La tentación del millonario. Kat CantrellЧитать онлайн книгу.
antes de conducirla a su elegante Ferrari rojo. El silencio y la incomodidad se instalaron en el vehículo, mientras recorrían la autopista hacia la casa de él, en Hollywood Hills.
Harper apenas pudo apreciar el paisaje que pasaba ante su vista. ¿Qué podía decir para que todo volviera a ser como antes?
Dante detuvo el coche ante la verja, pulsó el control remoto y la puerta de hierro forjado se abrió. Condujo por su propiedad hasta llegar frente a la villa de estilo español, todo ello sin decir una palabra.
Y así siguió hasta subir los escalones de la casa y entrar. Dejó las maletas en las baldosas mejicanas del amplio vestíbulo y miró a Harper con el ceño fruncido.
–Hace mucho tiempo que somos amigos. ¿Por qué va a cambiar eso, si exploramos qué más podríamos ser?
–Porque no quiero que seamos nada más –le espetó ella–. Todo esto me asusta.
¿Cómo iba a enfrentarse a los problemas en la empresa, al embarazo, al parto y a los dieciocho años siguientes con un hijo, si no contaba con la amistad que la había sostenido durante los diez años anteriores?
–Ven aquí.
Antes de que ella pudiera reaccionar, él la estrecho en sus brazos, algo que a ella siempre le había gustado, pero que ahora le resultaba distinto.
Muy distinto. Su torso le produjo cosquillas en sitios en que no debería producírselas. Se apartó de él, destrozada por no poder abrazarlo, porque las cosas hubieran cambiado sin su consentimiento.
Él la miró con expresión dolorida, pero se rehízo y se cruzó de brazos.
–¿Así que ahora no puedo abrazarte?
–Claro que puedes, si pierdes diez kilos de músculo –contestó ella, antes de darse cuenta de lo que le decía. Trató de arreglarlo rápidamente–. Quiero que las cosas sean como antes de convertirte en el doctor Sexy.
Lo cual no era una explicación mucho mejor.
Él llevaba mucho tiempo siendo el doctor Sexy. Lo que Harper quería decir era como antes de que se ella se hubiera dado cuenta.
Él sonrió.
–Creía que te gustaba.
Así era. Y ese era el problema.
Dante era uno de los pocos amigos que le quedaban que seguía siendo el mismo de siempre. O eso había creído ella hasta ese momento. No entablaba amistad con facilidad. Cass y Alex, dos de las tres mujeres con las que había creado Fyra Cosmetics, habían pasado a una nueva fase vital, ya que se habían casado y fundado una familia, lo cual era estupendo. No envidiaba su felicidad, pero notaba que la estaban dejando atrás.
Por eso había decidido tener un hijo sola, sin un esposo que esperara cosas de ella que no podría darle: intimidad, control y una promesa de amor eterno que nadie podía garantizar, ya que el amor solo era una serie de confusas señales químicas cerebrales.
Los hombres lo complicaban todo.
–¿Cuántos amigos tengo, Dante? Te será fácil calcularlo, ya que no se necesito un título universitario para contar hasta cuatro: Cass, Alex, Trinity y tú. Ahora supón que dos de mis amigas acaban de casarse y de formar una familia. Todo cambia a mi alrededor sin que pueda hacer nada para evitarlo. Necesito que tú sigas igual.
Porque ella era la que ya había cambiado las cosas, la que se había quedado embarazada, por lo que, por defecto, Dante debía ser la constante de la ecuación.
Pareció que él la entendía.
–Te da miedo que las cosas cambien.
–Estoy segura de que es lo que te acabo de decir.
Él se inclinó hacia ella y la agarró de los brazos.
–Así es, pero trato de entenderte. Lo que te importa no es que te haya besado, sino que tienes miedo de perder nuestra relación. Pero yo tampoco quiero perderla.
Sus ojos de color chocolate traspasaron los de Harper y, de repente, a ella no le gustó como la miraba. Sin embargo, siempre la había mirado así, y ella lo atribuía al afecto que sentía como amigo suyo. Pero ahora que él se había salido por completo de la vía amistosa, la incomodaba que él la acabara de besar de un modo que no podía calificarse precisamente así.
Ella negó con la cabeza y agarró las maletas como si fuera a hacer algo con ellas.
–Oyes lo que te conviene. Claro que me importa que me hayas besado, y todo lo que eso conlleva y lo que sucede después.
–¿Todo? –murmuró él–. ¿Te refieres al sexo?
Apareció en su rostro una expresión de deseo que hizo que el cuerpo de ella despertara a la vida con la promesa de sentirse como lo había hecho cuando él la había besado. Quería más y lo quería ya.
–Sí –ella cerró los ojos y lanzó un gemido–. No. Nada de sexo. Pero ¿qué conversación es esta? He venido a ver a mi amigo. ¿Cómo hemos comenzado hablar de sexo?
–Lo has planteado tú –le recordó él, lo que era innecesario–. Yo solo intentaba aclararme.
–El sexo no forma parte de esta conversación.
–¿Y si queremos que lo haga? –preguntó él en voz baja al tiempo que le subía las manos por los brazos para agarrarla por los hombros–. Tú también oyes lo que te conviene, si pasas por alto con tanta facilidad lo que intento decirte.
Pillada en falta, lo miró, desesperada por volver a un lugar donde pudiera estar a salvo en su relación con él.
–¿Qué intentas decirme?
–Nuestra amistad es lo más importante de mi vida, por eso intento salvarla. No puedo deshacer el beso. Y ahí hay algo que no va a desaparecer hasta que no lo exploremos. Harper… –dijo su nombre con veneración, y su sonido resonó en el cuerpo de ella–. Vuelve a besarme. Tómatelo como un experimento. Veamos hasta dónde llega esto, para que podamos solucionarlo de una vez por todas.
Ella cerró los ojos.
–Eso es todo un desafío.
–Dime que no y lo retiraré.
–No –automáticamente, él la soltó. Ella abrió los ojos y vio que se había alejado unos pasos y que la miraba con los ojos entrecerrados.
–¿Puedo saber, al menos, cuáles son las principales objeciones? Si acaso hay algo…
–Estoy embarazada, Dante –no sabía si reír o llorar–. Y esa es solo la primera de una larga lista de objeciones.
Capítulo Dos
La sangre huyó del cerebro de Dante.
¿Que estás… qué? –susurró.
–Embarazada –repitió ella.
–¿De un niño?
–La ciencia aún no ha conseguido cruzar el ADN humano con el de otra especie. Así que sí, de un niño. No quería decírtelo así, pero no me has dejado otra opción.
Él extendió la mano para buscar una superficie dura en que apoyarse, que fue una mesita de la habitación adyacente. Las piernas no lo hubieran sostenido mucho más tiempo.
–No lo entiendo. ¿Sales con alguien?
Era imposible. No podía haber nadie a quien ella respondiera con la misma intensidad que cuando la había besado; nadie a quien estuviera tan unida como hubiera jurado que lo estaba a él. Además, le hubiera contado que había un hombre en su vida. Pensó en la última vez que lo había hecho y tuvo que remontarse a la época universitaria.
Harper negó con la cabeza.
–No, ha sido inseminación artificial.