E-Pack HQN Susan Mallery 3. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
no les pasa nada.
Ella se detuvo un segundo y asintió.
—Tienes razón. ¡Adiós a mi sentimiento de culpa! —tocó uno de los ventanales—. ¿Qué te parece?
—Es muy bonito.
Ella se rio.
—Ya lo sé, no es más que un local vacío, ¿verdad? Pero aquí hay mucho más. En cuanto Eddie nos deje entrar, te lo enseñaré.
—¿Eddie?
Antes de que Patience pudiera darle los detalles, una mujer más mayor dobló la esquina. Tendría unos setenta años y el pelo corto, blanco y rizado. Llevaba un chándal de velvetón color chillón y unas deportivas.
—Me alegra que no me hayas hecho esperar —dijo mientras sacaba la llave del gran bolso de mano que llevaba y la introducía en el cerrojo—. Tengo que ayudar a Josh a hacer entrevistas. Ese hombre no es capaz de conservar a sus empleados. No deja de hablar de sueños y de hacer lo que es correcto, y entonces les llena la cabeza de ideas sobre unirse a los cuerpos de paz o trabajar para organizaciones benéficas. Sí, sin duda están salvando el mundo, pero yo no dejo de formar a gente nueva.
Se detuvo y lo miró.
—No nos han presentado.
—Justice Garrett —dijo él apartándose de Patience y estrechándole la mano.
La mujer batió las pestañas al responder:
—Eddie Carberry. Eres muy guapo.
—Gracias.
—¿Soltero?
Esa mujer era incapaz de guardarse lo que pensaba y antes de que él pudiera procesar la pregunta, Patience se situó entre los dos.
—Lo siento, Eddie, está conmigo.
Eddie suspiró.
—Los buenos siempre están pillados —giró la llave y abrió la puerta.
—Tómate tu tiempo para echar un vistazo. Yo voy a volver a la oficina. Llámame cuando hayas terminado de verlo todo. Volveré y cerraré —lo miró—. Si cambias de opinión...
Él se aclaró la voz.
—Ha sido un placer conocerla, señora.
La mujer le tocó el brazo ligeramente.
—Llámame «Eddie» —se giró hacia Patience—. Josh quiere que te quedes con el local. Te dejará un buen alquiler, ya sabes lo mucho que apoya los nuevos negocios en el pueblo. Es un buenazo; me parece un milagro que pudiera llegar a hacerse tan rico —se acercó a Patience—. ¿Has comprobado su...?
—Sí —le susurró Patience interrumpiéndola—. Tal vez deberías volver a la oficina.
—Sí que debería. Llámame cuando termines.
—Lo haré.
Justice vio a la mujer marcharse. No había muchas situaciones en las que llegara a sentirse incómoda, pero esa había sido una de ellas.
—¿Estaba intentando...?
—¿Sugerirte que no le importaría tener un rollo contigo? —le preguntó Patience con los ojos brillantes de diversión—. ¡Claro! Eddie y su amiga Gladys se creen grandes entendidas en hombres guapos. Sobre todo en hombres guapos y desconocidos. Así que si te interesa, dímelo y te doy su número.
—Muy graciosa.
Ella sonrió.
—Antes he actuado sin pensar. Ya sabes, cuando he dicho que estábamos juntos. Porque puedo decirle que solo somos amigos. Eddie es muy dulce. Lleva años trabajando para Josh.
Justice supuso que ese hombre desconocido para él sería un tema de conversación más seguro.
—¿Josh?
—Josh Golden. Es un antiguo ciclista. Muy famoso.
—He oído hablar de él. Ganó el Tour de Francia varias veces.
—Entre otras carreras. Es un tipo genial y vive aquí en el pueblo.
De pronto, Justice vio que los demás hombres empezaban a caerle mal.
—¿Lo conoces?
—Todo el mundo lo conoce. Es un miembro muy importante de la comunidad. Se casó hace tres años, y Charity y él han tenido su segundo hijo hace un par de meses. Un niño —se giró hacia el espacio abierto—. Bueno, aquí está, ¿qué te parece?
Él centró su atención en el local. La sala principal tendría unos ciento cuarenta metros cuadrados y suponía que habría algo más atrás como almacén. Estanterías que iban de suelo a techo dominaban toda una pared y grandes ventanales dejaban entrar mucha luz.
—Me encanta el suelo —dijo Patience señalando los listones de madera noble—. Está en muy buen estado. No lo cambiaría y está claro que las estanterías se quedan. He pensado poner unas puertas en la parte baja para guardar cosas.
—Tendrás que cambiar las cerraduras.
Ella arrugó la nariz.
—Probablemente —y fue hacia el fondo del local—. En esta pared obraré mi magia. Tendremos un mostrador largo y ancho con tres pilas. El lavaplatos irá atrás.
Se giró y avanzó tres pasos.
—El mostrador principal estará aquí y habrá vitrinas con pasteles, sándwiches y cosas así. Mamá y yo hemos elegido una vitrina refrigerada genial—estiró las manos como señalándole dónde iría—. Llevamos meses mirándolas por Internet y ya sabemos qué electrodomésticos vamos a querer —su sonrisa aumentó—. Me he pasado la mañana mirando lo que tienen en oferta. ¡Es todo tan surrealista! Cuando termine aquí, voy a ir a hablar con un abogado sobre el tema del alquiler.
Juntó las manos y dio una vuelta.
—No me lo puedo creer. ¡Vamos a hacerlo! ¡Vamos a abrir el Brew-haha!
Todo su cuerpo era la viva imagen de la felicidad. Su pelo se sacudió cuando se movió y cerró los ojos. Se la veía absolutamente emocionada, esperanzada y sexy.
Cuando rozó una caja con el pie, tropezó e, instintivamente, Justice fue a sujetarla. En cuanto sus dedos se cerraron alrededor de su brazo, supo que estaba perdido y que solo había un modo de volver a encontrarse.
Capítulo 4
Patience abrió los ojos mientras intentaba recuperar el equilibrio. Unos brazos cálidos y fuertes la rodeaban. Justice la acercó tanto a sí que no tuvo más opción que dejarse caer contra él. Había estado en peligro de caer al suelo, pero al segundo ya estaba viendo sus intensos ojos azules. La cabeza le daba vueltas, aunque ahora por una razón muy distinta.
Apoyó las manos sobre sus hombros porque le parecía el lugar más sensato donde posarlas. Vio el sol colándose por las ventanas y diminutas motas de polvo flotando en el aire. Sintió cómo el corazón le latía demasiado deprisa y notó la intensidad de su mirada.
Al momento, él estaba agachando la cabeza y ella solo tuvo un segundo para recuperar el aliento antes de que sus bocas se rozaran.
Los labios de Justice eran firmes; no implacables, pero sí decididos. Él estaba tomando las riendas y, dadas las circunstancias, a ella le pareció bien. Ya había tenido demasiadas responsabilidades en su vida, así que era algo que agradecía.
Él movía la boca lentamente, con suavidad, explorando, probando, como si disfrutara con lo que estaba haciendo, y ella se entregó a esa deliciosa presión.
Hacía mucho tiempo que un hombre no la besaba; años en realidad. Casi había olvidado lo emocionante que era esa cercanía, el cosquilleo en su estómago, pensar que podía haber más; algo más que podría arrebatarle la respiración.
Era