Dolor y política. Marta LamasЧитать онлайн книгу.
como alivianadas, sexys y asertivas, proyectando imágenes de chicas sonrientes y “echadas para adelante” con sus escotes, tacones y uñas decoradas. El entramado de la visibilidad mediática de jóvenes atractivas y sexualizadas se llevó a cabo con el apoyo de la industria de la belleza y la moda. Las jóvenes postfeministas anhelaron ser autosuficientes, ganar dinero para consumir y, también, gustar y ser deseadas. Entre los modelos de feminidad postfeminista que ofrecieron los medios, Madonna encarnó la imagen paradigmática de “empoderamiento”, disfrute y orgullo de ser mujer, con su éxito económico, su confianza en sí misma y su hipersexualización.¹¹ En México Gloria Trevi intentó representar algo similar, con nefastas consecuencias.
El fenómeno postfeminista, muy de clase media urbana en países de Europa y en Estados Unidos, se difunde en clases medias y altas en otras regiones del mundo. En México, me tocó vivirlo a finales de los años noventa, cuando empecé a dar clases en el itam. En ese entonces, un amplio grupo de universitarias de clase media y alta asumía que el feminismo era algo del pasado, aunque disfrutaban de sus “triunfos” (la libertad sexual y el derecho a ser económicamente independientes); las más politizadas hablaban de “empoderamiento” y veían con buenos ojos las acciones afirmativas (como las cuotas en puestos políticos). Incluso entre quienes tomaban mi clase (Género y política) muy pocas se asumían feministas. En ese entonces lamenté, junto con otras colegas, que las jóvenes no se interesaran en el feminismo. Sin embargo, en 2013 me llevé una sorpresa. Una docena de jóvenes (algunas habían sido mis alumnas y seguían estudiando en el itam) me propusieron hacer un grupo de lectura en mi casa para analizar La mística de la feminidad de Betty Friedan, que cumplía ya medio siglo. ¡Qué extraño su interés por leer a la pionera de la Segunda Ola, y además hacerlo por fuera de la currícula académica! En ese momento, incluso en ese sector privilegiado de estudiantes, la postura calificada de postfeminismo era la generalizada y esas chicas eran una rareza. Ellas no se identificaban a sí mismas como postfeministas, sino como feministas, y crearon un grupo feminista en el itam al que nombraron “La Cuarta Ola”. Posteriormente escribirían acerca de su proceso (Meltis et al. 2014), y en ese texto se describen como jóvenes de entre 20 y 25 años, de clase media y alta, estudiantes de relaciones internacionales y ciencia política, provenientes de varios estados de la república y distintos entornos académicos y sociales. Pese a las diferencias por haber estudiado en escuelas católicas o laicas, compartían un común denominador: “el privilegio de una educación privada” (2014:119). Ellas mismas preguntan: “¿Por qué jóvenes formarían un grupo feminista? Parece algo del pasado” (2014:119).
La Cuarta Ola
Sin embargo, ya había un cambio en el aire, y sería precisamente con el epíteto “Cuarta Ola” que en distintas partes del mundo se empezaría a hablar de lo que parecía un resurgimiento feminista. Ya señalé que, en lugar de enmarcar el movimiento feminista a partir de generaciones, la perspectiva de Chamberlain acerca de la temporalidad afectiva da cabida a las cambiantes condiciones de los feminismos, que producen “una colisión de temporalidades que moldean impulsos intensos de acción política” (2017:52). Esto coincide con lo que señalan Goodwin, Jasper y Polleta (2007) en relación con el fenómeno de cómo en los movimientos sociales se dan convergencias de emociones, que sirven para unir voluntades e impulsan el activismo. Un indicio muy citado como inicio de la Cuarta Ola es la “Marcha de las Putas” (Slut Walk) que se llevó a cabo en varios países en 2011. A pesar del nombre, no se trata de una marcha de trabajadoras sexuales sino de todo tipo de mujeres para protestar que se justifique la violencia sexual con el pretexto de la apariencia provocadora de las víctimas. El comentario escandaloso de un policía —“Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual”— encendió en Toronto la indignación de las universitarias y más de tres mil mujeres salieron a la calle en abril de 2011 vestidas como “putas” para expresar que no importa la vestimenta que se use, nada justifica la violencia sexual. Además, se burlaron de la idea de que hay hombres a los que esos atuendos excitan al grado de perder el control. El mensaje fue claro: las agresiones sexuales son responsabilidad de quienes las llevan a cabo y no de las víctimas.¹² Así, la Marcha de las Putas se diseminó a otras ciudades: Montreal, Londres, Matagalpa, Melbourne, Seattle, Los Ángeles, Tegucigalpa, etcétera. En la Ciudad de México se llevó a cabo el domingo 12 de junio de 2011.¹³ Apropiarse del término estigmatizante de puta es una actitud desafiante y liberadora, que marcó un cambio generacional en todo el mundo.
