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sonrojada.
–Shh –murmuró él, posando un dedo en sus labios–. Algunas cosas no necesitan explicación. Terminemos de cenar para poder volver al hotel.
–¿Me estás haciendo una proposición deshonesta?
–¿Por qué dices eso? –preguntó el, levantando las manos con una maliciosa sonrisa–. Quiero volver pronto. Es tu turno de pasar la noche con el bebé.
Relajándose un poco, Mari sonrió. Cielos, aquella mujer era increíble, se dijo él, mientras le daba la mano.
Entonces, un grito desde la mesa vecina los sobresaltó.
–¡Es ella! –exclamaba una mujer, tirándole de la manga a su novio–. Esa princesa… ¡Mariama! Quiero tomarme una foto con ella. Hazme una foto, por favor, cariño.
Al parecer, no iban a poder seguir pasando desapercibidos. Pronto, todo el mundo sabría que estaban cuidando de un bebé… juntos.
Dos horas después, Mari dejó a Issa en su cuna. La pequeña descansaba plácidamente, tras haberse terminado el biberón.
Estaba sola con ella en su habitación, en la suite que compartía con Rowan.
Cuando aquella mujer había anunciado a los cuatro vientos que había una princesa en la mesa del lago, todos los móviles comenzaron a disparar fotos.
Rowan se había ocupado de hablar con las masas de curiosos dándoles la explicación de que estaban cuidando del bebé de forma temporal. Les había dicho que, al día siguiente, daría más detalles en una rueda de prensa.
Por otra parte, Mari seguía sin saber de dónde habían salido tantos guardaespaldas. Pensaba preguntárselo a su padre después y averiguar por qué había decidido ignorar su petición.
Aunque entendía que tener protección era lo más adecuado, por el bien de Issa. Ella misma pensaba haber contratado a un equipo de seguridad al día siguiente, aunque a menor escala. Esa noche, los guardaespaldas habían escoltado a Rowan, Issa y a ella hasta el hotel desde el restaurante. Mientras, a su lado, Rowan se había limitado a repetir a los curiosos que no harían más comentarios.
Sin duda, la prensa del corazón publicaría la noticia a la mañana siguiente. ¿Sería eso lo que tenía Rowan en mente cuando se habían besado? Quizá él, como mucha gente que había conocido en su vida, solo pretendiera utilizarla.
Por una parte, tenía la certeza de que Rowan la deseaba. Por otra, no podía entender por qué.
Por el momento, hasta que no pudiera reunir respuestas, Mari no pensaba llevar las cosas más lejos con él. Además, tenía que cuidar a la niña esa noche y hacer una llamada de teléfono.
Tomó el móvil y marcó el número.
–Papá, tenemos que hablar… –dijo ella, en cuanto su padre respondió.
La risa de su padre la inundó desde el otro lado del auricular.
–¿Del novio y del bebé que me has estado ocultando?
Mari cerró los ojos, imaginándose a su padre en su sillón de cuero favorito en su casa de campo. Suspirando, se masajeó las sienes con los dedos.
–¿Cómo has sabido lo de Rowan e Issa? ¿Tienes espías vigilándome? ¿Y por qué me has puesto guardaespaldas sin consultarme?
–Son demasiadas preguntas, hija querida. Primero, supe de tu asociación con el doctor Boothe y la niña por Internet. Segundo, no espío a mi familia o, al menos, no lo hago a menudo. Y tercero, esos guardaespaldas de los que hablas no son míos. Supongo que serán cosa de tu novio.
–No es mi novio –negó ella. A pesar de que se habían besado y lo había disfrutado como loca–. Y el bebé no es nuestro. Es una niña abandonada –añadió.
–Sé que el bebé no es tuyo, Mariama.
–¿También lo has averiguado por Internet? –replicó ella, tumbándose en la cama y abrazándose a una almohada.
–Te sigo de cerca, querida hija. No has estado embarazada y nunca te había gustado demasiado el doctor Boothe.
–La niña fue abandonada en la habitación del doctor y los dos estamos cuidándola hasta que las autoridades encuentren a sus familiares –explicó ella–. Ya sabes que los orfanatos africanos están saturados. No queríamos dejarla en uno de ellos, ya que tenemos la capacidad de ayudarla.
–Hmm –murmuró su padre, al mismo tiempo que pulsaba el teclado de su ordenador–. ¿Y por qué estás colaborando con un hombre al que no soportas para cuidar de una niña que no conoces? Podía haberse ocupado él solo.
–¿Será que me gusta ayudar?
–Eso es verdad –admitió su padre–. También eres muy mala mentirosa. ¿Cómo es que has acabado haciéndote responsable de la niña?
Mari nunca había podido ocultarle nada a su astuto padre.
–Intentaba escaparme de un grupo de turistas que querían hacerme una foto. Agarré un carrito del servicio de habitaciones y lo llevé a su destino. Resultó que la suite era de Rowan Boothe y que había una niña abandonada dentro del carrito. No hay nada entre nosotros.
En ese momento, Issa protestó, sobresaltándola. Mari se inclinó para acariciarle la espalda y ayudarla a dormirse de nuevo. Un instante después, escuchó abrirse la puerta de la habitación contigua. Cubrió el auricular con la mano. Rowan asomó la cabeza por la puerta.
–¿Va todo bien?
–Sí –afirmó ella y destapó el auricular–. Papá, tengo que irme.
–Mari, querida, creo que eres cada vez mejor mentirosa –señaló su padre al otro lado de la línea–. Parece que hay muchas cosas de tu vida de las que no tengo ni idea.
A ella se le aceleró el pulso. Su padre tenía razón. No solo se trataba de Issa. Se estaba mintiendo a sí misma al decirse que no había nada entre Rowan y ella.
Pero debía cambiar de tema, se dijo Mari. Sobre todo, cuando el objeto de su confusión estaba parado a un par de metros, mirándola con ojos ardientes.
–Papá, deberías estar contento. Todo esto nos dará publicidad positiva, una buena historia para que tu gabinete de prensa difunda durante las Navidades. Por una vez, estoy haciendo las cosas bien.
–Mari, querida, siempre has hecho las cosas bien –aseguró su padre.
–Eres peor mentiroso que yo, papá –repuso ella con una sonrisa agridulce–. Pero te quiero de todas maneras. Buenas noches.
Mari colgó y se levantó de la cama. Estaba hecha un manojo de nervios por la conversación con su padre… por no mencionar el remolino de emociones que le había suscitado besar a Rowan.
Sin embargo, aunque él seguía mirándola con deseo desde la puerta, Mari se dijo que no era momento para dar ningún paso en falso. Había demasiadas cosas en juego, como el bienestar de una niña…
Y su propia tranquilidad.
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