Pasión en Madeira. Sally WentworthЧитать онлайн книгу.
lo ha dicho… nunca me dice nada. Baja y lo sabrás.
–¿Con esta pinta? No me parece buena idea –protestó Tiffany, que, sin embargo, se puso en pie de un salto.
–No te preocupes, seguro que a Calum no le importa –la tranquilizó Francesca, aunque para sus adentros pensó que de encontrarse en su situación, en albornoz y rodeada de extraños en una casa desconocida, ella estaría de lo más incómoda. Sin embargo, Tiffany, sin molestarse siquiera en ponerse los zapatos, la siguió dócilmente al salón donde las esperaban los dos hombres.
Los dos sonrieron al ver entrar a Tiffany envuelta en el amplio albornoz; en su presencia, la joven pareció revivir, e incluso hizo un par de bromas acerca de su apariencia con la única intención de atraer aún más la atención sobre ella.
–Señorita Dean –dijo Calum acercándose y asiéndola de la mano–, permítame que me disculpe en nombre de mi familia. Lamentamos mucho que le haya ocurrido una cosa tan desagradable precisamente en nuestra casa.
Tiffany aceptó sus excusas con tan perfecta modestia, que Francesca no supo si pensar que era tan inocente como aparentaba o más astuta de lo que todos imaginaban. Calum no parecía sospechar nada pero, sin embargo, Chris la miraba irónico, por lo que podía ser que él también pensara que estaba fingiendo.
–Por favor, no hace falta que se disculpe –dijo Tiffany–. A decir verdad, creo que exageré un poquito. Aunque en cierto modo –continuó juguetona–, puede que también tengan ustedes algo de culpa: estuve sentada al lado del señor Gallagher durante la comida, en la que se sirvió un vino más que excelente…
Este comentario les hizo reír a todos, incluso a Francesca.
–¡Y en abundancia además! –dijo Francesca, pensando que tal vez estuviera mostrándose demasiado suspicaz.
–Me parece que, dadas las circunstancias, es usted muy amable –intervino Calum sonriendo cálidamente–. Pero tiene que permitirnos que hagamos algo por usted. Quizá…
–¡Ya lo sé! –le interrumpió Francesca. Todavía no sabía a qué carta quedarse con aquella misteriosa muchacha, y ansiaba tener una oportunidad para observarla mejor–. ¡Tienes que quedarte a cenar con nosotros! –propuso.
Aunque aquella sugerencia le pilló por sorpresa, Calum la apoyó calurosamente. Tiffany protestó un poco, aunque resultaba evidente que lo hacía puramente por compromiso, y que estaba deseando aceptar. Francesca suponía que les pediría que la acercaran a su casa para cambiarse, pero, en vez de eso, se echó a reír, llamando la atención sobre su informal atuendo.
–¡Pero no puedo quedarme con esta pinta!
–Bueno, eso tiene fácil solución: llamaré a una de las boutiques de la ciudad y les diré que nos envíen unos cuantos conjuntos para que puedas elegir. Podrán traerlos enseguida –propuso Francesca cautelosamente, preguntándose cuál sería la respuesta de Tiffany.
Ninguna de las mujeres que ella conocía hubieran aceptado pero Tiffany, en cambio, la miró visiblemente aliviada. Se volvió hacia Calum y empezó a decirle que no se molestaran tanto con ella, pero, de hecho, lo único que quería era que él le halagara un poco más los oídos, insistiéndole para que se quedara. Cuando por fin aceptó, Francesca estaba casi convencida de que eso era lo que había querido desde un primer momento.
Calum salió para dar orden al servicio de que pusieran un cubierto más, mientras que Francesca se aprestó a llamar a la boutique. Sin embargo, Chris le hizo una señal, alzando la ceja expresivamente para que le dejara a solas con Tiffany.
–Creo que tengo apuntado el número en mi agenda –improvisó Francesca–. Voy a buscarla y ya, de paso, llamaré desde mi habitación.
