Amor entre viñedos - Un brote de esperanza. Kate HardyЧитать онлайн книгу.
arqueó una ceja. En su opinión, era bastante irónico que una persona que lo había dejado en la estacada lo acusara de ser injusto. Tuvo que hacer un esfuerzo para refrenar su irritación. Y fue un esfuerzo parcialmente fracasado.
–¿Qué esperabas, Allegra?
–Todo el mundo comete errores.
–Sí, claro que sí –dijo él con sarcasmo.
Ella suspiró.
–Ni siquiera me vas a escuchar, ¿verdad?
–¿Para qué? Ayer nos dijimos todo lo que teníamos que decir.
–Te aseguro que esto no es un capricho –insistió Allegra–. Estoy decidida a hacer un buen trabajo.
Justo entonces, Xavier se dio cuenta de que tenía ojeras y comprendió que tampoco ella había dormido bien. Por lo visto, él no había sido el único que había estado pensando en los viejos tiempos. Y debía admitir que, al menos, Allegra había tenido el coraje necesario para volver a un lugar donde sabía que todo el mundo la despreciaba.
–Está bien –dijo a regañadientes–. Escucharé lo que tengas que decir.
–¿Sin interrupciones?
–No te lo puedo prometer, pero te escucharé.
–De acuerdo.
Ella alcanzó el café y echó un trago. No había probado la comida.
–Harry y yo terminamos mal cuando me fui a Londres la primera vez. Terminamos tan mal que me juré que no volvería a Francia. Pero más tarde, cuando salí de la universidad, empecé a ver las cosas de otra manera e hice las paces con él. Desgraciadamente, ya me había asentado en Londres y… –Allegra se mordió el labio–. Bueno, olvídalo. No sé por qué intento explicártelo. No lo entenderías.
–¿Quién está juzgando a quién ahora?
Ella sonrió con timidez.
–Como quieras –dijo–. Tú creciste aquí, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo lleva tu familia en estas tierras? ¿Un par de siglos?
–Algo así.
–Y siempre supiste que pertenecías a este lugar…
Él asintió.
–Sí, siempre.
–Para mí fue diferente. De niña, viajé con mis padres por todo el mundo. Cuando su orquesta no estaba de gira, mi madre daba conciertos como solista y mi padre la acompañaba. Nunca estábamos mucho tiempo en el mismo sitio, y las niñeras no duraban demasiado… Al principio, se alegraban de tener la oportunidad de viajar; pero luego se daban cuenta de que mis padres trabajaban todo el tiempo y de que esperaban que ellas hicieran lo mismo.
Allegra respiró hondo y siguió hablando.
–Cuando no estaban en un escenario, estaban practicando y no se les podía molestar. Mi madre practicaba tanto que a veces le sangraban los dedos. Y cada vez que yo me empezaba a acostumbrar a un lugar, nos íbamos otra vez.
Xavier comprendió lo que le pretendía decir.
–Y cuando te estableciste en Londres, no quisiste volver a Francia. Habías encontrado tu hogar. Habías echado raíces.
Ella asintió.
–Exactamente. Y podía hacer lo que quisiera con mi vida. No tenía a nadie que me presionara y me arrastrara a intereses que no eran los míos, por buenas que fueran sus intenciones –dijo Allegra–. Gracias por comprenderlo.
Xavier suspiró.
–Bueno, aún no lo entiendo del todo… –le confesó–. Siempre pensé que, para ti, la familia era lo primero.
–Y lo era. Pero yo tenía otros motivos para no volver a Francia.
–¿Yo?
–Sí, tú.
Xavier se alegró de que mencionara el asunto. Al menos, ya no tendrían que fingir que no pasaba nada.
–Pero has vuelto ahora…
–Porque pensaba que no estarías aquí.
Él frunció el ceño.
–¿Cómo es posible? He sido el socio de Harry desde la muerte de mi padre. Lo sabías.
Ella sacudió la cabeza.
–No sabía nada. Harry y yo no hablábamos nunca de ti.
Xavier entrecerró los ojos. ¿Estaba insinuando que Harry y ella habían discutido por él y que, tras hacer las paces, habían decidido no hablar de ello?
–¿Qué estás haciendo aquí, Allegra? ¿Por qué has vuelto precisamente ahora?
–Porque se lo debo a Harry. Y no me vuelvas a recordar que no asistí a su entierro –le advirtió–. No fue culpa mía. Además, ya me siento bastante culpable.
–No tenía intención de recordártelo –dijo Xavier con tranquilidad–. No tengo derecho a juzgarte por lo que pasó… Pero, además de ser mi socio, Harry era amigo mío. Y creo que merecía algo mejor.
Ella se ruborizó un poco.
–Yo también lo creo.
–¿Qué pudo pasar que fuera tan urgente? Dijiste que estabas de viaje de negocios… ¿No pudiste retrasar tus compromisos?
–Lo intenté, pero el cliente se negó a cambiar la fecha de nuestra reunión.
–¿Y no te podían sustituir?
Ella soltó un suspiro.
–Según mi jefe, no –dijo–. Hice lo posible por acelerar las cosas, pero terminé tarde y perdí el avión.
Xavier la miró con desconfianza.
–No me digas que no había otro vuelo…
– Estuve una hora en el aeropuerto, intentando encontrar una combinación que me llevara a Francia a tiempo de asistir al entierro de Harry, pero no la había.
–¿Y tus padres? Tampoco se presentaron –le recordó.
Ella se encogió de hombros.
–Estaban en Tokio y no podían asistir porque habrían tenido que suspender un concierto. Ya sabes cómo son…
–Sí, ya lo sé.
Allegra lo miró con intensidad.
–Si vas a decir que soy como ellos, ahórratelo. Es verdad; puse los negocios por delante de la familia. No debería haber sido así.
–Bueno, al menos admites que cometiste un error.
Ella no dijo nada.
–¿Y qué vamos a hacer ahora? –continuó él.
–¿Confiabas en el buen juicio de Harry?
Xavier inclinó la cabeza.
–Sí.
–Pues es evidente que Harry confiaba en mí. De lo contrario, no me habría dejado su parte de los viñedos.
–Comprendo. Me estás pidiendo que yo también confíe en ti.
–En efecto.
Él se pasó una mano por el pelo.
–Allegra… ¿Qué sabes tú de viñedos?
–¿Ahora mismo? Muy poco, por no decir nada –admitió–. Pero aprendo deprisa. Estudiaré y trabajaré lo necesario para poder ser útil.
–¿Y hasta entonces?
–Intentaré ser útil en otras facetas del negocio.
–¿Como por ejemplo…?
–Ya te lo dije