El Tiempo de la revuelta. Donatella Di CesareЧитать онлайн книгу.
scendere in piazza se traduce con sentido político y social como «salir a la calle», «tomar la calle». La traducción se complica por el hecho de que las plazas mismas, más que las calles, se han convertido en escenarios de revuelta, de encuentro y debate públicos. Por ello se ha ido ajustando la traducción al contexto de cada una de las apariciones de la palabra piazza, bien como «plaza», bien como «calle» [N. del T.].
V. BELLA CIAO. NOTAS DE RESISTENCIA
Resuena en las calles de Beirut, es pronunciada con un ritmo decidido por los combatientes kurdos de Rojava, sigue el viento impetuoso de la revuelta en las ciudades chilenas, resuena en el aeropuerto de Barcelona ocupado por los independentistas, acompaña la protesta de los Fridays for Future, vuelve a las calles y plazas italianas –donde nunca había sido olvidada– para rechazar la ola oscura de la soberanía racista. Pero la historia de su pasado más reciente también es muy condensada. ¿Cómo olvidar el coro unitario que se levantó en Gezi Park? ¿Y la actuación que ofreció la orquesta Nuit debout en la Place de la République como homenaje a los manifestantes que luchaban contra la reforma del mercado laboral?
Canto apátrida, que no puede reclamar ni una patria ni una paternidad, fruto de mezclas sorprendentes y contaminaciones singulares, en el que textos antiguos de trovadores provenzales han acabado yendo de la mano de una melodía klezmer, convertido en canción de la mondine[1] italiana y, al final de la guerra, en canto de los partisanos, Bella ciao es internacional por vocación. Habla de un despertar, que también es una alerta ante un invasor que está a punto de vencer, de la urgencia de responder. Al fondo: la sombra del fascismo. La flor en la tumba es el reconocimiento que rinden los que recordarán a los caídos y seguirán su camino. No es de extrañar que Bella ciao, con su capacidad para cautivar e implicar las almas y movilizarlas en un frente de oposición común, haya cruzado fronteras para convertirse en una elegía de lucha en el mundo globalizado[2]: no solo himno de libertad, sino también notas de resistencia. Y esas notas se cantan cada vez que la situación se vuelve insoportable, cada vez que crece la indignación, se avecina el peligro.
No se trata de obedecer a una obligación externa, sino de satisfacer una necesidad vital. Quien resiste no se rinde, no se entrega. Al contrario, responde, se defiende. Por esta razón la resistencia es sucesiva, posterior, pero no por ello subordinada. Las relaciones de poder son asimétricas, las condiciones desfavorables. Los adversarios son irresistiblemente más fuertes; la Historia parece estar de su lado. A la resistencia están llamados quienes, estando a punto de sucumbir, no permiten que la debilidad acabe reducida a impotencia, que la derrota temporal se traduzca en rendición, que el destino temporal se lea como profecía de un destino.
Se baja la mirada, pero la nuca no se hunde. De hecho, el resistente se vuelve más alerta, casi sospechoso. No desiste, no se resigna. Dice: «¡Ya basta!». No lo proclama triunfalmente, sino en voz baja. Sin embargo, esa llamada es clara. La resistencia es un punto de partida inamovible.
Sin embargo, a partir de ese momento la línea que se sigue no es una línea recta, igual que el choque nunca es frontal –a no ser por necesidad–. Los caminos son sinuosos, curvos, transversales, no por vacilación o demora, sino para sortear obstáculos, evitar trampas y emboscadas. La resistencia es un movimiento que no tiene la verticalidad del levantamiento, ni el semblante abierto de la rebelión, sino la latencia generalizada y anónima de la clandestinidad. El resistente busca refugios, cava túneles, se aventura por criptas y catacumbas. Es un prófugo que habita en el subsuelo, donde se socava el edificio dominante, donde se prepara toda subversión. Se sustenta en la paciencia tenaz, la energía subterránea, la tenaz vigilia de una esperanza que no se rinde.
La resistencia es una táctica oblicua, transversal; avanza por los laterales, trabaja en los flancos. El resistente no se enfrenta al enemigo para infligirle una derrota; más bien se defiende del oponente para empujarle a acabar soltando la presa. Le desarma con sus propias armas, trastoca sus reglas, le desplaza, le desorienta. Intenta así, una y otra vez, recuperar espacio y tiempo para reorganizarse. No quiere la victoria más que como liberación.
