Magia en el mar . Maureen ChildЧитать онлайн книгу.
Lo único que tienes que hacer es firmar los papeles y, cuando lleguemos a casa, yo misma los entregaré en el juzgado.
Él miró el sobre, pero no hizo intención de agarrarlo. Seguían casados. No sabía qué pensar o sentir al respecto. Michael había tenido razón al decir que la había echado de menos. La había echado de menos más de lo que se había esperado, más de lo que había querido admitir. Y ahora ella había vuelto y lo sucedido no haría más que prolongar el dolor del fracaso.
–¿Por qué no sirven los primeros documentos? ¿Por qué redactar unos nuevos?
–No lo sé. Mi abogado pensó que era mejor así y la verdad es que después de lo que ha pasado tampoco me apetecía hacer muchas preguntas. Lo único que quiero es que esto termine ya.
Al mirar esos ojos color verde bosque, Sam sintió un golpe de calor y de pesar. Siempre la desearía. Durante los últimos meses había intentado olvidarla, pero incluso recorriendo el mundo, el recuerdo de Mia lo había perseguido. Y ahora ahí estaba, frente a él, y debía contenerse para no abrazarla. ¡Seguían casados! Y tenían por delante un crucero de catorce días. ¿Por qué no pasaban juntos ese tiempo a modo de despedida por todo lo alto? Mia quería los papeles del divorcio firmados, así que tal vez podían llegar a un acuerdo, pensó de pronto. Todo dependía de lo importante que ese divorcio fuera para ella.
–Pareces muy ansiosa por tenerlos firmados.
–Sam, terminamos hace meses. Este es el último paso, uno que creíamos que ya habíamos dado. ¿Por qué razón no iba a querer que termine todo de una vez?
–Por ninguna –murmuró preguntándose si era mala idea plantearle el trato. Por supuesto que lo era, pero eso no significaba que no fuera a proponerlo. Tenía que admitir que le molestaba verla tan impaciente por apartarse de él. Aún recordaba aquella época en la que lo único que habían querido era estar juntos. ¡Él aún quería eso! Y por el calor que veía en los ojos de Mia, sabía que ella sentía lo mismo.
Seguían casados.
Estaba ahí, con su esposa, y de pronto el divorcio le parecía algo muy lejano. Al acercarse y verla contener el aliento, supo que ella estaba sintiendo lo mismo. Tenía los ojos brillantes y los labios separados mientras respiraba entrecortadamente.
–¿Qué estás haciendo?
–Saludando a mi esposa –respondió Sam con media sonrisa.
Ella le plantó una mano en el pecho con brusquedad.
–Que sigamos casados es solo un tecnicismo.
–Siempre me han gustado los tecnicismos.
Sobre todo ese.
Ni aun sabiendo que su matrimonio estaba acabado, había logrado librarse del deseo que palpitaba en su interior, pero el dolor que había estado arrastrando todo ese tiempo ahora estaba cesando porque la tenía a su lado. Porque su aroma lo estaba envolviendo. Y solo con mirarla a los ojos veía que ella sentía lo mismo.
–Sam, ¿por qué hacer esto más complicado de lo que ya es?
Él posó las manos sobre sus hombros y el calor del cuerpo de Mia se filtró en el suyo. Agachó la cabeza y se detuvo cuando sus bocas estaban a escasos centímetros. Estaba esperando a que ella lo aceptara, a que le avisara de que estaba sintiendo y pensando lo mismo.
–Podría ser un gran error –añadió Mia sacudiendo la cabeza.
–Probablemente.
Pasaron unos segundos y él siguió esperando. Al final, ella dejó caer el bolso al suelo, le rodeó la cara con las manos y dijo:
–¿Qué importa un error más?
–¡Esa es la actitud!
La besó, la llevó contra sí, la envolvió en sus brazos y la abrazó con fuerza.
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