Lunes por la tarde... 5. José KentenichЧитать онлайн книгу.
debía ascender a la cruz, y ¿qué hizo? «Patris sum nunc: en ese momento ascendió a la cruz.
Patris sum nunc et in perpetuum. Pero no solemos decir, solamente: «Patris sum nunc et in perpetuum», sino también: «Matris sum nunc et in perpetuum». ¿Por qué «Matris sum nunc et in perpetuum»? La respuesta solo puede ser siempre la misma: porque el Padre así lo quiso. El Padre quiso que pertenezcamos a la Santísima Virgen. ¿No nos dio acaso de manera solemne a través del Salvador en la cruz el mandato: Ecce mater tua, ecce filius tuus?6 ¿Qué quería él con eso? El Padre quería que entremos en una alianza de amor no solamente con él, sino también con la Santísima Virgen. Y más aún: ¿no nos ha dicho el Padre a través de la fe en la Providencia que le dio a la Santísima Virgen la orden de descender a sus pequeños santuarios de Schoenstatt a fin de sellar allí con sus predilectos una alianza de amor?
Ya ven, esto significa: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum. Por tanto, queremos ponernos y nos pondremos sin reservas a disposición del Padre y de la Madre a través de nuestra alianza de amor. Pero decimos: la alianza de amor no es solo una disponibilidad unilateral, sino una perfecta disponibilidad mutua. En la práctica, esto significa, entonces: no solo nosotros nos ponemos a disposición de manera perfecta y sin voluntad propia, sino que el Padre y la Madre se ponen también a disposición nuestra, también a mi disposición.
¿Qué significa esto, entonces? El Padre y la Madre hacen también lo que yo quiero, lo que yo deseo, por supuesto, bajo determinadas condiciones. ¿Dónde está eso en nuestro lema? Vivat sanctuarium. ¿Qué significa «vivat sanctuarium»? En el santuario no hemos sellado solamente nosotros una alianza de amor con la Santísima Virgen y con el Padre del cielo, sino que también ellos han sellado una alianza con nosotros. Es decir, ellos se han puesto a nuestra disposición. ¿A través de qué se han puesto a nuestra disposición? A través de su amor misterioso, misericordioso. Ellos nos han ofrecido su amor, pero yo digo, intencionalmente: su amor misericordioso.
¿Que implica la expresión «amor misericordioso»? Nuestra miseria, nuestros límites. Vean: de un lado, el Dios misericordioso, y del otro lado, nosotros, miserables criaturas. Por eso es evidente: el Padre y la Madre saben que somos desvalidos, que somos limitados, que tenemos defectos, que somos desvalidos. Por tanto, somos objeto del amor misericordioso del Padre y de la Madre.
En realidad, nunca podremos grabarnos de forma suficientemente profunda la expresión «amor misericordioso». ¿Qué significa amor misericordioso? En el Dios eterno, infinito, encontramos todas las buenas cualidades en medida y grado infinitamente elevados. Es así como hablamos del Dios justo, del Dios omnipresente, del Dios omnipotente. Pero si abrimos la Sagrada Escritura, nos sale al encuentro una pequeña frase que nos abre un mundo. La pequeña frase reza: Super omnia haec misericordia eius.7
Por encima de todas las cualidades se encuentra el amor misericordioso: ese amor supera todo, todo lo demás. Por tanto: el amor misericordioso, no solo el amor. Dios sabe cuán débil soy. Dios sabe que soy limitado. Dios sabe que tengo el pecado original. Dios sabe que innumerables veces he pecado personalmente. ¿Y ahora? Su amor misericordioso me dice «sí». Esta es la gran imagen de la historia que tiene el apóstol san Pablo, la gran imagen de la historia que tiene la Santísima Virgen. Por sobre todo está el Dios misericordioso. El Dios misericordioso tiene en sus manos las riendas del acontecer universal.
El apóstol Pablo reflexiona en una ocasión en la Carta a los Romanos: ¿Por qué ha dejado Dios que todos los hombres se enredaran en el pecado original? Si tenemos el pecado original, todos somos criaturas pecaminosas. Por eso la pregunta: ¿por qué gobierna Dios a una humanidad tan pecadora? La respuesta, maravillosamente profunda, reza: Para poder apiadarse tanto más de ella.8 ¿Qué significa esto, a su vez? Por ser la humanidad tan pobre y pecadora, el Dios vivo puede derramar su misericordia en esa humanidad. Esta es la gran imagen de la historia que tiene el apóstol Pablo. El Padre Dios gobierna una humanidad pecadora por misericordia divina, no en primer lugar por justicia. La justicia también está presente, pero por sobre toda justicia actúa en la historia de la humanidad su misericordia.
