Эротические рассказы

E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods


Скачать книгу
de mi propio negocio —dijo guiñándole uno ojo a Karen—. Llama si ves que empieza a ponerse histérica otra vez.

      Una vez se hubo marchado, Karen miró a Dana Sue con envidia.

      —Me encanta que haya estado dispuesto a dejarlo todo por venir a rescatarte.

      —Elliott haría lo mismo por ti —insistió Dana Sue mientras empezaba a reunir los ingredientes para los brownies—. Por cierto, ¿qué tal fueron las cosas anoche? ¿Arreglasteis vuestras diferencias sobre el tema del gimnasio?

      —No estoy del todo segura de que no vayamos a afrontar más responsabilidades económicas de las que nos podemos permitir. No estamos en la misma posición que todos vosotros, así que para mí la inversión inicial que tiene que aportar es enorme. Pero cuando se lo he dicho, se ha puesto a la defensiva y ha dado por hecho que no tengo fe en él —miró a Dana con frustración—. Y no es eso en absoluto.

      —No, aquí el problema es tu experiencia previa. Seguro que lo entiende.

      —Dice que sí —respondió y, encogiéndose de hombros, añadió—: Ya veremos. Aunque sigue sin hacerme mucha gracia que no me hubiera hablado del tema. Pero lo sabe, así que supongo que tendremos que ver si vuelve a dejarme al margen.

      —Dudo que lo haya hecho intencionadamente. Los hombres no piensan como nosotras. Les gusta fijarse en todos los detalles, considerar todas las posibilidades, anticiparse a nuestras objeciones y después ofrecernos lo que ellos creen que es un hecho consumado infalible.

      —¿Y eso te parece bien?

      Dana Sue se rio.

      —No mucho. Soy una maniática del control, ¿lo recuerdas? Solo Helen me supera en eso. Y puede que también Maddie.

      —Pero Ronnie y tú habéis encontrado un modo de solucionarlo, ¿no?

      —Ronnie y yo llevamos muchos años juntos, separándonos y volviendo a juntarnos. No ha sido una balsa de aceite, Karen. Lo sabes.

      Se detuvo mientras removía la masa del brownie con expresión triste.

      —Cuando me enteré de que me engañaba, por mucho que me juró que solo había sido una vez y en un momento de estupidez, lo odié. No confiaba en él ni un ápice. Quería que se fuera y Helen se aseguró de que lo hiciera. Mirando atrás, puede que no fuera lo mejor, y menos para Annie.

      Se encogió de hombros.

      —Pero al final nos encontramos otra vez. Desde que éramos niños supe que era el hombre perfecto para mí e incluso cuando estuve enfadadísima, una parte de mí no podía dejar de amarlo. Supongo que a eso es a lo que se refiere la gente cuando habla de almas gemelas. Nada las separa de verdad, al menos, no durante mucho tiempo.

      Karen asintió.

      —¿Es posible encontrar a tu alma gemela a la segunda? Porque seguro que yo no la encontré en Ray.

      —Creo que todos vimos algo especial entre Elliott y tú desde el principio. Así que, sí, diría que es tu alma gemela, lo cual no significa que sea perfecto —la miró fijamente—. O que tú lo seas.

      Karen se rio.

      —Créeme, lo entiendo. ¿Pero sabes qué es lo más asombroso? Que Elliott se piensa que lo soy.

      —¡Oh, vamos! —exclamó Dana Sue riéndose—. Entonces está claro que tienes que conservar a este hombre. Dale un respiro, ¿me oyes?

      Y Karen oyó lo que le dijo. Y hasta supo que, probablemente, tenía razón. Pero también sabía que si Elliott seguía dejándola al margen de decisiones importantes, sobre todo si había consecuencias económicas de por medio, no podría dejarlo pasar bajo ningún concepto.