Sería en torno a 2014 que la popularización del feminismo cobraría un ímpetu mediático inaudito, y en muchas partes del mundo “ser feminista” se convertiría en algo valorado entre las chicas más jóvenes. En ese año la onu lanzó, con la joven actriz Emma Watson, su campaña “HeForShe”. Esta campaña, que logró el apoyo de grandes empresas, gobiernos y universidades públicas y privadas, ha sido cuestionada por muchas feministas por alentar a los varones a “apoyar” las demandas feministas de las mujeres, en lugar de plantear la necesidad de que ellos se hagan una autocrítica y cuestionen sus privilegios masculinos. El libro We Should All Be Feminists, que surgió de la charla ted que Chimamanda Ngozi Adichie, una joven escritora nigeriana, dio en diciembre de 2012, se publicó en 2014 y se volvió un bestseller mundial. El mensaje Todas las personas deberíamos ser feministas fue velozmente difundido, y así como el modelo inspirador de Chimamanda impulsó a muchas jóvenes a asumirse como feministas, también alentó a Maria Grazia Chiuri, la primera mujer directora artística de la casa Christian Dior, a incluir en la colección de 2015 una camiseta blanca con la frase de la autora: We Should All Be Feminists. A continuación, la industria de la moda imprimió el término feminista o feminismo en distintas prendas de ropa, a precios mucho más accesibles que los 550 euros de la camiseta de Dior. Posteriormente la propia Chimamanda dio una entrevista respecto a tal comercialización de su título, donde señaló que: “El feminismo todavía es muy polémico y controvertido, y todavía está muy cargado de estereotipos negativos. Una camiseta no va a cambiar el mundo, pero pienso que el cambio ocurre cuando diseminamos ideas” (Bird 2019). Sí, pero como diría Wendy Brown, el capitalismo reconfigura todos los aspectos de la vida, incluso los mensajes feministas, en términos económicos.
Entre 2014 y 2017 un fenómeno inunda los medios de comunicación: celebridades del mundo del entretenimiento y personajes del arte, la cultura y la política proclaman orgullosamente sus identidades feministas. Un caso muy publicitado fue el de Beyoncé¹⁴ por su aparición en el escenario frente a un letrero con letras gigantes iluminadas que decía “feminist”. Al mismo tiempo, algunos libros feministas se vuelven bestsellers y las tradicionales revistas femeninas (moda y belleza) incluyen entrevistas con temas de feminismo. No sólo las mujeres “están de moda” y sus problemas son noticias de primera importancia (la prensa publica reportajes acerca de la desigualdad salarial o el abuso sexual que antes hubieran rechazado), sino que además el feminismo se vuelve cool¹⁵ (atractivo) y, por todas partes, personajes públicos se declaran “feministas”. Rosalind Gill¹⁶ y Shani Orgad (2017) analizan este fenómeno y plantean que ha ocurrido una especie de reformulación (remaking) del feminismo a través de la construcción de una cultura de la seguridad en una misma (confidence) que no sólo exhorta a las chicas y las mujeres a modelarse ellas mismas, sino que también reconfigura las preocupaciones feministas.
Una versión anterior de esta “seguridad en una misma” fue el “empoderamiento”. Desde los años ochenta empezó a circular el mensaje de que si las mujeres nos empoderábamos podríamos cambiar el mundo, en especial, que podríamos convencer a los hombres de transformar las injustas y desiguales relaciones en que todes estamos inmerses. Pronto, la problematización crítica que varias feministas hicieron al término lo resituó dentro de la tendencia empresarial/liberal del feminismo.¹⁷ Las críticas se centraron en si es posible que todas las mujeres (incluyendo a las indígenas, las campesinas, las viejas, las que tienen una discapacidad, etcétera) se “empoderen” o si para lograr tal “empoderamiento” se debe trabajar para una emancipación colectiva. Las conferencias de corte empresarial hablaban de empoderamiento de las mujeres para referirse a la promoción de éstas en altos puestos de trabajo asalariado, de representación política y de gestión pública