E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.
clases. Me encanta trabajar con la gente, pero tener un negocio, algo donde participe personalmente, podría darnos a Karen y a mí la estabilidad económica que tanto quiere para los dos. Es irónico que le dé tanto miedo el riesgo a corto plazo como para no ver el potencial a largo plazo.
—¿Y puedes culparla? —le preguntó Cal con toda razón.
—Por supuesto que no la culpo —respondió frustrado—. Sé muy bien por lo que ha pasado. Ray la hundió —y de pronto recordó que Cal le había dicho algo sobre Maddie, aunque no la había visto ahí fuera—. Por cierto, ¿dónde está Maddie?
—La he dejado hablando con Karen. A lo mejor ya ha tenido tiempo de ver qué le pasa. ¿Quieres volver a comprobarlo? No sé tú, pero yo me muero de hambre y dudo que alguna de ellas vaya a traernos la comida al aparcamiento.
Elliott lo miró sorprendido.
—¿Maddie también está cabreada?
—Cree que somos una panda de idiotas que hemos llevado mal el asunto desde el principio, así que está ahí dentro solidarizándose con Karen.
Elliott sonrió.
—Está claro que yo soy un idiota, pero no creo que tú te merezcas llevarte la culpa.
Cal le echó un brazo sobre los hombros con gesto afectivo.
—Ya te he dicho que las Dulces Magnolias siempre permanecen unidas. Puede que nos quieran a rabiar de manera individual, pero colectivamente, pueden volverse contra nosotros si creen que alguno nos hemos pasado de la raya. Tú, amigo mío, nos has puesto las cosas feas a todos. Una vez se corra la voz sobre lo de esta noche, y créeme que pasará, la mayoría de las mujeres no hablarán a sus maridos para solidarizarse con Karen.
—Y aun así estás hablando conmigo.
—Porque ya he pasado por eso —le dijo comprensivamente—. Y también todos los demás. Hemos aprendido muy bien a compadecernos los unos de los otros. Esto va a funcionar, Elliott. Encontraremos el modo de que así sea.
—Pues a menos que encontremos el modo de pulsar un botón para borrarle a Karen el recuerdo de su primer matrimonio, no sé cómo —respondió con tono sombrío.
—Deja que las mujeres pongan en marcha su astucia —sugirió Cal—. Después de todo, a ellas también les gusta la idea. Puede que tengamos que esperar un poco, pero creo que al final entrarán en razón.
—Eres un hombre optimista —dijo Elliott sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—Conseguí a Maddie en contra de todos los pronósticos, ¿no? No quería casarse conmigo. El sistema escolar al completo se oponía a nuestra relación porque era la madre de uno de los niños que entrenaba y, encima, diez años mayor que yo. El pueblo entero se escandalizó —sonrió—. Y míranos ahora, casados y padres de dos niños propios más los tres suyos. ¿Cómo no iba a ser optimista con cosas que están destinadas a suceder?
«Ojalá ese optimismo fuera contagioso», pensó Elliott. En cambio, entró en el local abatido y preguntándose si le hablaría alguien.
Karen se había sorprendido cuando Maddie se había sentado frente a ella justo después de que Elliott se hubiera marchado. Y se había quedado más sorprendida aún con sus primeras palabras.
—Qué insensibles pueden ser los hombres, ¿verdad? —le había preguntado su amiga.
La miró asombrada.
—¿Nos has oído?
Maddie negó con la cabeza inmediatamente.
—Las palabras no, pero he podido imaginarme el contenido. Cal me ha contado que el presupuesto proyectado es más elevado de lo esperado. Imagino que Elliott te ha traído aquí esta noche para contártelo esperando que no lo mataras en un lugar público.
A pesar de estar de mal humor, no pudo evitar reírse.
—Imagino que esa era su estrategia.
—Pues parecía estar de una pieza cuando ha salido de aquí —comentó Maddie.
—Probablemente porque estaba demasiado impactada como para pensar en qué arma utilizar para meterle algo de sentido común en esa cabeza dura que tiene.
—Qué pena que en los restaurantes ya no se pueda fumar. Los ceniceros suelen ser bastante gruesos para utilizarlos con ese fin.
—¿Por qué no me había fijado nunca en que tienes una vena algo sanguinaria?
Por extraño que pudiera parecer, Maddie se mostró complacida con el comentario.
—Lo sé, ¿no es genial? Creo que es una reacción a todos los años en que me mostré tan pasiva durante mi primer matrimonio. Cal parece fomentar el lado más pendenciero de mi naturaleza.
—Elliott suele hacer lo mismo conmigo —le confió Karen—. Creo que está arrepintiéndose de lo de esta noche. No le hace ninguna gracia que me haya negado a que ponga en peligro nuestra casa para conseguir más dinero e invertirlo en el gimnasio —le lanzó a Maddie una mirada lastimera—. No estoy siendo poco razonable, ¿verdad?
—No lo creo, pero no es ni mi matrimonio ni mi casa.
—¿Tú habrías accedido?
—¿Has visto ese enorme mausoleo en el que vivo? Era la casa Townsend que con mucho gusto recibí como préstamo en el acuerdo de divorcio. Si pudiera poner ese lugar en peligro, lo haría sin dudarlo, pero eso es una venganza, no estoy hablando en sentido práctico. A mi exmarido lo volvería un poco loco ver la joya familiar subastada. Yo estaría mucho más feliz en una de esas urbanizaciones donde vives tú, un lugar donde todo es nuevo y no se rompe con mirarlo.
—Podrías venderla y mudarte —le sugirió Karen.
—No sin el visto bueno de mi ex. Básicamente la tengo en préstamo hasta que nuestros hijos crezcan y eso se lo tengo que agradecer a Helen. Es una gran negociadora cuando está luchando por una amiga —suspiró—. Solo quedan un par de años hasta que Katie, la pequeña de mis hijos del primer matrimonio, se marche a la universidad y después la casa Townsend y yo nos separaremos para siempre. Tanto Cal como yo nos alegraremos de no volver a verla, pero por otro lado ha sido positivo que Ty, Kyle y Katie hayan podido vivir ahí, sobre todo cuando estaban destrozados por el divorcio. Seguir en la casa que habían conocido desde siempre les dio estabilidad.
La pizza que Karen y Elliott habían pedido llegó en ese momento y Maddie y ella se pusieron manos a la obra. Para cuando Cal volvió seguido de Elliott, ya solo quedaba una porción. Elliott miró el plato casi vacío.
—¿Y la cena?
—Estaba deliciosa —respondió Maddie—. No sé por qué nunca se me había ocurrido ponerle jalapeños.
Elliott sacudió la cabeza y miró a Cal.
—Creo que han pasado de nosotros —y mirando a Karen con cautela, añadió—: ¿Al menos podemos sentarnos con vosotras?
—Claro —contestó ella más calmada ahora que había tenido una conversación con alguien sensato que no intentaba convencerla para ir en contra de sus convicciones.
Pero justo cuando los dos hombres estaban a punto de sentarse, Maddie alzó una mano.
—Por ahora esta es una zona libre de asuntos del gimnasio. ¿De acuerdo?
Cal y Elliott se miraron y asintieron.
—Bien —dijo Maddie—. Porque la indigestión no aparece en la carta. Los jalapeños son lo más extremo que puede soportar mi cuerpo. Además, las citas deberían ser divertidas y relajantes.
Karen la miró sorprendida.
—¿Tenéis citas?
—Claro —respondió Cal—. Si no, nunca vería a mi mujer.
—¿Y cuántas veces a la semana? —preguntó Elliott