      Elliott terminó la clase con su última clienta del día a media tarde. Estaba deseoso de ir a recoger a los niños a casa de su madre, adonde habían vuelto tras el colegio, llevarlos a casa, darles la cena y después relajarse un poco y, tal vez, tomarse una copa con su mujer. Ya estaba al tanto de la crisis que se había producido en Sullivan’s, sabía que llegaría tarde y que necesitaría algo con lo que desconectar. Después de la noche anterior y de la charla que habían mantenido esa mañana, había decidido que, en lugar de echarse a dormir como de costumbre, estaría esperándola después de un largo día de trabajo. Era un intento más para solucionar las cosas entre los dos.

      Pero cuando llegó a casa de su madre, encontró a su hermana mayor sentada en el porche delantero con gesto de abatimiento mientras veía a los niños correr por el jardín.

      —¿Va todo bien? —le preguntó a Adelia intentando tantear qué le pasaba.

      —Muy bien.

      —¿Dónde está mamá?

      —Ha salido, gracias a Dios. Estaba haciéndome demasiadas preguntas —dijo mirándolo fijamente y como lanzándole una indirecta.

      —Ah, ¿entonces debería hacer como si no viera que tienes muy mala cara?

      —Exacto.

      —Pues entonces tal vez te iría mejor si lograras sonreír un poco.

      —Que te den —le respondió—. Ahora que estás aquí, me marcho con mis hijos.

      Frunciendo el ceño, él le agarró la mano.

      —Adelia, ¿qué pasa? Te lo pregunto en serio.

      —Todo —le contestó con amargura—. En serio.

      Pero antes de que él pudiera proseguir, su hermana llamó a sus hijos, los metió en el coche y se marchó. Elliott se quedó mirando. No era propio de Adelia hablarle así. Tal vez sus otras hermanas sí que tenían mal genio de vez en cuando, y hasta podían resultar insoportables, pero Adelia siempre había parecido feliz. Se había casado con Ernesto Hernández muy enamorada y había tenido a su primer hijo siete meses después. Los otros tres habían llegado con una diferencia de diez meses. Se había esperado que su hermana estuviera agotada, pero la maternidad la había hecho resplandecer, al menos hasta hacía poco. Ahora estaba empezando a aparentar cada uno de los cuarenta y dos años que tenía.

      —¿Nos vamos a casa ya? —preguntó Mack sentándose a su lado e interrumpiendo sus pensamientos.

      —Sí —respondió Elliott levantándose y agarrando al niño de siete años para lanzarlo al aire hasta hacerlo reír.

      —A mí también —le pidió Daisy mirándolo con los ojos como platos y recordándole tanto a su madre que él no pudo evitar sonreír.

      —A las señoritas no se las lanza por el aire. Son tranquilas y sosegadas.

      —Yo no —respondió la niña con descaro—. Voy a ser como Selena.

      La referencia a su sobrina mayor lo hizo estremecerse un poco. Selena, de doce años, no era solo un chicazo al borde de la adolescencia, sino que ya empezaba a mostrar una vena rebelde que les traería muchos quebraderos de cabeza a Adelia y Ernesto.

      —No. Tú vas a ser Daisy, una personita única y especial. No necesitas imitar a nadie.

      —Pero Selena es guay —protestó Daisy—. Y ya le han comprado su primer sujetador.

      Tal vez Elliott podía manejar y controlar a las solteras senior del spa con sus comentarios carentes de pudor, pero estaba seguro de que la franqueza de Daisy iba a matarlo.

      —Jovencita, aún quedan unos años para que empieces a pensar en sujetadores.

      —Pero Selena dice que a los chicos solo les gustan las chicas con tetas grandes —dijo y después lo miró con gesto de perplejidad—. ¿Qué significa eso, Elliott? ¿Crees que tiene razón?

      —Significa que Selena tiene que establecer sus prioridades —respondió decidido a comentárselo a su hermana. Como poco, su sobrina tenía que ser más discreta cuando hablara con Daisy, que solo tenía nueve años, ¡por favor! Tenía que estar pensando en muñecas, no en sujetadores


Скачать книгу
Яндекс.Метрика