E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
había mentira, ni artificio… Sólo era Drew, el hombre al que amaba.
Y entonces él pronunció su nombre con un hilo de voz y la llevó directamente al paraíso.
Capítulo 12
BUENOS días —J.R. levantó la vista cuando Drew entró en la cocina a la mañana siguiente—. Qué pronto te has levantado.
Drew soltó algo parecido a un gruñido y se dirigió directamente hacia la cafetera. No tenía intención de contarle a su hermano por qué se había levantado mucho más temprano de lo que habían acordado. De hecho, ni siquiera estaba listo para reconocerlo. Había hecho el amor con su secretaria en un granero. Qué gran estupidez. ¿Cómo había perdido el control de esa manera? Como si aquello no fuera a cambiarlo todo…
A lo mejor nada había cambiado para ella, pero las cosas eran distintas para él. Nada más entrar en ella había perdido el juicio de una manera que jamás había conocido hasta ese instante… Nada más hacerla suya se había dado cuenta de que se había metido en un buen lío.
Sacó una taza y se sirvió un café.
—Será mejor salir pronto, ¿no? Uno no sale al campo a buscar el cuerpo de su padre todos los días.
—Maldita sea, Drew —J.R. hizo una mueca—. Espero que no sea su cuerpo lo que encontremos.
—Bueno, yo no puedo evitar sentir que es eso lo que vamos a buscar —le dio un buen trago al café, aunque le abrasara la garganta—. Darr se reunirá con nosotros en casa de Nick. Él llevará todo el equipo que necesitamos.
Parecía que J.R. quería decir algo, pero finalmente se limitó a asentir con la cabeza.
—Entonces recogeremos a Jeremy en el Double Crown antes de salir de la ciudad —echó el resto del café en un termo y agarró la enorme mochila que descansaba sobre una silla—. Isabella nos preparó algo de comida anoche, pero puedes desayunar algo antes de irnos —señaló las lonchas de jamón que estaban sobre la encimera.
Lo último que Drew quería en ese momento era comer. Pero sabía que tenían un largo y arduo camino por delante, así que se preparó un sándwich y lo envolvió en una servilleta mientras J.R. guardaba todo en la nevera.
—Bueno, será mejor que nos pongamos en camino. Darr siempre se levanta pronto. Seguro que ya está en casa de Nick.
J.R. asintió con la cabeza y salió de la cocina.
Drew fue tras él. La camioneta de J.R. estaba aparcada cerca de la puerta de atrás. Ambos se dirigieron hacia ella.
—¿Adónde fuisteis Deanna y tú anoche?
Drew casi se atragantó con el sándwich.
—Sólo fuimos a dar un paseo —masculló y bebió otro sorbo de café.
J.R. le miró de reojo y subió al vehículo. Drew hizo caso omiso de aquella mirada y siguió comiéndose el sándwich. Un momento después, J.R. arrancó el coche.
—Ella es lo mejor que te ha podido pasar, Drew.
Drew se atragantó y empezó a toser. J.R. tuvo que darle una fuerte palmada en la espalda.
—Estoy bien —murmuró, levantando una mano.
—Bueno, yo te veo muy ansioso —señaló J.R.—. ¿Qué demonios te pasa, Drew? ¿Habéis discutido Deanna y tú o algo así?
—No —aclaró Drew con cara de pocos amigos.
—Siempre has sido el más testarudo de todos nosotros —le dijo J.R., sacudiendo la cabeza.
—No. Ése debe de ser Darr o Jeremy. Si no fuera así, también habrían entrado en el negocio familiar con papá.
—Sí —dijo J.R., soltando una carcajada—. A lo mejor es así —metió la primera marcha, encendió las luces y dio marcha atrás hacia el camino.
Drew prefería salir a buscar a su padre, sin saber qué se iba a encontrar, antes que quedarse con Deanna. La había dejado muy confundida, pero él también lo estaba. Después de compartir la experiencia sexual más increíble de toda su vida, habían regresado al dormitorio. Ella lo había mirado con aquellos ojos verdes y tímidos, en la penumbra de la habitación… Parecía que esperaba algo, pero él no podía dárselo. De pronto, un profundo pánico se había apoderado de él. Tenía miedo de meterse en la cama con ella; tenía miedo de tocarla. Y así se había inventado una excusa estúpida para salir huyendo de la habitación.
Le había hecho daño. Lo sabía muy bien. Había herido a la última persona a la que hubiera querido hacer daño… Deanna. Se dio cuenta de que J.R. había parado el vehículo de nuevo. Estaban delante del granero.
El granero…
—Tengo que buscar cuerdas —dijo J.R. y bajó del coche.
Drew apartó la vista. No quería mirar hacia allí. El recuerdo de lo que allí había ocurrido estaba grabado con fuego en su memoria.
Se había ido. De nuevo. Deanna se puso boca arriba y miró hacia la almohada que tenía al lado. Todavía conservaba la marca de la cabeza de Drew… Se frotó los ojos con el brazo. El escozor de las lágrimas ya había aparecido. ¿Qué esperaba? ¿Que él se diera cuenta de repente de que la amaba? Lágrimas calientes brotaron de sus ojos cerrados.
Sin saber muy bien lo que hacía, se levantó de la cama y fue hacia el cuarto de baño. Se miró en el espejo. La persona que se reflejaba en el cristal parecía… rota. Igual que su madre. Suspiró suavemente y apartó la vista. Su madre se encontraba bien, sana y salva, pero Drew y sus hermanos no podían decir lo mismo de su padre… Volvió al dormitorio, pescó el móvil del fondo del bolso y lo encendió. Marcó el número de su madre.
—Deedee, ¿qué sucede? —la voz de Gigi sonaba adormilada, pero alarmada.
—Nada.
—Me estás llamando a las cuatro de la mañana, ¿y no pasa nada?
Deanna oyó ruidos al otro lado de la línea. Se dejó caer sobre el borde de la cama y se miró en el alto espejo que descansaba en el suelo.
—Mamá, ¿alguna vez tuviste un álbum para mí, en el que guardaras todas mis fotos de niña?
—Claro que sí. Está en el ático, en el baúl, junto con tu vestido del bautizo y el traje de novia de mi madre. Tu padre nunca me dejó ponérmelo —su madre parecía cada vez más preocupada—. Deanna, ¿qué sucede? Nunca me has llamado así.
La joven se pellizcó la nariz y apartó la vista del espejo.
—No pasa nada. Sólo quería saberlo. Eso es todo.
Oyó suspirar a su madre y entonces oyó un murmullo de una voz grave. Era la voz de un hombre.
—Gigi, ¿hay alguien ahí contigo?
—Un momento.
Deanna oyó más ruidos de fondo.
—Muy bien. Ahora estoy en la cocina —su voz ya no sonaba tan sigilosa—. Te has metido en un lío con ese jefe tuyo, ¿verdad? ¿Es por eso que me llamas en mitad de la madrugada? Si quieres que te diga cómo arreglar las cosas, pídemelo sin más.
¿Acaso era decepción lo que sentía? ¿O era desilusión? A lo mejor no era ninguna de esas cosas, sino la sensación de conformidad que acompañaba a la certeza de que Gigi siempre sería… Gigi. Para lo bueno y para lo malo.
—No. No necesito arreglar nada —le dijo tranquilamente—. Sólo quería oír tu voz. Siento haberte llamado tan pronto.
Gigi suspiró.
—Bueno, está bien. No sé qué va a pensar Frank, sobre todo teniendo en cuenta la hora que es. No es que sea una emergencia ni nada parecido, ¿no?
—No. No es una emergencia —Deanna apoyó los codos