Amor inesperado. Elle KennedyЧитать онлайн книгу.
y veo una figura con curvas que derrapa a unos dos metros de mí. O las sombras me juegan una mala pasada o solo lleva puesto un tanga. Da unos pasos hacia delante y una cortina de pelo rubio se balancea detrás suyo. La luz de la cocina se enciende y, efectivamente, no lleva nada arriba. Sus pechos están al descubierto.
—Lo siento —dice—. Pensaba que estaría sola.
Y, aun así, no hace ningún tipo de esfuerzo por cubrirse.
Como soy un hombre, no puedo evitar mirarle los pechos. Tiene una buena delantera. Son más bien pequeños, pero monos y alegres, con unos pezones de un rosa pálido que ahora mismo están erguidos por estar expuestos al aire.
Pero el brillo coqueto de sus ojos me hace retroceder. A pesar de no haber oído entrar a nadie, supongo que la ha invitado Brooks. Y como está prácticamente desnuda, supongo que no han quedado para pasarse la noche estudiando en su habitación. Lo que significa que no debería mirarme como lo hace.
—¿Duermes con Brooks esta noche? —pregunto mientras enjuago mi vaso.
—Ajá.
Arrugo la frente.
—¿Cuándo has llegado?
—Alrededor de medianoche. Y antes de que lo digas, sí, me ha llamado para echar un polvo.
Resisto las ganas de sacudir la cabeza. Brooks Weston es de lo que no hay. Liarse con una chica durante toda la noche y luego llamar a otra para echar un polvo.
—¿Te importaría darme un vaso? No sé dónde están las cosas. —Se pasa la lengua por los labios—. Estoy sedienta.
Vale, está sedienta.
Abro el armario, cojo un vaso y se lo doy. Me roza los nudillos con la punta de los dedos de manera sugestiva cuando lo toma.
—Gracias.
—De nada. —Aparto la mano—. Pareces tener frío —digo, y lo recalco con una mirada rápida hacia sus pezones.
—La verdad es que estoy que ardo ahora mismo —suelta una risita—. Y parece que tú también.
—¿Que yo también parezco el qué?
—Que estás que ardes.
Trato de no alzar las cejas. Esta chica es atrevida. Demasiado, si considero a quién ha venido a visitar esta noche.
—¿No acabas de estar con mi compañero de piso? —Señalo el pasillo con la cabeza.
—Sí. ¿Y?
—Pues que probablemente no deberías decirle a otro chico que está que arde.
—Brooks ya sabe lo que pienso de ti.
—Ah, ¿sí? —Un picor me recorre la espalda. No me gusta la idea de que otras personas hablen de mí. Y espero seriamente no formar parte de los fetiches a los que estos dos juegan al otro lado de la puerta.
Se sirve un vaso de agua de la jarra filtradora que hay en la nevera. Permanece en la cocina mientras bebe, sin parte de arriba, sin importarle lo más mínimo. Tiene un cuerpo precioso, pero hay algo en ella que me da mala espina. No es la actitud descarada. Me gustan las chicas directas. Las que me tocan las pelotas. Como Brenna Jensen, que es la definición de chica atrevida, pero no hace que tenga ganas de salir corriendo de la habitación.
Esta chica, en cambio…
—¿Cómo te llamas? —pregunto con cautela. No sé de dónde viene esta sensación de desconfianza, pero su presencia me pone nervioso.
—Kayla. —Da otro trago largo y apoya una cadera contra la encimera de granito. No se inmuta por el hecho de que únicamente lleva un tanga—. Ya nos habíamos visto antes —me dice.
—Ah, ¿sí?
Se le oscurecen los ojos, está claramente decepcionada. Ya, imagino que es una de esas chicas a las que no les gusta que se olviden de ella. Pero de verdad que no tengo recuerdo alguno de haberla visto.
—Sí. ¿En la fiesta de Nash Maynard?
—¿Vas a Harvard?
—No. Hablamos de esto en la fiesta, ¿recuerdas? —dice, con firmeza—. Voy a la Universidad de Boston.
Me quedo en blanco. Tengo un vacío en la memoria, en el lugar donde esta hipotética interacción tuvo lugar.
—Nena —llega una voz dormida desde el pasillo—. Vuelve a la cama. Estoy cachondo.
Le sonrío secamente.
—Te reclaman.
Me sonríe a su vez.
—Tu compañero de piso es insaciable.
—No tengo ni idea. —Me encojo de hombros.
—¿No? —Se termina el agua y deja el vaso en el fregadero. Le invade la curiosidad mientras me observa—. ¿Brooks y tú nunca habéis…? —Deja la pregunta en el aire.
—No, eso no me va.
Ladea la cabeza, pensativa.
—¿Y si hay una chica en medio para hacer de intermediaria?
Y hasta aquí hemos llegado. Es demasiado tarde y estoy demasiado cansado para hablar de tríos con una desconocida en la cocina.
—Eso tampoco lo hago —musito cuando paso por su lado.
—Una pena —me dice desde atrás.
No me giro.
—Buenas noches, Kayla.
—Buenas noches, Jake —contesta con un deje provocador.
Por Dios. Cuántas insinuaciones en un mísero encuentro. Me habría dejado hacérselo en la encimera, si hubiera dado un paso. Si me gustaran los tríos, nos habría dejado a Brooks y a mí hacérselo a la vez.
Pero ninguna de las dos ideas me atrae.
Vuelvo a la cama y echo el pestillo, por si acaso.
* * *
A la mañana siguiente, temprano, hago el trayecto para ir a ver a mis padres. Requiere un viaje rápido con la línea roja, seguido por uno no tan rápido con la línea Newburyport-Rockport, que me lleva hasta Gloucester. Sería más rápido pedirle el coche a Weston y conducir por la costa, pero no me importa tomar el tren. Es más barato que ponerle gasolina al Mercedes, y me proporciona un rato de tranquilidad para reflexionar y prepararme mentalmente para el partido de hoy.
Nuestra temporada entera depende de este partido.
Si perdemos…
«No perderéis».
Le hago caso a la confiada voz que suena en mi cabeza y accedo a la confianza que he cultivado desde que era un niño que jugaba a hockey para críos. No se puede negar que mi talento despuntó muy pronto. Pero el talento y el potencial no significan nada sin disciplina y fracasos. Debes perder para que las victorias tengan significado. Ya me han derrotado en algunos partidos, que contaban para los rankings y con los que podría haber conseguido varios trofeos. Las derrotas no deben machacarte la confianza, sino que tienes que forjarla a partir de ellas.
Pero hoy no perderemos. Somos el mejor equipo de la liga. Quizá hasta el mejor del país.
El tren llega a la estación hacia las nueve y, como esta mañana no llueve, camino hasta casa en lugar de pedir un Uber. Respiro el aire fresco de primavera e inhalo el familiar aroma a sal, pescado y algas. Gloucester es un pueblo de pescadores, el puerto marítimo más viejo del país, por lo que no puedes dar cinco pasos sin ver un faro, un barco o algo náutico. Paso por delante de tres casas con decoraciones de anclas en las puertas de entrada.
La casa de dos plantas donde crecí se parece a la mayoría de las edificaciones vecinas construidas en fila en las calles estrechas. Tiene la fachada blanca, un tejado inclinado y un bonito jardín delantero del que mi madre