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E-Pack HQN Susan Mallery 3. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Susan Mallery 3 - Susan Mallery


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era cuatro años mayor que su hija. Una niña preciosa que se había convertido en una bella mujer.

      Se levantó y fue a la ventana para asomarse y contemplar las vistas de la montaña.

      Ojalá las cosas hubieran sido distintas, pensó, aunque sabía que pensar eso era una pérdida de tiempo. Las cosas no podían haber sido distintas. No, teniendo en cuenta quién era y cómo lo habían criado. A Bart Hanson le había gustado vivir al otro lado de la ley, le había gustado el riesgo y flirtear con la muerte. Sus tendencias sociópatas habían hecho que todo aquel que los rodeaba viviera intranquilo.

      Recordaba la última noche que había pasado en Fool’s Gold, cómo habían recibido la llamada alertándolos de que habían visto a Bart por la zona. A Justice lo habían sacado de allí en cuestión de segundos y, menos de una hora después, un equipo había llegado a recoger la casa. Por la mañana había sido como si nunca hubieran estado allí.

      Se había resistido a que se lo llevaran e incluso había intentado negociar con ellos para que le permitieran al menos telefonear a Patience y contarle lo sucedido, pero uno de los federales le había explicado que, si ella se enteraba, podían ponerla en peligro. Justice lo había entendido y había dejado de preguntar.

      Después de que capturaran a Bart, por fin había quedado libre, ya que la condena por homicidio junto con sus otros crímenes había asegurado que muriera entre rejas. Sin embargo, no había tenido una entrada en la cárcel muy discreta y sus últimos gritos mientras se lo llevaban habían sido el juramento de que su hijo moriría. De que lo perseguiría y lo mataría.

      Incluso ahora, mucho después de la muerte de su padre, Justice no podía quitarse de encima la sensación de que Bart seguía ahí fuera. Esperando. Vigilándolo. La sensación de que si llegaba a ser una persona como otra cualquiera, si llegaba a ser feliz, su padre lo destruiría todo.

      Miró la calle y vio a Lillie caminando por la acera. Un par de niñas se cruzaron con ella y siguieron avanzando juntas, charlando y riéndose juntas.

      No podía arriesgarse. Su padre lo perseguía. No había forma de saber que podría mantener a salvo a todos los que le importaban, y mucho menos si el enemigo era él.

      Patience estaba mirando el suelo de su recién alquilado local. Había barrido y limpiado antes de reunirse con el constructor y, ya que antes de entregarle el depósito para la reforma quería estar bien segura de lo que hacía, se había presentado allí armada con un plano, un metro y cinta adhesiva.

      Hasta el momento había marcado con la cinta la forma del mostrador trasero y el frontal junto con varias mesas y sillas. Se acercó a la puerta principal para verlo todo desde ahí y después fue hasta la zona vacía junto al escaparate más alejado. ¿Qué iba a poner ahí? Estaba mirando una vitrina refrigerada, o también podría poner algún tipo de estantería y reservar el espacio para pequeñas reuniones. Como un club de lectura, por ejemplo. Ava no dejaba de proponerle que pusiera una máquina de karaoke, pero a Patience no le hacía mucha gracia la idea.

      Sacó el teléfono y tomó una fotografía de los diseños que había hecho en el suelo con la cinta y después le echó un vistazo al diseño que tenía dibujado a mano. Tal vez si movía las mesas hacia la derecha de la puerta...

      —¿Patience?

      Se giró al oír su nombre y se encontró a alguien de pie en la puerta del local. Con la luz del sol tras él, al principio no pudo verlo con claridad. Cuando entró, vio los rasgos de un hombre mayor. Tenía los ojos verdes y el pelo casi blanco.

      Lo primero que pensó fue que no lo conocía de nada, pero había algo familiar en él, así que supuso que debía de haberlo visto en alguna parte...

      Su cuerpo se tensó a medida que su cerebro iba rellenando las lagunas e, instintivamente, dio un paso atrás.

      —Hola, Patience.

      —Steve.

      El hombre sonrió levemente.

      —No estaba seguro de que fueras a reconocerme. Solo nos vimos aquella vez.

      —Es verdad. Dos semanas antes de la boda. Nos llevaste a cenar y nos prometiste que nos verías en la ceremonia.

      El padre de Ned les había hecho más promesas que tampoco había cumplido. Había desaparecido. Ella se había quedado impactada, pero Ned le había restado importancia por estar acostumbrado a no esperar nada más de su padre.

      —¿Qué haces aquí? —le preguntó con frialdad.

      —Quería hablar contigo.

      —No voy a prestarte dinero.

      La expresión de Steve era de arrepentimiento.

      —Supongo que me lo merezco. No he sido muy buen abuelo.

      «Tan mal abuelo como padre», pensó Patience. Cuando había conocido a Ned, una de las cosas que habían tenido en común era que a los dos los habían abandonado sus padres. Ella hacía años que no veía al suyo, mientras que Steve había estado entrando y saliendo de la vida de Ned. Cuando habían hablado de todo por lo que habían pasado, Patience pensó que habían aprendido la misma lección: que era importante seguir adelante y comprometerse en la vida.

      Por el contrario, Ned había aprendido lo fácil que era alejarse de todo.

      Tal vez no era justo, pero culpaba a Steve por haberle enseñado esa lección a su hijo. A nivel personal, no le importaba que Ned se hubiera ido y no tenía ningún interés en que regresara, pero no se trataba de ella. Lillie era la que sufría sin su padre.

      Miró a su alrededor.

      —He oído que vas a abrir una cafetería.

      —Algo así.

      —Felicidades. Debes de estar muy ilusionada.

      Ella se cruzó de brazos y lo miró.

      —No has venido por eso.

      —No.

      Llevaba una camisa blanca por dentro de los pantalones y su aspecto no era amenazador en absoluto. Aun así, Patience no podía evitar pensar que si era necesario, echaría a correr y saldría por la puerta de atrás.

      —No soy el hombre que era. Durante años, mis prioridades fueron patéticas y perdí a mi mujer y a mi hijo por eso.

      —No perdiste a tu hijo. Te alejaste de él. Es diferente.

      —Tienes razón. Me responsabilizo por lo que pasó con Ned. He intentado verlo, pero no tiene ningún interés en mí —su verde mirada se volvió pensativa—. No puedo culparlo por eso, aunque sí que deseo que las cosas hubieran sido distintas.

      Ella se tensó.

      —Estás aquí por Lillie.

      —Me gustaría tener la oportunidad de conocerla.

      Quería decirle que no, quería gritarle que saliera de allí y no volviera jamás. Lillie no necesitaba que otro hombre de su familia le rompiera el corazón.

      —Llevo unos años jubilado. Hice recuento de mi vida y me di cuenta de que había hecho mal las cosas —sonrió suavemente—. Fui a un terapeuta y entendí lo que había hecho mal. Quiero ser mejor y hacer las cosas mejor por mi nieta.

      —¿Puedes darme una sola razón por la que debería confiar en ti?

      Steve sacudió la cabeza.

      —Ni una.

      Podía sentir cómo se iba enfureciendo por dentro. Quería gritar que no era justo, pero en lugar de eso dijo la verdad.

      —Te culpo por el comportamiento de Ned. Hizo lo que le enseñaste y se marchó. ¿Sabes que nunca ve a Lillie? Renunció a todos sus derechos y así no tener que pasarme la pensión. Ella es una niña muy dulce e inteligente y fui yo la que tuvo que explicarle porque ya no tiene padre. De momento acepta lo que le he contado, pero ¿qué crees que pasará cuando sea mayor? ¿Cuando sepa que directamente


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