E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill ShalvisЧитать онлайн книгу.
sensible en aquel momento.
–Pero te duele –dijo él.
–¿Y qué? –preguntó ella, y lo apartó de un empujón–. Yo casi siempre tengo dolor. Me aguanto y resisto, así que tú también puedes hacerlo. Y esto lo tengo controlado. A menos que pienses que no estoy a la altura.
Él era un hombre listo y sabía reconocer un desafío cuando lo tenía delante, así que la soltó. Entonces, Molly entró en la oficina y se encontró a otro elfo detrás de la recepción, tecleando a toda velocidad en una vieja máquina de escribir.
–Hola –dijo Molly–. He venido por el trabajo de elfo.
La mujer alzó la vista. Como las demás, debía de tener unos setenta años, y Molly rezó porque aquello no fuera una condición para ser contratada.
–¿Tú quieres ser elfo? –le preguntó a Molly con incredulidad.
–Sí.
–Pero si tienes… doce años.
–Tengo veintiocho –respondió Molly.
El elfo pestañeó.
–Pero si ni siquiera te van a dar la paga de la seguridad social hasta dentro de un millón de años.
–O nunca –dijo Molly–, teniendo en cuenta el clima político actual, y todo eso.
La mujer no sonrió.
–Me llamo Molly, ¿y tú?
–Louise.
–Bueno, tienes razón, Louise, yo no cobro los cheques de la seguridad social. ¿Eso es un requisito?
–No, no.
–Bueno, y ¿qué hacen los elfos?
–Cumplir las órdenes de Santa Claus. Los elfos con los gorros blancos son las abejas obreras. Han creado los géneros que se venden, llevan los puestos y venden comida. Los elfos con los gorros verdes llevan el bingo. Supongo que tú no sabes hacer punto, ni crochet, ni coser, ni bordar, ¿no?
–¿Y por qué piensas eso?
–Porque no lo hace nadie que tenga menos de cincuenta años.
–Eso es cierto. Bueno, entonces, tendré que ser un elfo de gorro verde –dijo Molly–. ¿Estoy contratada?
–¿Tienes alguna experiencia como elfo?
–Bueno, tengo experiencia con hombres autoritarios, tipo alfa. Sé cómo conseguir que hagan lo que yo necesito que hagan –respondió Molly–. Y el verde me queda muy bien.
–Esas dos cosas son un plus –dijo Louise, y se levantó de su taburete para hacer unos estiramientos de cuello–. Dios, ojalá tuviera sesenta años otra vez –dijo. Tomó una tablilla de madera y se la entregó a Molly–. Rellena este formulario.
–¿Y con eso estoy contratada?
–Si te cabe el último traje que queda, sí –respondió Louise–. Es muy pequeño, porque la mujer que lo utilizaba medía solo un metro cuarenta y siete centímetros con tacones, así que no sé si te va a tapar todo el asunto.
Oh, vaya.
El elfo le enseñó el camino hacia el baño. Ella se encerró y se miró al espejo.
–Por los elfos de todo el mundo –murmuró y comenzó a desnudarse.
Lucas había recorrido todo el recinto mientras esperaba que Molly saliera de la oficina. Le habían sonreído, le habían guiñado un ojo e incluso había recibido una proposición por parte de un elfo muy desenvuelto que había en el puesto de algodón de azúcar.
Había escrito dos mensajes a Molly con un signo de interrogación, y había recibido dos respuestas con dos signos de interrogación cada una.
No sabía qué significaba eso.
Cuando, por fin, se abrió de nuevo la puerta de la oficina, él se había comido tres perritos calientes.
Molly apareció vestida de… Dios. Llevaba un traje de elfo diminuto, con orejas en pico, el gorro de elfo y un pequeño vestido que se le ajustaba al cuerpo como un guante. A un cuerpo que hizo que a él se le secara la garganta.
Ella le lanzó una sonrisa un poco azorada, y Lucas se quedó embobado.
–No lo digas –murmuró ella, cuando estuvo frente a él.
–¿El qué?
–Lo que piensas.
Lucas cabeceó. Era mejor no decirlo, porque lo que pensaba era que quería echársela al hombro y llevársela a su casa, donde le quitaría aquel vestido de licra barata y le besaría hasta el último centímetro de piel hasta que ella le rogara más y más.
–Bueno, he cambiado de opinión –dijo Molly, mirándolo fijamente–. Dímelo.
No iba a decírselo ni aunque le estuvieran amenazando con una pistola.
–Estás… verde.
Ella puso los ojos en blanco.
–Qué gracioso.
Entonces, comenzó a caminar por la primera calle. Como avanzó varios metros por delante de él, Lucas pudo admirar su parte trasera tanto como había admirado la delantera.
Al darse cuenta de que no la seguía, Molly se giró con exasperación.
–¿Vienes o no?
–¿Adónde vas?
–Voy a trabajar en el bingo de las ocho en punto. Pensaba que querrías entrar a la sala, sentarte al fondo y vigilar.
–Bingo –repitió él.
–Sí. ¿Estás listo?
Él la miró a los ojos y se echó a reír. Pensaba que lo había visto y oído todo, pero aquello se le escapaba. No, no estaba listo para ir al bingo. Ni para trabajar tan estrechamente con ella. No estaba listo para ella, en general.
–Tú primero –le dijo.
Ella le lanzó una sonrisa y lo dejó aún más embobado que con el pequeño traje de elfo.
–Sígueme.
Como si pudiera hacer otra cosa.
Capítulo 11
#LocosPorElBingo
Molly aprendió dos cosas aquella noche. En primer lugar, que el bingo no era una cosa para dulces ancianitas. Más bien, era como un feroz combate de lucha libre cuyo ganador se lo llevaba todo.
Y, en segundo lugar, que Lucas era un imán para las señoras mayores. Se sentó solo, pero, a medida que la sala iba llenándose de clientela, se vio rodeado de oohs y aaahs.
–¿Eres nuevo, cariño? –le preguntó una.
–No te preocupes –le dijo otra, sentándose al otro lado–. Nosotras te enseñamos cómo va.
Él miró a Molly. Ella habría pensado que el enorme y peligroso Lucas Knight no le tenía miedo a nada, pero en aquel momento tenía una mirada de aprensión. Ella le sonrió y le hizo un gesto con los pulgares en alto para darle ánimos.
Dos segundos después le llegó un mensaje de texto que decía: Me vengaré.
Vaya. Se arriesgó a mirarlo de nuevo y lo vio rodeado por moños grises temblorosos. Pero, aun así, Lucas le lanzó una sonrisa que consiguió derretirla por dentro.
¿Por qué cada vez le resultaba más difícil resistirse a él?
–¿Qué tengo que hacer? –les preguntó a dos elfos de gorro verde, que se habían presentado como Shirley y Lorraine.
–Ya que eres el elfo más