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Amor perdido - La pasión del jeque. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.

Amor perdido - La pasión del jeque - Susan Mallery


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Su destino había sido sellado aquella noche, cuando se había apoyado en un castaño, con el corazón latiendo tan rápido como si fuera a salir volando.

      Kari cerró los ojos, aún capaz de sentir la presión del árbol sobre su espalda. Había estado asustada y esperanzada y aprensiva y excitada, todo al mismo tiempo. Gage había estado hablando y hablando y ella había estado deseando que la besara. ¿Pero y si el no quería besarla?, se había preguntado entonces.

      Sin embargo, sí lo había hecho. Gage le había tocado el broche y había comentado que era muy bonito. Pero no tan bonito como ella. Entonces, mientras ella sonreía por el cumplido, inclinó la cabeza y posó sus labios en los de ella.

      Kari suspiró. Se dijo que de todos los primeros besos que había experimentado, ése había sido uno de los mejores. Antes de eso, había salido con algunos chicos y los había besado, pero nunca a ninguno como él. De hecho, no podía recordar ninguno de los primeros besos con otros chicos. Sólo recordaba el de Gage. Todo, desde la forma en que él puso las manos en sus hombros hasta cómo le había acariciado las mejillas con sus cálidos dedos.

      Sintió un escalofrío en la espalda. Entonces, regresó la sensación de intranquilidad y volvió a preguntarse por qué él no se había molestado en besarla de nuevo la noche anterior.

      De forma impulsiva, se prendió el broche en la camiseta. Quizá aún no había encontrado su media naranja, pero al menos tenía unos recuerdos maravillosos. Sin importar la manera en que había terminado, Gage la había tratado como a una reina mientras habían estado juntos. No había muchos hombres como él.

      De pronto, Kari pensó que sería un sueño conocerlo en ese momento por primera vez. Tenía la sensación de que, sin el peso del pasado sobre ellos, los dos podrían construir algo hermoso juntos.

      Se quedó un par de segundos soñando despierta, hasta que se recordó que no importaba lo que pasara si Gage y ella no se hubieran conocido antes. Possum Landing era el mundo de él y ella no había vuelto para quedarse.

      Capítulo 5

      TRAS subir las escaleras y decidir los colores que iba a utilizar para pintar, Kari hizo una lista de cosas para comprar en la ferretería. Habían abierto una tienda nueva en la autopista, unos grandes almacenes de ferretería a unos quince kilómetros. Era grande y pensó que tendrían mayor oferta y precios más bajos, además era menos probable que allí se encontrara con nadie conocido. Pero si llegaran a enterarse en el pueblo de que iba a empezar un proyecto de reforma sin pasarse primero por la ferretería de Greene, lo más seguro era que alguien pusiera una queja por escrito en el ayuntamiento. Su abuela siempre le había enseñado la importancia de apoyar a la comunidad. Y el viejo Ed Greene había tenido la tienda local desde antes de que Kari naciera.

      Nueva York era una ciudad grande formada por barrios pequeños. Con el tiempo, Kari había llegado a entablar cierta amistad con los chinos que trabajaban en el sitio de comida rápida donde comía una vez a la semana, así como con la mujer que llevaba la tintorería. Pero aquellas relaciones no tenían a sus espaldas la misma historia que las que se mantenían en Possum Landing.

      Así que se dirigió a la tienda de Greene y aparcó en el aparcamiento, que no había sido pavimentado desde los años ochenta. Aún estaba allí el cartel de metal con el nombre de la tienda y un viejo anuncio de pintura para exteriores. Varios anuncios pasados de moda cubrían las ventanas de la entrada.

      Kari sonrió, sabiendo que habría mucha mercancía esperándola dentro. Si no tenía cuidado, saldría con mucho más de lo que había ido a buscar. Recordó el día que su abuela había vuelto a casa con una vieja veleta en forma de gallo. Nunca había conseguido comprender cómo el viejo Ed había conseguido vendérsela a su abuela.

      Kari sacó la lista de su bolso, decidida a no dejarse engatusar. Subió las viejas escaleras de madera y llegó a la entrada.

