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E-Pack HQN Sherryl Woods 3. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Sherryl Woods 3 - Sherryl Woods


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pagar varias facturas de tintorerías el último verano que pasé aquí, porque se me cayó algo «accidentalmente» encima de algunos clientes.

      Cora Jane se echó a reír antes de admitir:

      –Algunos de ellos también habrían puesto a prueba mi paciencia.

      –Y yo estuve a punto de echarles agua helada encima a un par de borrachos cuando me enteré de que estaban intentando propasarse con vosotras –apostilló Jerry–. Si no lo hice fue porque vosotras mismas os encargasteis de ponerlos en su lugar.

      –Bueno, la verdad es que Gabi y yo no hicimos nada –le explicó Samantha, sonriente–. Dejamos el asunto en manos de Emily, que disfrutó de lo lindo con la venganza.

      –Sí, admito que fue todo un placer para mí –al ver que B.J. estaba escuchándoles con los ojos como platos, se inclinó hacia él y le dijo–: Lo que hice no estuvo bien, no sigas mi ejemplo.

      –Gracias –le dijo Boone con ironía–. Después de oíros hablar, voy a tener que desprogramarle antes de dejar que se acerque a un cliente en alguno de mis restaurantes. Nos enorgullecemos de ofrecer un servicio impecable y cercano.

      –Por suerte, la gente que viene a comer al mediodía casi nunca se alborota tanto –comentó Cora Jane–. Esa es una de las razones por las que prefiero que cerremos a media tarde, y que la cerveza sea lo más fuerte que tengamos en el menú. Que los otros locales ofrezcan si quieren el consumo descontrolado de alcohol, la música fuerte y esas cosas, este sitio está pensado para familias. Los fiesteros suelen optar por quedarse en la playa al mediodía.

      –Has hecho del Castle’s algo único, de eso no hay duda –afirmó Boone–. Es toda una institución en la zona, espero que mis restaurantes duren al menos la mitad de lo que ha durado este.

      –Cuentas con una buena cocina y ofreces un servicio magnífico –le dijo Jerry–, Cora Jane y yo nos quedamos impresionados la última vez que fuimos. Tuve una conversación con tu chef, y está claro que sabe lo que hace. Tiene influencias del estilo típico del sur de Luisiana, que ya sabes que me encanta.

      Emily escuchó con sorpresa creciente aquellos elogios que, viniendo de Jerry, eran todo un honor. Aunque estaba trabajando en un restaurante de la costa, sus credenciales como cocinero eran impecables y tenía un nivel de exigencia muy alto. Ella aún se acordaba de cuando su abuelo se lo había arrebatado a un restaurante de Luisiana.

      –Gracias, presté mucha atención a todo lo que me enseñasteis Cora Jane y tú –le dijo Boone–. Si estoy teniendo éxito es porque tuve los mejores profesores del mundo –se puso en pie antes de añadir–: Bueno, voy a quitar las mesas y a ayudar a limpiar antes de llevar a B.J. a casa. Será mejor que vosotras os vayáis ya, está a punto de anochecer y tenéis que conducir con cuidado. Han despejado gran parte de la carretera principal, pero seguro que en las secundarias aún quedan restos.

      –Tú has ido a la casa, ¿hay algo especialmente preocupante? –le preguntó Cora Jane.

      –Hay un montón de ramas en el jardín, pero el camino de entrada está despejado. Tened cuidado al entrar. Encendí la luz de fuera por si volvía la luz, he llamado antes a algunos de tus vecinos y me han confirmado que ya ha vuelto. No creo que tengáis problemas. No he visto ninguna gotera en el interior de la casa, pero será mejor que la reviséis a conciencia.

      –Gracias –le dijo Cora Jane, antes de darle un beso en la mejilla.

      –De nada. ¿Sigues empeñada en abrir mañana?

      Emily miró a su abuela con severidad al contestar:

      –Solo se servirá en las mesas de la terraza, hemos llegado a un acuerdo.

