La madre secreta. Lee WilkinsonЧитать онлайн книгу.
contigo después de ducharme y cambiarme de ropa –dijo Matthew con sorna, sin apartar los ojos del expresivo rostro de Caroline.
Había recuperado su habitual actitud fría y disciplinada, y ella se preguntó qué había provocado ese ataque de ira, esa necesidad de dominarla y ridiculizarla. No podía ser sólo por haber utilizado su nombre en un cuento de hadas. Sintió un escalofrío. Él nunca había intentado disimular el hecho de que no le caía bien, pero hacía un momento casi pareció odiarla. Y a pesar de ello la había besado como un hombre arrebatado por la pasión.
En la cocina había comida preparada, y mientras calentaba el estofado de pollo en el microondas y ponía la mesa, la asaltó otra gran duda: ¿De qué quería hablar Matthew? El mes de prueba casi había terminado, ¿había decidido librarse de ella? No, no podía ser eso. Caitlin la había aceptado, él lo sabía y, además, necesitaba una niñera. Entonces, ¿qué? ¿Había descubierto su verdadera identidad? No, en ese caso la habría despedido de inmediato.
Recordaba con toda claridad la mirada de odio profundo que le dirigió aquella noche, cuando, con los labios apretados, le dijo sin levantar la voz, pero con furia devastadora «Quiero que salgas de mi casa a primera hora de la mañana. No quiero volver a verte nunca más». Temblando, intentó apartar el doloroso recuerdo. Eso ocurrió mucho tiempo atrás, y pertenecía a un pasado que procuraba olvidar.
El ruido del picaporte la sobresaltó y el corazón le dio un vuelco al verlo. Se había puesto un polo de color verde oliva y unos pantalones de sport; estaba muy atractivo pero, al mismo tiempo, imponía con su presencia. Su forma de moverse, arrogante y provista de una gracia casi felina, combinada con sus impresionantes ojos, siempre la habían hecho pensar en una pantera negra. Sintió que la boca se le quedaba seca.
–¿Por qué sólo una copa? –preguntó él, sacando una botella de vino blanco de la nevera, mientras ella sacaba el estofado del horno.
–No suelo beber –repuso ella.
–Ya sé que eso es lo que dijiste pero, por esta vez, no te lo tendré en cuenta –dijo él con los ojos nublados de ira, o impaciencia. Se acercó a por otra copa y sirvió vino en las dos. Ella puso un cuenco de arroz blanco y una ensalada sobre la mesa y tomó asiento frente a él. Con toda autoridad, él llenó los dos platos.
Durante un rato comieron sin hablar hasta que ella decidió para romper el silencio para recuperar un ambiente de normalidad.
–¿Has tenido un buen viaje?
–Suenas como si fueras una amante esposa –farfulló él, con una mueca.
–Lo siento. Sólo intentaba ser agradable.
–¿Mientras que yo hago todo lo contrario? –apuntó él, cínico. Y dando uno de esos giros repentinos que parecían destinados a molestarla, añadió–. El día que te contraté mencioné que Caitlin era hija de mi hermanastro.
Aunque era más una afirmación que una pregunta, exigía una respuesta, así que ella asintió con la cabeza.
–No me preguntaste qué fue de él –dijo. La vio palidecer hasta adoptar un tono ceniciento–. Me pregunto por qué.
–No me pareció que fuera de mi incumbencia –repuso ella, escuchando el eco de su propia voz rebotando en su cabeza una y otra vez.
–Te lo diré de todas formas. Hoy hace tres años que murió en un accidente. Por eso estoy de tan mal humor…–explicó. Ella lo miró paralizada, incapaz de hablar, como si estuviera mortalmente herida–. Espero que puedas perdonarme.
–Si, por supuesto. Lo siento –consiguió musitar Caroline tras lo que pareció una eternidad.
–Supongo que no has tenido ningún problema con Caitlin mientras he estado fuera –comentó él, volviendo a llenar las copas.
–No, ninguno. Te ha echado de menos, desde luego, y ha preguntado por ti todos los días.
–¿Me llama papá?
–Sí.
–No la he desanimado porque espero poder adoptarla –sin cambiar de tono de voz, continuó– ¿Has hecho algún plan especial para mañana?
–¿Plan especial?
–Es el cumpleaños de Caitlin.
Caroline tragó saliva, intentando reaccionar al golpe.
–Yo…, no lo sabía. Nadie lo mencionó…–balbució y al ver que el rostro de Matthew se endurecía con ira, añadió– ¿Era de eso de lo que querías hablarme?
–Entre otras cosas. Pero primero hablaremos de eso.
–Mañana, cuando la lleve a la guardería, hablaré con las madres de sus amigos e intentaré organizar una fiesta para por la tarde, con tarta y… –sugirió.
–No será necesario. Antes de salir de viaje, organicé una fiesta en un McDonalds, con tarta, mago y todo lo demás. Irán alrededor de una docena de amigos de Caitlin.
Caroline se sintió como si la hubiera abofeteado, y volvió a tragar saliva.
–Siento que no me lo mencionaras antes… Ni siquiera le he comprado un regalo de cumpleaños.
–No hay ninguna necesidad de que le compres nada.
–Me gustaría hacerlo.
–Muy bien. Si quieres elegir algo, tómate la mañana libre. Estaré en casa todo el día.
–Gracias –contestó ella con sequedad. Después, como si no tuviera ninguna importancia, preguntó–. ¿La llevaras tú a la fiesta?
–Sí. Había pensado llevarla. ¿Por qué? ¿Quieres tomarte todo el día libre?
–No, era sólo una pregunta.
Caroline se levantó y, disimulando su decepción, recogió los platos. Cuando él rechazó con un gesto la tarta de chocolate, llevó la cafetera a la mesa.
–¿Tienes algún plan para las vacaciones? –preguntó él mientras ella llenaba las tazas.
–No.
–Bien. Pensaba pasar las navidades lejos de aquí.
–Entonces, ¿quieres que me quede aquí con Caitlin?
–No, quiero que las dos vengáis conmigo. Soy dueño de un club de campo y de un centro termal en Clear Lake.
Caroline se quedó helada.
–¿Has estado alguna vez en un centro termal?
–No… No sé nada de ese tipo de lugares.
–Entonces ya es hora de que conozcas uno. ¿Sabes nadar?
–No –mintió ella, invadida por el pánico.
–Entonces será la oportunidad perfecta para que aprendas.
La idea de volver a Clear Lake, donde había sido tan feliz, la llenó de angustia.
–No parece que te guste la idea –comentó Matthew, notando su reacción.
–Me pagas para que cuide de Caitlin, no para que aprenda a nadar –protestó ella, diciendo lo primero que le vino a la cabeza.
–Para el año que viene Caitlin sabrá nadar; es mejor que tengas experiencia para poder acompañarla.
Caroline se dio cuenta de que hablaba sobre el año siguiente como si contara con ella, y sintió una oleada de satisfacción.
–Pero alguien tendrá que cuidarla mientras yo…
–«Alguien» lo hará. Es un centro familiar. Además de la plantilla profesional, hay enfermeras y niñeras. El año pasado inauguramos una guardería y un centro de actividades infantiles. Así los niños se entretienen, las niñeras habituales pueden irse de vacaciones –la miró burlón– y los padres disfrutan a su aire. El sistema fue idea mía y me gustaría