Puntual e instantánea, la resistencia juega en el largo plazo. Reactiva, sin embargo no está subordinada a la fuerza a la que resiste. No propone alternativas, pero sí abre posibilidades cuyos contornos ignora. El punto fijo es el de un límite inicial que remite a un más allá, que revela un afuera, un exterior. Los puntos de resistencia son, de hecho, múltiples; sin embargo, corren el riesgo de ser tan pequeños que desaparezcan sin dejar rastro. No es casualidad que a menudo los protagonistas sean anónimos y sus acciones desconocidas. No obstante, precisamente en ese trabajo de filigrana de la resistencia, queda claro que es posible otro mundo. En este sentido la resistencia trasciende ya la mera indignación, el simple rechazo; tiene un corazón desobediente, preludio de la revuelta.
El resistente ha sido considerado un combatiente «irregular» por esa transversalidad suya que le coloca en los márgenes, fuera de la ley. Así, según Carl Schmitt, el partisano, una figura sin precedentes en el panorama político, socava la clásica guerra entre Estados, combatiendo ilegalmente[3]. Su batalla no es, a decir verdad, militar, sino política. El «partisano», como su nombre indica, simpatiza con una de las partes, abraza una causa. Su lucha está marcada por el compromiso político. En nombre de esta lucha, que considera legítima, puede incluso reivindicar una legalidad más allá de los poderes soberanos contra los que lucha. Esto sucedió efectivamente en las guerras de liberación. De ahí las perspectivas opuestas sobre el partisano, considerado por un lado como «bandido» y como «caído por la libertad» –como puede leerse en las lápidas italianas– por otro. A pesar de los intentos de legalizar al partisano, de asimilarlo en la normalidad jurídica, sin comprometer la ley, se mantiene esta fisura, esta brecha abierta, por la que entrarán en el escenario mundial otras figuras más disruptivas.
El partisano sigue siendo un símbolo de una irregularidad que reivindica ser legitimada en ese ámbito político limitado a las fronteras estatales. Esto muestra por qué la resistencia, con sus respuestas, es un recurso creativo para la política.
En el mundo contemporáneo, a partir de las democracias liberales, la política ha perdido valor hasta el punto de dejar de ser percibida como parte constitutiva de la existencia humana. El desinterés por la actualidad, la desafección, el abstencionismo, no son sino signos de un fenómeno más profundo: la existencia política ya no es un destino, en el sentido de que la existencia ya no se siente destinada a la polis. Lo que importa es más bien la salvaguardia y protección como ser vivo de uno mismo, concretamente la inmunización. La política se convierte en necesidad vital solo de forma negativa, es decir, cuando se siente una amenaza. Cada uno mira por sí mismo, se protege a sí mismo.
Se podría ver la resistencia como la otra cara de la inmunización. Aunque proceden de una necesidad defensiva similar, los caminos son diferentes. Quien se inmuniza, cuidándose del riesgo del contacto, de la exposición al otro, se pliega sobre sí mismo, dentro de una barrera inmunitaria, lo más estrecha posible, sostenido por el miedo. El resistente baja la mirada pero aumenta la vigilancia, abriendo caminos cruzados y distintos con respecto al orden gubernamental que ha perdido legitimidad. Por sí mismo incluso atestigua la necesidad de otra justicia. Su energía rebelde es contagiosa, su disposición compartida. Su frente une distintas fuerzas, experiencias, ideas, que, no obstante, una vez superada la adversidad, pueden dispersarse. Aquí radica su valor y su límite.
[1] Mondine (mondina, en singular), es el nombre dado a las temporeras que trabajan en los arrozales en Italia, más concretamente en el descascarillado del arroz. Tiene, pues, un sentido más preciso que «arroceras» (que sería risaiole, en italiano) [N. del T.].
[2] Al éxito ha contribuido la serie de televisión La casa de papel y su distribución en Netflix.
[3] Cfr. C. Schmitt, Teoria del partigiano. Integrazione al concetto del politico, trad. de A. De Martinis, con un ensayo de F. Volpi, Milán, Adelphi, 2005 [ed. cast.: Teoría del partisano: acotación al concepto de lo político, trad. de A. Schmitt de Otero, pról. de J. L. López de Lizaga,