      –Entonces vendré temprano por si necesitáis ayuda, ¿a qué hora os va bien? –le preguntó él.

      –La abuela ha encargado que traigan un pedido de la panadería a las cinco y media –le contestó ella con sequedad.

      Él se echó a reír.

      –Típico en ella. Por eso tengo un restaurante donde solo se sirven cenas. Yo he pospuesto la reapertura hasta el fin de semana. Quiero darles tiempo a mis empleados para que tengan sus asuntos arreglados, hablen con sus compañías de seguros, lo que sea.

      –¿Podemos ir a ayudarte a ti en vez de quedarnos aquí? –le pidió Samantha.

      –Traidoras –dijo Cora Jane–. La familia es lo primero, que no se os olvide. Aquí estaremos todos, a las cinco y cuarto y con una sonrisa en la cara.

      Jerry se echó a reír al oír las quejicosas protestas de las tres hermanas, y comentó:

      –Bueno, al menos tú y yo sí que estaremos, Cora Jane.

      –Nosotras también, pero lo de las sonrisas es mucho pedir –afirmó Emily.

      Teniendo en cuenta el madrugón que les esperaba, sus hermanas y ella podían comprometerse, como mucho, a presentarse allí vestidas.

      Cuando Boone llegó a casa por fin aquella noche, bañó a un exhausto B.J. y le acostó de inmediato. Después llamó a Pete Sanchez, el gerente de operaciones de sus restaurantes, para que le dijera cómo iba todo.

      –Malas noticias, jefe.

      Aunque Pete tenía un año menos que él, había entrado a trabajar para él con diez años de sólida experiencia a sus espaldas. Estaba soltero y era muy activo, así que pasaba gran parte del tiempo supervisando los restaurantes de Norfolk y de Charlotte, con lo que le ahorraba a él tener que viajar; aun así, había regresado a Carolina del Norte en cuanto los residentes y los empresarios de la zona habían recibido permiso para regresar a las islas costeras.

      –Dime.

      Pete solía ser bastante comedido, así que, si lo que tenía que contarle le parecía malo, lo más probable era que pudiera considerarse algo desastroso.

      –Por lo que parece, el restaurante se ha inundado demasiadas veces, y las últimas reparaciones debieron de hacerse con materiales de baja calidad. Al quitar las moquetas hemos encontrado por todas partes secciones con tablas podridas.

      –¡Mierda! –masculló Boone.

      –Espera, que la cosa se pone peor. Hemos encontrado moho detrás de una parte del panel de yeso que queda en el lado más cercano a la bahía, donde el agua quedó estancada más tiempo. Es mucho moho, y bastante penetrante.

      –No me lo puedo creer –murmuró con frustración.

      Si había mucho moho, estaba claro que no era algo que hubiera pasado de un día para otro, por muy rápido que pudiera aparecer después de una inundación. Y las tablas del suelo no se habían podrido a raíz de aquel último huracán. Seguro que eran cosas que sus inspectores tendrían que haber detectado antes de que comprara el local.

      Soltó un suspiro y llegó a la conclusión de que iba a tener que considerarlo como una lección bien aprendida. La próxima vez iba a encargarle a un contratista que revisara todas las propiedades que se planteara comprar, y así se aseguraría de que la inspección no fuera superficial ni a favor del vendedor.

      –¿Por qué no me has llamado al móvil? –le preguntó a Pete, cuando tuvo controlado su mal genio–, le habría pedido a Tommy que fuera a echar un vistazo hoy mismo.

      –Lo he intentado, pero supongo que aún hay problemas con el servicio. Creo que el viento derribó una de las antenas repetidoras, o algo así. He conseguido contactar una vez y he intentado dejarte un mensaje, pero se ha cortado antes de que pudiera explicarte lo que pasaba.

      Boone se sacó el móvil del bolsillo, y al ver que la llamada había quedado registrada a primera hora de la tarde supuso que la había recibido cuando estaba atareado con la ruidosa sierra mecánica.

      –Lo siento, estaba echando una mano en el Castle’s.

      –Ya lo sé, por


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