Lo mismo encontramos si examinamos la imagen de la historia que tiene la Santísima Virgen. Solo es preciso que nos detengamos a considerar el Magníficat. En él escuchamos la frase: «Su misericordia llega a los que le temen de generación en generación».9 ¿Qué significa «su misericordia»? Una misericordiosa mano paternal gobierna el acontecer universal.
Pero ¿qué se exige como condición? «Los que le temen», es decir, los que reconocen y confiesan con humildad y confianza su miseria.
Cuando abrimos el Antiguo Testamento, nos detenemos con gusto en la alianza divina que Yahveh selló con Israel. Sabemos cuán frecuentemente Israel violó esta alianza divina. Fue en el desierto. Allí el pueblo había adorado el becerro de oro en lugar de entregarse a Dios, o sea, en la práctica, había violado la alianza.10 El jefe del pueblo, Moisés, oye lo que sucede. Se enciende de ira, toma las tablas de la ley, las tira, se hacen pedazos, se destruyen, y él invoca el castigo de Dios sobre su pueblo. Tres mil hombres tienen que morir. Esto es el Dios justo. Así castiga Dios la violación de la alianza. Pero el mayor castigo consiste en que Yahveh declara: No quiero vivir más en medio de mi pueblo. Entonces, Moisés va, pide y suplica a Yahveh que sea de nuevo bondadoso y misericordioso. Confiesa que el pueblo ha pecado, que ha pecado gravemente, y Yahveh declara de inmediato: Quiero mostrarme a mi pueblo en toda mi belleza. He tocado a mi pueblo, me he inclinado hacia mi pueblo y me apiado de quien quiero. ¿Qué oímos aquí?
¿Qué es la plena belleza de Dios? Dios se inclina hacia la criatura y se apiada de los miserables. Este es su título de honor. Y después agrega: Yo soy el que es fiel, el que es fiel a la alianza y el que es veraz. ¿Qué es, pues, lo que el Padre nos pone a disposición en virtud de la alianza de amor? Nosotros nos hemos puesto a su disposición y él se pone a nuestra disposición, pone a nuestra disposición su amor infinitamente misericordioso. Ese amor es el que él pone a mi disposición, por supuesto, bajo una condición: tengo que confesar y reconocer con sencillez y plena confianza mis debilidades y miserias.
Las antiguas leyendas relatan de un monje que tenía mucho contacto con su ángel custodio, y, como es fácilmente imaginable, una vez, el monje quiso saber, de su ángel custodio, a quién querría más el Padre celestial. Entonces el ángel le dijo: ¡Adivínalo tú mismo! Bien, dijo el monje, pienso que un niño en su floreciente inocencia sería aquel a quien más querría el Padre del cielo. No, le dijo el ángel custodio. Erraste el tiro. De nuevo el monje: Una niña que se deposa por entero con el Salvador para el Padre celestial. Otra vez, la respuesta fue: erraste el tiro. El monje: un mártir, que entrega su vida por el Salvador, por el Padre del cielo. Nuevamente la respuesta: erraste el tiro. Un apóstol, que recorre el mundo entero. Una vez más, la respuesta: erraste el tiro. El monje se encuentra, entonces, desvalido: ¿Quién ha de ser, realmente? El ángel le dice: Ven, que te mostraré algo —por supuesto, lo que les relato es solo una leyenda—. El ángel toma al monje y lo lleva a la cárcel. Un criminal está allí encerrado, llora sus pecados y tiene confianza en la sangre del Salvador. El ángel dice después: Estos son los hombres a quienes más quiere el Padre del cielo. Mi miseria, la miseria reconocida, confiadamente reconocida, es el mayor título que nos da derecho al amor misericordioso del Padre.
Este es el secreto de Schoenstatt, este es mi secreto. Piensen en la fundación, en el Acta de Fundación.11 ¿Con qué lugar se selló la alianza de amor? Ya lo saben: era un pequeño santuario, pero que había sido convertido en trastero. Verdaderamente, algo pequeño, insignificante. ¿Y quiénes fueron los primeros con los que la Santísima Virgen selló la alianza? Una pequeña comunidad, desconocida frente al vasto mundo. Fíjense que hasta el acta de fundación consigna este acontecimiento, este hecho. En ella oímos: «¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!».12
Por eso Schoenstatt ha sostenido siempre: no ha sido nuestra virtud, sino nuestra miseria la que movió a la Santísima Virgen a sellar con nosotros la alianza de amor y a convertirla en alianza de amor con el Padre.
Como ven, por el reconocimiento de esa debilidad y miseria Schoenstatt ha atravesado todas las turbulencias