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La Sombra de Anibal. Pedro Ángel Fernández de la VegaЧитать онлайн книгу.

La Sombra de Anibal - Pedro Ángel Fernández de la Vega


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de la sedición en contra de los optimates (Invención 2, 52), y que Fabio Máximo «se opuso con todas sus fuerzas a Cayo Flaminio» (De la vejez 11). Elabora así una interpretación en términos de político popular opuesto a los optimates de la elite senatorial, conforme a los parámetros de su propia época (Robb, 2010: 80). Según deja entrever Cicerón, además, la oposición de Fabio pudo haberse servido de argumentos de rango superior, religioso, pues recuerda que haciendo valer su condición de augur, llegó a decir al respecto de este asunto que «cualquier cosa que se realizara en beneficio de la República, estaba hecha bajo los mejores auspicios. Asimismo, afirmaba que los asuntos que iban en contra de la República, iban también en contra de los auspicios» (De la vejez 11). El sentido del pasaje es oscuro en este contexto, pero atañe al interés y la seguridad de la República (Roller, 20011: 192), queda bajo el ámbito de interpretación de la oposición vehemente de Fabio a Flaminio, y parecería que su declaración apunta a que los auspicios no eran imparciales políticamente, que podían ser enarbolados, oportunamente manejados, anteponiendo la razón de Estado. Siendo Fabio augur, además de político, parece que la vía religiosa, la prerrogativa augural, pudo sopesarse, si no activarse, para intentar frenar el plebiscito: se utilizó tal vez como una huida hacia adelante en una escalada de rivalidad política que revitalizaba el ya viejo enfrentamiento entre órdenes sociales. La secular oposición entre patricios y plebeyos se sentía superada hasta que, de repente, un tribuno aparece prometiendo y sometiendo a votación plebiscitaria una medida no pactada ni emanada del entorno senatorial, sino de inspiración directamente popular.

      El asunto, tratado en términos políticos, crea una posición de inimicitas, una rivalidad política que no debe desdeñarse como móvil para explicar futuros desencuentros en los años posteriores entre ambos.

      Sobre cómo la ley salió adelante, dejan constancia el propio Cicerón (Bruto 57), el agrónomo Varrón citando a Catón, otro tratadista anterior (De agric. 1, 2, 7), y Polibio, quien no oculta su animadversión hacia el perfil popular –o más bien populista– que atribuye a Flaminio por su ley de reparto de tierras: «Y fue Cayo Flaminio el que introdujo esta demagógica directriz política en la que debe reconocerse el factor a tener por fundamental del cambio a peor experimentado por el pueblo romano, así como la causa de la guerra posteriormente entablada con los galos» (2, 21, 8). Obviamente, la relación de causa y efecto entre la reforma y la guerra posterior no puede establecerse a partir de este único testimonio que no se contrasta en otras fuentes. En todo caso, la ocupación gradual del territorio por Roma pudo verse como una provocación por parte de los galos (Develin, 1976: 638; Eckstein, 1987: 12). La presentación que se hace por parte de Polibio convierte a Flaminio en un precedente remoto –un siglo anterior– a las revolucionarias reformas agrarias de los Gracos en contra de los intereses del orden senatorial y de su monopolio de poder político y económico (Scullard, 1976: 53). Resulta difícil desentrañar lo que movía la reacción de Fabio Máximo y de los senadores contra Flaminio, ya se tratara de motivos económicos concerniendo a las tierras mismas, o de motivos político-militares para no abrir una provocación a los galos boyos mientras la conquista del área del valle del Po estaba por completar (Vishnia, 1996: 30). Lo más probable es que se produjera una convergencia de causas al respecto: el senado tenía intereses creados sobre las tierras, pero los ocultaba tras argumentos de inestabilidad fronteriza.

      Y al mismo tiempo, tampoco cabe ver en esta reforma agraria de Flaminio un planteamiento estrictamente dual. El silencio llamativo del cónsul colega de Fabio desvela que no toda la nobilitas estaba posicionada del lado de Fabio Máximo. Pero algo parece fuera de duda: la reforma agraria que pretendía asignar tierras a ciudadanos romanos para ocupar y colonizar el ager Gallicus beneficiaba a las clases populares más desfavorecidas, a un proletariado urbano dispuesto a marchar a un territorio inseguro, de frontera, y así se percibió. Preocupó la reforma y preocupó la pujanza popular del tribuno, quien en cierto modo estaba cumpliendo de manera comprometida con su deber en defensa de los intereses de la plebe (Develin, 1976: 643). Había un ejercicio responsable donde los senadores vieron oportunismo, pero, ciertamente, se estaba forjando el novus homo. El impulso electoral inicial y las promesas de tierras satisfechas encaminarían al tribuno a las magistraturas más altas.

