E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.
resignación.
—La gente ya me advirtió sobre estos machos hispanos. Sé que es un estereotipo, pero ya sabes a qué me refiero, a esos que hacen lo que quieren y esperan que sus mujeres los sigan sin rechistar. El padre de Elliott era así, pero jamás pensé que él fuera a serlo. Cuando estábamos saliendo era tan considerado y tan encantador...
—¿Estás segura de que te está ocultando cosas deliberadamente? —le preguntó Frances actuando con sensatez—. Podría haber un montón de explicaciones para el hecho de que no te haya mencionado esas cosas. Con dos hijos y dos trabajos, los dos estáis tremendamente ocupados. Vuestras agendas no siempre encajan a la perfección, así que el tiempo que pasáis juntos debe de ser muy escaso y cotizado.
—Eso es verdad —admitió Karen. Ella solía trabajar por la noche mientras que él se marchaba al spa a primera hora de la mañana. A veces eran como barcos que se cruzaban en la noche y sus agendas no les permitían mantener una comunicación real.
—Y cuando tenéis tiempo libre, ¿qué hacéis? —continuó Frances.
—Ayudamos a los niños con los deberes o los llevamos a la infinidad de clases extraescolares en las que están metidos. Después, caemos exhaustos en la cama.
Frances asintió.
—Pues no me digas más. No tenéis apenas tiempo para la clase de charlas profundas e íntimas que necesitáis mantener las parejas jóvenes, sobre todo cuando aún os estáis adaptando al matrimonio.
Karen torció el gesto.
—Frances, ya llevamos juntos un tiempo.
—Pero solo lleváis casados y viviendo juntos un par de años. Pasó mucho tiempo hasta que pudiste anular tu primer matrimonio. Ser novios es muy distinto de estar casado y establecer una rutina. Lleva tiempo encontrar un ritmo que funcione, uno que os permita todo el tiempo a solas que necesitáis para comunicaros de verdad. Imagino que Elliott tiene tantas ganas de eso como tú.
Hubo algo en su voz que hizo que Karen se detuviera un momento.
—¿Te ha dicho algo? Por favor, dime que tú no estás metida también en todo esto del gimnasio. ¿Es que soy la única persona de todo el pueblo a la que no se lo había dicho?
—Deja de ponerte frenética —le dijo Frances, aunque se sonrojó al hacerlo—. Elliott y yo hemos charlado hace un momento, pero no me ha dicho nada sobre el gimnasio. Es lo primero que oigo sobre el tema. Me ha dicho que no ha podido contarte algo importante porque los dos habéis estado muy ocupados, pero no me ha especificado nada.
—Ya veo —contestó Karen con cierta frialdad, y no demasiado aliviada ni por la explicación ni por el hecho de que más personas hubieran hablado a sus espaldas.
—Ni se te ocurra sacar de aquí más de lo que hay en realidad —la reprendió Frances—. Le he preguntado por qué ha estado tan distraído en la clase de hoy. Ha tartamudeado un poco y ha intentado disimular, pero al final ha admitido que te había estado ocultando algo. Le he dicho que no tiene ninguna buena razón para no comunicarse con su esposa —miró fijamente a Karen—. Verás que he dicho «comunicarse», no «gritar». La verdadera comunicación implica escuchar además de hablar.
Karen esbozó una débil sonrisa; la había reprendido y con razón.
—Te escucho, pero ¿cómo vamos a encontrar tiempo para sentarnos a mantener esas charlas sinceras e íntimas que solíamos tener cuando estábamos saliendo? Ahora mismo necesitamos trabajar todo lo que podamos. Y aunque pudiéramos sacar algo de tiempo, tener una canguro es demasiado caro para nuestro presupuesto.
—Pues en ese caso, dejad que os ayude —respondió inmediatamente Frances con entusiasmo—. Desde que os casasteis y os mudasteis a la casa nueva, ya no veo a Daisy y a Mack tanto como me gustaría. Están creciendo mucho. Dentro de poco ni los reconoceré.
