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Los reinos en llamas. Sally GreenЧитать онлайн книгу.

Los reinos en llamas - Sally  Green


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en la tienda. Ambrose estaba en pie junto a los mapas, como si los estuviera revisando.

      Sigue siendo tan apuesto.

      Y ahora él se acercó a ella. Tenía una leve cojera.

      ¡Hasta con ese defecto luce atractivo!

      Ambrose se inclinó y mantuvo una corta distancia entre ellos.

      —Su Alteza. Sólo repasaba los planes.

      Pero es un mentiroso terrible.

      —¿Cuánto tiempo llevas recordándolos?

      —La mayor parte de la tarde estuve esperando verla. De hecho, he estado esperando verla durante semanas. Desde la batalla de Campo de Halcones.

      Catherine asintió.

      —Me disculpo que no haya podido visitarte cuando fuiste herido. Acordé con Tzsayn que sólo te vería en situaciones formales. Mi reputación… —Catherine se sonrojó, sin saber qué más decir, y miró hacia la entrada de la tienda.

      —Esto es más formal de lo que estábamos en Donnafon.

      —La mayoría de las cosas son más formales que en Donnafon —la mente de Catherine voló de regreso a las habitaciones que tenía allí, todas las veces que habían logrado estar solos juntos, los besos que habían intercambiado y los abrazos de los que no se cansaba jamás—. Pero las cosas han cambiado desde entonces, Ambrose —dijo con firmeza, aunque todavía sentía atracción por él… algo en su presencia física la atraía. Y ahora fue Catherine la que se acercó.

      —¿Qué ha cambiado? ¿De qué forma?

      El mundo había cambiado, pero al verlo aquí, Catherine todavía sentía una conexión con Ambrose. Era su guardia y su amor. Él había arriesgado su vida por ella muchas veces y la arriesgaría nuevamente. Pero no podía poner eso en palabras y en su lugar se encontró diciendo:

      —Gracias por aceptar dirigir la misión al mundo de los demonios.

      —Es un honor —se acercó a ella—. Pero pregunté qué tanto han cambiado las cosas. ¿Ha cambiado mi señora?

      Sí. No. De pronto, Catherine ya no se sentía tan segura.

      —Soy mayor.

      —¿Y más sabia? ¿Es eso lo que quiere decir?

      —No. No estoy… No estoy segura de lo que quiero decir. No esperaba verte hoy. No estoy segura de qué decir.

      —¿Tiene que ensayar todo lo que va a decir? ¿No puede hablar desde su corazón? ¿Puede decirme algo de lo que está pasando allí dentro? He estado pensando en mi señora todos los días, pero no he hablado con Su Alteza desde antes de la batalla.

      —Eso parece que fue hace mucho, mucho tiempo.

      —Fue hace mucho tiempo, pero siempre pensé en Su Alteza.

      —Adquiriste una cojera.

      —Sí.

      —Te cortaste el cabello.

      —Todos comentan sobre el cabello.

      —Eso es Pitoria para ti.

      —Pero no he cambiado por dentro… ¿Y mi señora?

      —Yo… —Catherine sabía que había cambiado. Definitivamente, sus circunstancias habían cambiado. Pero ¿qué pasaba con sus sentimientos hacia Ambrose?

      Dio otro paso más cerca.

      —Mis sentimientos son los mismos, Catherine. Todavía la amo. ¿Puedo hacerlo?

      Y él se inclinó y besó su mano. Sus labios se sentían suaves y gentiles sobre la piel, su aliento cálido, y la atracción física hacia él era maravillosa…

      Catherine se inclinó hacia su antiguo escolta y murmuró:

      —Sir Ambrose…

      —¡Sir Ambrose! —siseó Tanya.

      Catherine saltó hacia atrás, soltando su mano como si se hubiera quemado.

      —Tanya —dijo Ambrose, poniéndose en pie—. Buenas tardes.

      Tanya posó sus manos en las caderas y miró primero a Ambrose y luego a Catherine.

      —¿Estaban examinando la misión, cierto?

      —En realidad, sí —respondió Ambrose—. La comunicación sin palabras es algo que necesitamos en el mundo de los demonios.

      Y el joven se acercó a Catherine y volvió a levantar su mano, presionó con fuerza los labios contra su piel, permitiéndole sentir su respiración. Luego levantó la cabeza, retiró suavemente su mano de la de ella y abandonó la tienda.

      Catherine lo vio alejarse.

      ¿Qué estarían haciendo ahora si Tanya no hubiera aparecido? ¿Cómo podría ser aquello indebido cuando la sensación era tan maravillosa?

      TASH

      TÚNELES DE LOS DEMONIOS

      Estás viva, tal vez. Aunque también es posible que estés muerta. Lo único que sabes es que todo está negro, silencioso y frío como la piedra.

      El negro es el negro más oscuro. Hay piedra por todas partes, sólo que no puedes verla. Da lo mismo si tus ojos están abiertos o cerrados: es negro.

      El silencio es total.

      Encerrada en una caja, solitaria y silenciosa.

      Pero adentro…

      Es un maldito ruido el que siento dentro de mi cabeza. Maldito ruido, maldito. Y puedo escuchar mi propia respiración, lo que significa que todavía estoy viva, ¿cierto?, pero ésta no es forma de vivir y la voz en mi cabeza es tan ruidosa en ocasiones —COMO AHORA— que creo que me estoy volviendo LOCA, LOCA, LOCA, o que estoy soñando y que voy a despertar, pero nunca despierto, y tal vez esto es sólo el comienzo de la locura y tal vez la locura sea mejor que la muerte. Y ahí es cuando sé con certeza que no estoy loca ni muerta, soy más prisionera de la piedra que un condenado y en verdad, pero en verdad, tengo un frío del demonio. Nadie debería sentir este frío. Frío que se mete en los huesos.

      Aunque he sentido más frío.

      Como en aquella tormenta en la que Gravell y yo estuvimos atrapados por tres días en un hoyo de nieve, acompañados sólo por sus gases para mantenernos calientes. Ciertamente, el lugar no estaba en silencio en ese momento, mientras él soltaba pedos.

      Tash intentó reír, pero las lágrimas ya corrían por su rostro y empezó a sollozar.

      Negro, silencio, o soledad.

      No tengo miedo de morir o de volverme loca, pero no quiero sufrir; deseo que alguien tome mi mano, odio sentir esto. Quiero a Gravell y sus apestosos pedos, tanto, tanto.

      Los demonios la habían dejado allí para que las paredes de piedra se deslizaran sobre ella, atrapándola en este pequeño espacio del tamaño de un ataúd.

      ¿Por qué me hicieron esto?

      Las paredes se habían deslizado hacia ella, pero hacía mucho que habían dejado de moverse. Tash no tenía idea de por qué. No estaba segura de si los demonios querían que muriera o sólo encarcelarla. Se aferró a la esperanza de que no le habían permitido morir… así que tal vez esto fuera un castigo.

      Y tal vez ellos saben que en verdad lo siento mucho y que en verdad nunca más quiero volver a lastimar a un demonio. Y si saben eso, entonces tal vez me dejarán salir.

      Tienen que dejarme salir pronto.

      ¿Me equivoco?

      AMBROSE


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