      Había una fila de viejas vitrinas junto a la entrada. Contenían de todo, desde pinceles, libros de instrucciones para el mantenimiento del césped y paquetes de semillas exóticas. A la derecha, había un largo mostrador de madera. Detrás de él, colgaban docenas de herramientas de una manera en apariencia desordenada. El lugar olía a barniz, polvo y madera cortada. Por un momento, Kari se sintió como si tuviera ocho años de nuevo. Casi podía oír a su abuela llamándola para que no tocara nada.

      —¿Kari?

      La voz femenina le resultó familiar. Kari se giró y vio a Edie Reynolds saliendo de la habitación trasera. La madre de Gage era una mujer alta de pelo oscuro, aún atractiva y llena de energía. Sonrió y se acercó a ella para abrazarla.

      —Oí que habías vuelto al pueblo —comentó Edie tras soltarla—. ¿Cómo estás? Tienes muy buen aspecto.

      —Tú también —consiguió decir Kari, tan sorprendida por aquel recibimiento tan amistoso que fue incapaz de remarcar que no había vuelto de forma definitiva. Sabía que la madre de Gage había conocido los planes que su hijo había tenido de proponerle matrimonio y ella había roto la relación de una manera nada honorable. Parecía ser que Edie había decidido olvidar y perdonar.

      Edie sacó una de las banquetas delante del mostrador y se sentó, invitando a Kari a imitarla.

      —Cuéntame. ¿Te estás quedando en casa de tu abuela, verdad? Lo cierto es que es tu casa ahora.

      —Yo aún la considero suya —admitió Kari—. Quiero arreglarla y venderla. Por eso he venido. Necesito comprar algunas cosas.

      —Tenemos de todo —repuso Edie y rió—. Así que has estado en Nueva York. ¿Te gustó? Gage me mostró algunas de tus fotos. Saliste en revistas bastante importantes.

      —Conseguí ganarme la vida. Pero no era la profesión de mi vida. Fui a la universidad y me saqué el título de maestra.

      —Me alegro por ti —afirmó Edie y miró a su alrededor—. Como puedes ver, nada ha cambiado.

      Kari no sabía si estaba o no de acuerdo. Algunas cosas parecían diferentes, mientras que otras, como su reacción ante Gage, parecían no haber evolucionado en absoluto.

      —Es diferente que trabajes aquí, por ejemplo —comentó Kari—. Antes solamente estaba aquí el viejo Ed.

      —Empecé a trabajar a media jornada un año después de que Ralph muriera. No necesitaba el dinero, pero necesitaba con desesperación salir. Se me estaba cayendo la casa encima.

      —Siento lo de Ralph.

      Edie suspiró.

      —Era un buen hombre. Uno de los mejores. Aún lo echo de menos, claro. Siempre lo echaré de menos —aseguró Edie con una sonrisa—. Lo que puede parecer contradictorio con la noticia de mi boda.

      —En absoluto. Creo que es maravilloso que encontraras a alguien.

      —Nos conocimos aquí mismo —explicó Edie, con los ojos brillantes—. Está jubilado ahora, pero entonces seguía trabajando. Se quedó sin clavos y se pasó por aquí para comprar. Fue una de esas cosas… especiales. Con John, todo parecía bien. De alguna manera, supe que era el indicado.

      Kari envidió la certeza de la otra mujer. Ella había salido con varios hombres y ninguno de había parecido adecuado. Bueno, menos Gage, pero eso había sido hacía años.

      —¿Cuándo será la boda?

      —Este otoño. Aún estamos planeando la luna de miel. No puedo esperar.

      —Suena maravilloso.

      —Eso espero. Pero ya está bien de hablar de mí, cuéntame sobre ti. Apuesto lo que sea a que no esperabas encontrarte con un atraco a un banco para darte la bienvenida.

      —Conseguí evitar la delincuencia en todo el tiempo que estuve en Nueva York y, menos de veinte horas después de llegar a Possum Landing, tenía a un hombre apuntándome a la cabeza con una pistola. Gage fue muy valiente.

      —Lo


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