Al instante, Karen la miró sintiéndose culpable. Aunque le había llevado a los niños a menudo justo después de que se hubieran casado, las visitas a Frances se habían ido reduciendo a medida que sus agendas se habían ido complicando. ¿Cómo podía haber sido tan egoísta cuando sabía lo mucho que esa mujer disfrutaba pasando un rato con los niños?
—Oh, Frances, ¡cuánto lo siento! Debería habértelos llevado más a menudo.
—Tranquila —le dijo agarrándole la mano—. No pretendía hacerte sentir mal. Iba a decirte que podemos programar un día a la semana para ir y quedarme con los niños mientras Elliott y tú salís por ahí. Me imagino que aún soy capaz de supervisar los deberes del cole y leer uno o dos cuentos. Es más, me encantaría hacerlo —sonrió y un pícaro brillo iluminó su mirada—. O podéis llevarlos a mi casa, si preferís pasar una noche romántica en casa. Seguro que sabría cuidarlos si se quedan a dormir ahora que son más mayores.
Karen se resistía a pesar de la franqueza con que la mujer le hizo la propuesta.
—Eres un encanto al ofrecerte, pero no podría imponerte una cosa así. Ya has hecho por mí mucho más de lo que me merezco. Siempre que vienen malos momentos, estás a mi lado.
Frances le lanzó una mirada de reprimenda.
—Para mí sois como de la familia y, si puedo hacer esto por ti, sería un placer, así que no quiero oír esa tontería de que es demasiado. Si me pareciera demasiado, no te lo habría ofrecido. Y si rechazas mi ofrecimiento, lo único que harás será herir mis sentimientos. Harás que me sienta vieja e inútil.
Karen sonrió; sabía que Frances no era ninguna de esas dos cosas. A pesar de haber ido sumando años, su espíritu se mantenía joven, tenía montones de amigos y seguía siendo un miembro activo de la comunidad. Pasaba unas cuantas horas al día llamando a personas mayores que no podían salir de casa para charlar con ellos y asegurarse de si necesitaban algo.
Finalmente añadió.
—De acuerdo, si estás segura, lo hablaré con Elliott y fijaremos una noche contigo. Haremos una prueba para ver qué tal marcha. No quiero que Mack y Daisy te dejen agotada.
La expresión de Frances se iluminó.
—¡Muy bien! Ahora debería irme. Tengo una partida de cartas esta noche en el centro de mayores con Flo Decatur y Liz Johnson, y tendré que echarme una siesta si quiero estar lo suficientemente espabilada para que no me hagan trampas. Por muy honradas que sean como mujeres, son muy tramposas cuando se trata de jugar a las cartas.
Karen se rio mientras se bajaba del asiento y abrazaba a su amiga.
—Gracias. Me hacía mucha falta esta charla; lo necesitaba más que enfrentarme a mi marido.
—Enfrentarse y hablar está bien, pero no es lo mejor hacerlo estando enfadada —le agarró la mano de nuevo—. Espero que me llames en los próximos días.
—Te llamaré. Lo prometo.
—Y cuando llegues a casa esta noche, siéntate con tu marido y habla con él, sea la hora que sea.
Karen le sonrió y respondió obedientemente:
—Sí, señora.
Frances frunció el ceño.
—No digas eso solo para aplacarme, jovencita. Espero oír que los dos habéis solucionado esto.
Y claramente satisfecha por haber tenido la última palabra, se marchó.
Karen la vio alejarse y se fijó en que no hubo ni una sola persona en Wharton’s a quien no le hablara u ofreciera una sonrisa al salir.
—Es excepcional —murmuró Karen antes de suspirar—. Y sensata.
Esa noche sería el momento de hablar lo que tenía que hablar con Elliott. Aprovecharía hasta entonces para pensar en toda la situación, descubrir por qué exactamente estaba tan furiosa y encontrar el modo de discutirlo calmada y racionalmente durante la cena. Frances había tenido toda la razón. Gritar no era una actitud madura para resolver nada.
Y