      UN PRETOR MEMORABLE

      Tras el brillante inicio de su carrera política, en buena medida incendiario y no menos polémico, los siguientes dos escalones del cursus honorum de Cayo Flaminio no han quedado registrados. Cinco años después de su polémico tribunado de la plebe, en el año 227, Flaminio habría desempeñado el cargo de pretor, por lo que, dentro de las convencionales etapas de la carrera, cabe pensar que pudo ser uno de los dos ediles plebeyos en el año 229 o en el 228 (Beck, 2005: 265). Nada se conoce acerca de su desempeño en ese cargo que, al margen de las tareas municipales de control de calles, edificios y mercados, así como de custodia de los archivos y del patrimonio sagrado plebeyo, especialmente del templo de la triada del Aventino –Ceres, Líber y Líbera–, tenía encomendada la supervisión de abastecimientos. Es probable que fuera entonces cuando columbrara la posibilidad de crear un nuevo circo en Roma. Lograría hacerlo realidad como censor en el año 220. La generosidad en el cargo de edil era decisiva para continuar en la carrera política, y la de Flaminio se desarrolló con éxito. Los derroteros posteriores de su trayectoria abogan por pensar que desempeñó todas las magistraturas intermedias, sobre todo teniendo en cuenta la popularidad y la proyección logradas en su tribunado.

      Aunque la constancia documental flaquea al respecto, se puede afirmar que, con toda probabilidad, fue pretor en el 227 (Broughton, 1986: 229). Se trató del año en que el número de pretores se incrementó de dos a cuatro, para que los magistrados suplementarios se ocuparan de las provincias extraitálicas de Sicilia y Córcega-Cerdeña (Brennan, 2000: 92; Díaz Fernández, 2015: 35 y 228). Flaminio marchó a Sicilia como primer pretor de la provincia. El hecho en sí aúna lo memorable de la anécdota política, rescatada para el recuerdo por Solino (5, 1), con la constatación de que Flaminio fue alejado de Roma. La pretura ejercida como gobernación provincial podría en adelante servir a los políticos romanos para reponer sus maltrechas arcas privadas después de una generosa gestión como ediles, tras haber costeado por ejemplo unos juegos dignos de recordar. Sin embargo, esa tendencia, que se iba a consolidar en el tiempo, puede haber sido ejercida con cierto comedimiento por Flaminio debido tanto a la inexperiencia previa de pretores provinciales, como quizás al propio talante personal. De hecho, su gestión mereció honroso recuerdo para los sicilianos: unos treinta años después, en el año 196, su hijo, que portará su mismo nombre, será elegido edil curul –ya no plebeyo como lo fuera probablemente su padre– y podrá ejecutar una memorable largueza, porque en su nombre y el de su colega en el cargo, podrá poner en el mercado cereal a precio muy bajo, distribuyendo «entre la población un millón de modios de trigo a dos ases. Lo habían enviado a Roma los sicilianos como homenaje personal a Cayo Flaminio y a su padre» (Liv. 33, 42, 8). Obviamente, Cayo Flaminio hijo estaba en condiciones de ejercitar, tres décadas después, los lazos patronales que su propio padre había dejado establecidos y bien afianzados en la isla. Los provinciales sicilianos, con su generosidad, intentaban propiciar, una generación más tarde, a un nuevo valedor de sus intereses en Roma, a un patrono agradecido.

      En la anécdota sobre el hijo se reconoce el ascendiente y la autoridad que le fueron reconocidos al padre, por su gestión ejemplar como pretor en Sicilia (Develin, 1979: 273). Hay que puntualizar, sin embargo, que Cayo Flaminio había accedido a esta magistratura en circunstancias especiales de devaluación electoral, pues se trataba del año en que las oportunidades de lograr el cargo de pretor se habían duplicado por primera vez. El caudal electoral con que contaba Flaminio como candidato, después de su popular tribunado de la plebe, no fue en ese sentido especialmente puesto a prueba. Pero lo poseía y por ello fue elegido.

      En todo caso la pretura hubo de fortalecerlo para la nueva prueba: si en el acceso a la pretura se devaluaba la competencia porque se nombraba el doble de pretores, para acceder al siguiente cargo –el consulado– la rivalidad se duplicaba. Cuatro nuevos pretores cada año entraban en liza para empezar a optar dos años después a los dos títulos consulares anuales. Esta pudo ser la razón para explicar por qué Flaminio no hubo de esperar un año, sino cuatro, antes de lograr acceder al consulado en el año 223.

      EL CÓNSUL GAFE

      Cuando


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