno le miraban sorprendidos.
Conrad no se detuvo para ayudar a su camarada, sino que siguió a su señor al interior de la casa y se apresuró a prepararle un baño rápido y la ropa que usaría durante la comida.
Desde la noche del baile, su señor no había salido del dormitorio y esa mañana parecía sentirse como un león enjaulado, preso de una insólita energía. No le extrañaba que hubiera perdido el control en la lucha contra Bruno, ya que Joseph era un gran espadachín y en ocasiones perdía la noción de la realidad cuando luchaba, olvidando que se trataba de un mero entrenamiento.
—Señor…
—¿Sí?
Conrad dudó unos instantes mientras añadía un poco más de agua fría al baño. Joseph gruñó al sentir el agua cayendo por su cuerpo, tenso por la excitación y la exaltación del ejercicio. Todavía tenía el ceño fruncido por lo que había ocurrido y apenas había pronunciado una palabra desde el incidente con Bruno.
—Quizá deberíais salir más de vuestro dormitorio y mezclaros con los demás habitantes de la casa. Estáis demasiado tenso y eso os provoca…
Joseph abrió los ojos y clavó una mirada tan fría en su criado que este se arrepintió al instante de haber hablado.
—¿Desde cuándo tienes derecho a inmiscuirte en mis asuntos personales? Maldito seas.
Conrad se estremeció ante su mirada y su tono. Joseph sonrió y le lanzó el trapo que había estado usando para restregarse el cuerpo, empapándole el frente de la camisa.
—Me alegra que te preocupes tanto por mí. Eres un buen hombre, Conrad. Y ahora sé bueno y prepárame la ropa. Creo que tienes razón en cuanto a lo de mezclarme con los demás. A estas alturas lord Ravenstook y esas muchachas deben de pensar que soy un ermitaño. ¿Sabes? Creo que voy a pedirles que me lleven a visitar esas famosas ruinas, ¿qué te parece?
El criado asintió, aunque no pudo evitar notar que había un cierto tono forzado en su voz.
—Os sentará bien el paseo, señor.
—Conrad… dile a Bruno que lo siento, por favor.
El criado sonrió.
—Estoy seguro de que él sabe que no deseabais hacerle daño, señor.
Joseph sonrió.
—Supongo que no —respondió antes de salir de la habitación rumbo al comedor.
Cassandra se sorprendió cuando vio que Iris se levantaba y se preparaba para bajar a comer con los demás.
Se acercó a ella y le tomó una mano. La joven rubia le devolvió el apretón con sorprendente fuerza y le sonrió.
—Avisa a Susan para que me ayude a peinarme, por favor.
—¿Estás segura de que estás bien?
Iris intentó tranquilizar a su prima, pero no pudo evitar un ligero temblor en su voz al responder que debía parecer fuerte para no preocupar a su padre más de lo debido. Cassandra comprendió que tenía razón, si Iris no aparecía pronto, habría demasiados rumores en los alrededores, si no los había ya.
—Iré a buscar a Susan y a avisar a Ursula de que bajarás a comer. Mi tío estará encantado de no tener que avisar al doctor. Ayer sospechaba de una terrible epidemia —comentó, aparentando una ligereza que no sentía.
Mientras dejaba a su prima a solas, se preguntaba cómo reaccionaría al encontrarse entre los invitados de su padre, ya que todavía creía que entre ellos podía encontrarse el que la había atacado la noche de la fiesta. ¿Sabría controlar sus emociones por el bien de su padre?
Y sir Benedikt, que le había jurado encontrar al culpable, ¿habría hecho ya algo para hacerle pagar sus culpas, como había prometido?
Con un arrebato de furia se preguntó por qué en las últimas semanas cada cadena de pensamientos le llevaba a ese irritante caballero. De acuerdo en que le debía un enorme favor y no era tan superficial y ridículo como siempre había creído, pero nada de ello justificaba que siempre anduviera rondando su mente.
Tal vez se debía a que lo sucedido a su prima llenaba cada hora y minuto de sus pensamientos, y él estaba muy implicado en todo lo que había ocurrido, luego era lógico que él estuviera enredado en ellos.
Quizás por eso incluso había soñado con él esa noche. O al menos creía que era él. Al principio se trataba del caballero burlón del baile, aquel del que ella se había burlado diciéndole que tenía patas de cabra. El muy patán le había prometido un baile y después no había osado volver a aparecer. Luego, sin saber el motivo, ese caballero misterioso se había convertido en sir Benedikt, y ya no llevaba aquel absurdo disfraz de dios romano, sino que estaba tal cual lo había visto la tarde anterior, en su dormitorio, con la camisa húmeda, transparente a la luz del fuego, el cabello convertido en llamas y los ojos en cálidas esmeraldas, acercándose cada vez más, tocándola como aquel día en las ruinas de la abadía.
Y ella había sentido calor. Mucho calor. Sobre todo cuando recordó que él casi… ¿Casi qué?
Cassandra se detuvo de golpe al darse cuenta de hacia dónde se dirigían sus pensamientos y de dónde se encontraba.
De hecho, hacía varios minutos que Ursula le hablaba y ella no tenía ni la más mínima idea de lo que le estaba diciendo.
Sintió que se sonrojaba como no le sucedía desde hacía años. Como nunca le había ocurrido, de hecho. Con auténtico pánico, se llevó la mano al pecho y se preguntó si no estaría empezando a sentir algo por aquel maldito escocés. Imposible. Impensable. Antes prefería… bien, no sabía qué prefería, pero en todo caso no podía sentir nada por él que no fuera agradecimiento. Él no la soportaba, ni ella a él. Sentir algo por sir Benedikt que fuera más allá de una ligera amistad sería un error, sobre todo cuando él se marcharía muy pronto a su país.
Iris paseaba por la galería del piso superior, tal vez esperando a su prima, ya que miraba en dirección a su dormitorio una y otra vez, cuando la vio. Ver su aire de miedo e intranquilidad le encogió el corazón. Ninguna mujer debería tener miedo en su propio hogar, a sus propios invitados.
Sintió un ramalazo de ternura al verla inclinar la cabeza hacia un lado para contemplar con aire pensativo el retrato de una joven belleza rubia, quizás buscando un posible parecido, mientras un rayo de sol incidía de manera oblicua en su cabello, haciendo que brillara, casi formando un halo a su alrededor.
Charles avanzó hacia ella, carraspeando justo antes de llegar a su altura, por temor a asustarla si le hablaba de pronto, sin avisarla de su presencia, pero como si hubiera notado que se trataba de él, apenas se