Amor inesperado. Elle KennedyЧитать онлайн книгу.
tienes ni idea de lo difícil que es ser silenciosa cuando Fitz hace su magia mágica con mi cuerpo —dice Summer con un suspiro.
—¿Magia mágica?
—Sí, magia mágica. Pero si te preocupa que Hunter esté tumbado en la cama mientras nos escucha y solloza desconsolado, puedes estar tranquila. Trae a una chica diferente cada noche.
—Bien por él —me río—. Estoy segura de que Hollis está que explota de la envidia.
—No sé si Mike se ha dado cuenta siquiera. Está demasiado ocupado llorando por ti.
—¿Todavía? —Joder. Esperaba que ya lo hubiera superado.
Cierro los ojos un momento. He cometido varios actos asesinos en mi vida, pero enrollarme con Hollis casi encabeza la lista. Los dos estábamos muy borrachos, así que lo único que hicimos fue compartir una sesión chapucera de besuqueos y me dormí mientras le hacía una paja. Definitivamente, no fue mi mejor momento ni tampoco nada del otro mundo. No tengo ni idea de por qué querría repetir.
—Está pilladísimo —confirma Summer.
—Ya se le pasará.
Se ríe, pero el humor muere enseguida.
—Hunter es un capullo con nosotros —admite—. Cuando no se está tirando a cualquier cosa que lleve falda.
—¿Supongo que le gustabas mucho?
—Si te soy sincera, creo que no se trata de mí. Creo que es por Fitz.
—Lo entiendo. Quería tirarse a Fitz —digo, solemne—. O sea, ¿y quién no?
—No, zorra. Fitz le mintió cuando Hunter le preguntó si yo le gustaba y este lo ve como una traición al código de los colegas.
—El código de los colegas es sagrado —concedo—. Sobre todo, entre compañeros de equipo.
—Lo sé. Fitz dice que hay mucha tensión en los entrenamientos —gime Summer—. ¿Qué pasa si afecta a su rendimiento en las semifinales, Be? Eso significará el pase de Yale a las semifinales.
—Mi padre los pondrá rectos —le aseguro—. Puedes decir lo que quieras sobre Hunter, pero le gusta ganar los partidos de hockey. No dejará que estar enfadado por una chica —sin ánimo de ofender— lo distraiga de la victoria.
—Debería…
Un zumbido en la oreja silencia su pregunta.
—¿Qué ha sido eso?
—Un mensaje —explico—. Perdona, sigue. ¿Qué decías?
—Me preguntaba si debería intentar volver a hablar con él.
—No creo que cambie nada. Es un cabezota rematado. Pero tarde o temprano madurará y lo superará.
—Eso espero.
Hablamos un rato más hasta que los párpados empiezan a pesarme.
—Summer. Me voy a dormir ya, cariño. Tengo la entrevista mañana temprano.
—Vale. Llámame mañana. Te quiero.
—Yo también te quiero.
Estoy a punto de apagar la lámpara de noche cuando me acuerdo del mensaje. Le doy al icono del mensajito y entrecierro los ojos al ver el nombre de McCarthy.
Ey, B. Ha sido genial vernos estos días, pero tengo que dar un paso atrás por un tiempo. Por lo menos hasta que terminen las clasificaciones. Me tengo que concentrar en el juego, ¿sabes? Te llamo cuando todo se haya calmado un poco, ¿vale? Un beso
Me quedo boquiabierta. ¿Es broma?
Vuelvo a leer el mensaje y no, el contenido no cambia. McCarthy ha cortado conmigo de verdad.
Parece que Jake Connelly acaba de declararme la guerra.
Capítulo 4
Brenna
Por lo general, me desenvuelvo bien en todo tipo de situaciones. Nunca he sufrido de ansiedad y la verdad es que nada me asusta, ni siquiera mi padre, conocido por hacer llorar a hombres creciditos con tan solo una mirada. No exagero: lo vi hacerlo una vez.
Sin embargo, esta mañana me sudan las palmas de las manos y unas mariposas diabólicas me roen el estómago. Y todo gracias a este ejecutivo de HockeyNet, Ed Mulder, que ha sido desagradable desde que ha pronunciado la palabra «empieza». Es alto, calvo y terrorífico, y lo primero que hace tras darme la mano es preguntar por qué una chica guapa como yo se presenta a un trabajo detrás de las cámaras.
Reprimo una mueca de asco por el comentario sexista. Tristan, uno de mis profesores auxiliares de Briar, hizo las prácticas aquí y me advirtió de que Mulder es un capullo integral. Pero Tristan también dijo que ninguno de los estudiantes en prácticas trabajan directamente con Ed Mulder, lo que significa que no lidiaré más con él después de esta entrevista. Solo es un obstáculo por el que tengo que pasar para llegar al oro de las prácticas.
—Bueno, como figura en mi carta de presentación, mi objetivo es ser analista o reportera en las pantallas, pero espero reunir algo de experiencia tras las cámaras también. Soy estudiante de Comunicación y Periodismo en Briar, como ya sabe. El año que viene haré prácticas en…
—Esto no son unas prácticas remuneradas —me interrumpe—. ¿Eres consciente de ello?
Me pilla desprevenida. Me resbalan las manos cuando las junto, así que las pongo sobre las rodillas.
—Oh. Ehm. Sí, soy consciente.
—Bien. Estoy acostumbrado a que los hombres que aspiran a estos puestos lleguen completamente informados, mientras que las mujeres a menudo esperan que les paguemos.
Ha pasado de ser vagamente sexista a serlo de manera obscena. Y ese comentario tampoco tiene mucho sentido. La oferta de trabajo en la web de HockeyNet especificaba claramente que eran unas prácticas no remuneradas. ¿Por qué los hombres iban a esperar una cosa y las mujeres otra? ¿Acaso sugiere que las mujeres no leen bien la oferta? ¿O que directamente no sabemos leer?
Se me acumulan unas perlitas de sudor en la nuca. Lo estoy haciendo fatal.
—Entonces, Brenda, háblame sobre ti.
Trago saliva. Me ha llamado Brenda. ¿Debería corregirlo?
«Por supuesto que deberías corregirlo. Que le den a este tío. Ya lo tienes». La Brenda segura de sí misma —quiero decir, Brenna—, alza su espectacular cabeza.
—En realidad me llamo Brenna —digo suavemente—, y creo que encajaría muy bien aquí. Antes que nada, adoro el hockey. Es…
—Tu padre es Chad Jensen. —Mueve la mandíbula arriba y abajo y me doy cuenta de que está mascando chicle. Elegante.
Respondo con un tono cuidadoso:
—Sí, así es.
—Un entrenador que ha ganado campeonatos. Múltiples victorias en la Frozen Four, ¿verdad?
Asiento.
—Es un buen entrenador.
Mulder también asiente.
—Debes de estar muy orgullosa de él. ¿Y cuál dirías que es tu mayor fortaleza, además de tener un padre medio famoso?
Me obligo a ignorar la nota malintencionada en su pregunta y digo:
—Soy lista. Tengo los pies en la tierra. Trabajo bien bajo presión. Y, sobre todo, realmente me encanta este deporte. El hockey es…
Y ya no me escucha.
Su mirada ha bajado a la pantalla del ordenador y sigue mascando su chicle como si fuera un caballo que come avena. La ventana que hay detrás de su escritorio proporciona unas vistas borrosas al reflejo de su monitor…