Francesca deseaba más que nada quedarse para escuchar por el ojo de la cerradura, ya que intuía que Chris no iba a decirle nada; a pesar de la confianza que habían compartido de pequeños, al crecer sus tres primos habían dejado de compartir sus secretos con ella.
Ya en su cuarto llamó a la mejor tienda de modas de Oporto, encargándoles que le llevaran una completa selección de vestidos de tarde y de noche para que Tiffany pudiera elegir.
Aquel dormitorio, con su cama con dosel y las paredes enteladas con cretona floreada, era el mismo que había tenido de pequeña. Daba al jardín que se extendía detrás de la casa y estaba situado justo encima de la estancia donde había dejado a Chris y Tiffany, quienes, por lo visto, no hablaron mucho, ya que a los pocos minutos su primo salió al jardín. Mirando a través de su puerta entornada, vio que la joven subía al cuarto de invitados que le habían asignado. En cuanto oyó que cerraba la puerta detrás de ella, Francesca se precipitó escaleras abajo en busca de su primo.
–¡Chris! –le llamó.
Él se dio la vuelta y se detuvo a esperarla.
–¿Y bien? ¡Cuenta! –le urgió impaciente–. ¿Qué ha pasado?
–¿Que qué ha pasado? ¡Nada!
–¡Chris, eso no es justo! –protestó–. Entonces, ¿para qué me has hecho una señal para quedarte a solas con ella?
–Puede que quisiera tener una oportunidad para conocerla mejor –respondió su primo divertido.
–¿Y por qué habéis acabado tan pronto? Apenas han pasado cinco minutos.
–A veces, con eso basta –replicó Chris maliciosamente.
Exasperada, Francesca le sacudió un brazo.
–¡Deja de hacerte el misterioso! ¿Es que acaso ella te gusta?
–Por supuesto… aunque debo reconocer que me gustan las mayoría de las mujeres, excepto tú claro…
–No te vayas por las ramas, Chris. ¡Anda, dímelo! –insistió persuasiva.
Chris se echó a reír.
–No insistas. Eres una cotilla, te conozco muy bien.
Francesca decidió entonces emplear otra táctica. Asiéndole por el brazo, le obligó a sentarse a su lado en uno de los bancos de piedra del jardín.
–Lennox parece tan feliz –comentó–, ¿no crees? El matrimonio le ha sentado estupendamente. Quizá debiéramos seguir su ejemplo… y también Calum, por supuesto –se quedó un segundo en silencio, pensando en el mejor modo de plantear lo que tenía en mente–. ¿Qué te parece Tiffany para él? Es rubia, y se supone que todos los hombres de la familia tenéis que casaros con rubias, ya sabes.
Chris frunció el ceño, obviamente molesto por su comentario.
–¡Otra vez ese cuento de viejas! –dijo al fin con una carcajada–. No esperarás que sigamos a rajatabla esa tonta tradición, ¿verdad?
–La mujer de Lennox también es rubia.
–Mera coincidencia. Cualquiera se da cuenta de que está loco por Stella. Se hubiera casado con ella sin reparar siquiera en el color de su pelo.
–Está bien –continuó Francesca sin dejarse amilanar–, tú puedes hacer lo que quieras; a fin de cuentas, tu padre también se salió de la tradición, pero Calum no lo hará. Puede que la llegada de Tiffany a esta casa sea cosa del destino: a mí me parece que ella le gusta –aventuró–, ¿tú que crees?
Chris se removió inquieto.
–¡Pero si la acaba de conocer, por Dios bendito!
–Sí, pero tú mismo has dicho que, a veces, con unos pocos minutos es suficiente –le recordó su prima con una sonrisa maliciosa.
–¡Vaya, he caído en mi propia trampa! –reconoció Chris haciendo una cómica mueca.
–No, en serio, ¿no te parece que Tiffany y Calum harían buena pareja? –insistió–. Me pregunto si él le gustará a ella.
–Imagino que tarde o temprano nos enteraremos, sobre todo gracias