E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
no tenía que verlo todos los días y cuando el último recuerdo del tiempo que habían pasado juntos había sido tan terrible. Ahora sabía lo que era besarlo cuando estaba sobrio y con tanto interés como tenía ella.
–Tienes que hacer que paren –le dijo.
–¿Qué me darás si lo hago?
La pregunta fue automática y fruto de la costumbre por el hecho de tener cinco hermanos. Antes de que él pudiera decir nada, alzó las manos.
–No importa. No respondas a eso. Te ayudaré porque soy una buena persona y eso hará que mi madre se sienta orgullosa. No hay otra razón. Vamos.
Comenzó a dirigirse a su camioneta.
–¿Adónde vamos?
–Al pueblo.
Estuvieron allí en menos de quince minutos. Aparcó junto al lago y apagó el motor.
–Vamos a pasear por el pueblo y vas a fingir que estás coladito por mí. Para cuando hayamos vuelto a la obra, se habrá extendido el rumor y tu problema estará solucionado.
–Eso puedo hacerlo.
Agradeció que él no insistiera en el porqué de su ayuda. Sí, claro, en parte lo hacía por su madre, pero aunque era cierto que había disfrutado viendo a Tucker pasándolo mal, no le gustaba que otras mujeres se acercaran a él.
Por mucho que Tucker y ella hubieran acordado que se iban a centrar solo en el trabajo todo el tiempo, eso no hacía que pudiera ignorarlo.
–Iremos al supermercado y a la librería de Morgan. Después, daremos un rápido paseo por Frank Lane y entonces ya serás intocable.
–Te debo una –dijo al salir de la camioneta.
Y en más sentidos de lo que él se creía, pensó Nevada.
Comenzaron a caminar hacia el centro y, cuando llegaron a una esquina y pararon en un semáforo, Tucker le agarró la mano. Ella tardó un segundo en recordar que eso formaba parte del plan, que había sido su propia idea. Mientras que su cerebro estaba ocupado procesando la información, su cuerpo hervía bajo un estallido de calor y sus partes más femeninas despertaron.
No, de ningún modo, se dijo. No podía permitirse reaccionar así ante Tucker, pero aleccionarse de ese modo no ayudaría mucho, no cuando él estaba entrelazando sus dedos con los suyos y apretándole fuerte.
Pasaron por el supermercado mientras ella le ofrecía una chispeante conversación e intentaba no fijarse en cómo se rozaban sus hombros y en cómo él le sonreía.
De nuevo en la calle, se sintió aliviada al ver a Pia y a Raúl, que empujaba un carrito de bebé doble, yendo hacia ellos.
–Hola –dijo soltándole la mano a Tucker y corriendo hacia sus amigos–. Habéis salido.
–¡Por fin! –exclamó Pia–. Pensamos que ya era hora de presentarle a las niñas su pueblo. Además, hoy empiezan a trabajar en el Festival del Otoño y quiero ver cómo van las cosas. Luego vendrán las jornadas de artistas con un invitado especial y también tengo que comprobar el inventario para la decoración de Halloween.
Nevada les presentó a Tucker y los dos hombres se dieron la mano.
–Son preciosas –dijo él sorprendiéndola.
Pia asintió.
–No puedo llevarme el mérito, así que lo único que puedo decir es que estoy de acuerdo contigo. Además, son muy buenas. He estado leyendo toneladas de artículos en Internet sobre cólicos y noches sin dormir, así que tenemos suerte. ¿Qué hacéis por aquí?
–Estoy protegiendo a Tucker de las mujeres solteras del pueblo.
Tucker la miró.
–¿Tenías que decir eso?
Nevada le sonrió.
–Lo siento. ¿Era un secreto?
Raúl sacudió la cabeza.
–Las mujeres de este pueblo son decididas y resueltas –rodeó a Pia con un brazo–. Mira cómo me cazaste tú.
–Fuiste tú el que me suplicó que me casara contigo y me diste lástima.
–Sigue diciendo eso y puede que algún día sea verdad.
Nevada sabía que se habían enamorado de un modo inesperado mientras Pia estaba embarazada de los embriones de su amiga.
–Si la cosa se pone fea, podéis salir con nosotros –dijo Pia acercándose a Raúl.
–Gracias.
Dejaron a la joven familia y siguieron con su paseo por el pueblo.
En la esquina de la librería de Morgan, Nevada estaba a punto de sugerir que podían parar a comprar un dulce antes de entrar cuando Tucker la sorprendió llevándola hacia él.
–¿Qué? –preguntó ella.
En lugar de responder, la besó.
Sentir su boca fue algo delicioso y su ya alertado cuerpo reaccionó. Consciente de que estaban en mitad de la calle y de que cualquiera podía verlos, quiso echarse atrás, pero no pudo. Había algo en él que hacía imposible que se moviera, imposible que hiciera nada más que perderse en la sensación de sus labios contra los suyos.
La rodeó con los brazos y tanto sus hombros como sus muslos se tocaron. Ella deseó devolverle el abrazo, pero justo cuando estaba a punto de separar los labios para poder intensificar el beso, él se apartó.
–¿Qué ha sido eso?
Tucker le sonrió y volvió a tomarle la mano.
–Solo he hecho lo que me has dicho. Que parezca que estoy loco por ti.
¡Oh, claro! El plan para protegerlo.
–Ah... eh... vale –se aclaró la voz–. Lo has hecho bien.
Tucker le guiñó un ojo.
–A mí también me ha gustado.
¿Y esas reglas de «solo trabajo»? ¿Y eso de ser solo amigos? La verdad era que Tucker Janack siempre lograba encandilarla y siempre lo haría. El truco sería descubrir cómo lograr controlar sus reacciones ante él y no perder la cordura al mismo tiempo.
Al cabo de un par de días esquivando a Tucker, haciendo su trabajo y sin querer nada más que escapar de la desmoralizante tensión sexual que sentía cada vez que estaba cerca de ese hombre, Nevada quedó aliviada cuando recibió una llamada de Montana. Dakota y ella querían una reunión de mellizas. Quedaron en una hora y sugirieron reunirse en casa de su madre.
Nevada llegó pronto; había sido una gran excusa para marcharse de la obra. Esperaba que después de que sus hermanas hablaran de lo que tuvieran que hablar, pudiera pedirles consejo sobre cómo aclararse la mente en cuanto a Tucker porque, por sí sola, no encontraba ninguna idea.
Centrarse en el pasado y odiarlo no era una opción de verdad. Habían pasado diez años, ella había tenido tanta culpa como él y prefería mirar hacia delante que mirar atrás. Además, le encantaba su trabajo y quería seguir trabajando con él. Que Tucker se pusiera una máscara de gorila cada día la ayudaría mucho, pero no estaba segura de cómo pedirle que lo hiciera.
Llamó a la puerta, como siempre hacía, antes de abrirla.
–¡Soy yo! –gritó–. ¿He llegado la primera?
No obtuvo respuesta. Oyó un ruido procedente de la cocina y recorrió el pasillo preguntándose de qué querrían hablar. Tal vez Montana estaba embarazada. Eso sí que sería divertido. Simon era un tipo genial. Tal vez iban a anunciar su compromiso, lo cual significaría que sus dos hermanas estaban felizmente enamoradas.
Bien por ellas, pensó diciéndose que no debía dejarse afectar por ello porque, con el tiempo, ella también encontraría a su chico. Tenía que ser positiva.