E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
Se preguntó si una esposa y una familia propia conseguirían llenar de nuevo ese vacío. Esperaba que ése fuera el caso, aunque no fuera aquélla la mujer de su vida.
Llegaron poco después a Bernardo’s y aparcó frente al restaurante.
Apenas conocía a Kirsten. No podía saber si sería la mujer de su vida o no, pero estaba decidido a averiguarlo.
Kirsten estaba disfrutando mucho de la cena. El restaurante era muy romántico y la mesa estaba decorada con velas. Jeremy le contó cómo había ido su día en la clínica. Se dio cuenta de que le gustaba mucho su trabajo y le importaban de verdad sus pacientes. No dejó de sonreír ni un minuto mientras él le hablaba.
Pero no era la única que estaba disfrutando de la velada. Jeremy también parecía estar a gusto con ella y algo le decía que aquello podía ir muy bien para los dos.
—¿En qué trabajas tú? —le preguntó Jeremy entonces.
—Soy contable —repuso ella tomando el vaso de agua para beber.
—¿Y dónde trabajas?
Había esperado que no saliera el tema, pero ya había temido que tendría que contárselo tarde o temprano.
—Ahora mismo estoy sin empleo, pero sé que encontraré algo pronto —le confesó—. Tengo varias cartas de recomendación y un buen currículum. Confío en no estar demasiado tiempo en esta situación.
Jeremy sonrió y tomó otro bocado de su plato de pasta.
No quería que él la comparara con su hermano. Era cierto, ella tampoco tenía trabajo, pero creía que eran completamente distintos. Decidió cambiar de tema y volver a centrarse en la labor que Jeremy llevaba a cabo.
—Tienen mucha suerte en la clínica al contar con un cirujano tan dedicado como tú —le dijo—. Pero ¿no se te ha pasado nunca por la cabeza la idea de tener tu propia consulta?
—Bueno, la verdad es que la tengo. Está en Sacramento. Mi trabajo en la clínica de Red Rock es sólo temporal y voluntario.
Se le encogió el corazón al oírlo. No le hacía gracia que tuviera que irse de allí, le habría gustado tener la posibilidad de conocerlo mejor.
—Pero ¿por qué estás entonces en Red Rock? —le preguntó ella—. Y ¿cuánto tiempo vas a quedarte?
—Vine para asistir a la boda de mi padre, que debería haberse celebrado el mes pasado. Y me quedaré aquí el tiempo necesario…
Kirsten vio que bajaba la vista y se quedaba callado unos instantes. Parecía muy serio.
Después, volvió a mirarla a los ojos. No podía dejar de observarlo. Los mechones de pelo que el sol parecía haber aclarado refulgían a la luz de las velas. Antes de que abriera la boca, supo que lo que estaba a punto de decirle era muy doloroso. Lo intuyó.
—Mi padre desapareció el mismo día que iba a celebrarse su boda y nadie ha sabido de él desde entonces. Nadie lo ha visto, no hay ninguna pista… Es como si se hubiera desvanecido en el aire. No podía volver a Sacramento. Así que hablé con mis colegas de la clínica para poder quedarme aquí hasta que lo encuentren.
Estaba muy conmovida. No sabía qué decirle.
Se le rompió el corazón cuando le habló del accidente de coche que había tenido su padre y de las investigaciones de la policía. No tenían ni un rastro.
—No suelo fiarme de mis instintos ni creo en las corazonadas, pero no sé… Algo me dice que acabará apareciendo —le confió él.
Alargó la mano hacía él y cubrió la de Jeremy. Pudo sentir su fuerza y su calidez cuando tocó su piel. Entendía muy bien cómo se sentía. Su padre los había dejado cuando ella tenía catorce años. Había creído durante mucho tiempo que volvería a casa, que su padre nunca podría abandonar de esa manera a su familia.
Pero no había vuelto a verlo y había tenido que vivir desde entonces tratando de aceptarlo y superar el dolor y la desilusión que había sentido entonces.
Jeremy la miró a los ojos. Le dio la impresión de que, a pesar de lo que acababa de decirle, en realidad no tenía tantas esperanzas de encontrar a su padre con vida. Vio que necesitaba su comprensión y todo su apoyo. Era el tipo de reacción emocional que siempre había deseado provocar en su hermano, esa sensación de que se entendían sin palabras, que estaban pasando por lo mismo, que estaba de alguna manera conectando con una persona que le importaba. Sintió todas esas cosas en sus ojos y mucho más.
Había algo en su mirada que quizás fuera sólo fruto de su imaginación, del ambiente romántico de ese restaurante, de la suave música que tocaban unos músicos cerca de allí o de la luz de las velas. Le parecía que su conexión iba mucho más allá de una mera atracción física, aunque ésta fuera innegable.
Se dio cuenta de que Jeremy Fortune era un hombre al que tenía que tomar en serio. Con el tiempo, podría convertirse incluso en alguien a quien pudiera prometer amor eterno si llegaba a tener la oportunidad de conocerlo mejor. Pero sabía que no contaban con ese tiempo. Estaba en Red Rock sólo de forma temporal y no tardaría en regresar a California, donde tenía su clínica.
Lentamente, apartó la mano, pero acarició cada centímetro de su piel mientras lo hacía.
Sabía que no debía dejar que su imaginación volara y era mejor dejar el romanticismo de lado. Estaba siendo una velada increíble, perfecta, pero sabía que para él no era más que una distracción. No podía empezar nada con ella y sería absurdo por su parte hacerse ilusiones que no tenían ningún tipo de fundamento ni futuro.
Después de todo, no tardaría en volver a Sacramento.
Y ella se quedaría sola de nuevo.
Kirsten había apartado su mano unos minutos antes, pero Jeremy podía sentir aún su caricia en la piel. También había conseguido tocarle el corazón. Era una mujer muy comprensiva y atenta, había conseguido emocionarlo.
Pero, antes de que pudiera pensar más en ello, llegó el camarero que los había estado atendiendo durante la cena.
—¿Puedo retirar los platos? —les preguntó.
—Sí, ya he terminado —le dijo Kirsten—. Gracias.
Jeremy dejó que se llevara también el suyo.
—¿Les traigo la carta de postres? —sugirió el camarero.
Jeremy no quería tener que irse, estaba siendo una velada muy agradable y quería alargarla al máximo. Por eso, decidió aceptar la propuesta del joven.
—Por supuesto, me encantaría ver qué tienen —le dijo.
Acababa de alejarse de la mesa el camarero cuando notó que vibraba su teléfono móvil.
Desde que despareciera su padre, lo había mantenido siempre cerca y encendido. No podía prever cuando lo avisarían de que por fin lo habían encontrado y quería estar siempre localizable. Miró la pantalla y vio que era un teléfono de Sacramento. No tardó mucho en reconocer el número.
—Perdóname, Kirsten —se disculpó—. Se trata de un colega de la clínica, me temo que he de hablar con él.
—No te preocupes, lo entiendo perfectamente —le dijo Kirsten.
Contestó el teléfono y, tal y como se había imaginado, era Jack Danfield el que estaba al otro lado del hilo telefónico.
—¿Cómo va todo? ¿Sabes ya algo de tu padre? —le preguntó Jack en cuanto contestó.
—No, seguimos esperando —repuso él—. Me pillas cenando, ¿podría llamarte más tarde?
—Sí, pero deja que te comente rápidamente por qué te llamaba. Tengo un niño de doce años en Urgencias por un accidente de tráfico. Tiene varias fracturas en ambas piernas y se han dañado las arterias principales, sobre todo en una de las piernas. Me temo que tendremos que amputar,