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Los santos y la enfermedad. Francisco Javier de la Torre DíazЧитать онлайн книгу.

Los santos y la enfermedad - Francisco Javier de la Torre Díaz


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con paciencia. Y lo que espera es la salud del cuerpo, pues a eso se refiere la redención del cuerpo. Lo que aún se espera implica que lo que ahora llamamos salud no es propiamente tal. El hombre no puede considerarse sano mientras sufra el hambre, la sed y el cansancio. Si no les aplica el remedio, esto es, el alimento, la bebida y el sueño respectivamente, esos males le conducen a la muerte. Solo podrá hacerse de salud cuando se pueda vivir sin tales remedios» 107. La enfermedad, por su propia naturaleza, acarrea degeneración 108.

      El pasado remite al momento previo al pecado de Adán en que la salud era plena, aunque no definitiva. El presente se caracteriza por la falta de esa salud plena. La enfermedad radical que arrastra el hombre consigo es la de la mortalidad, que tiene por satélites el hambre, la sed y el cansancio […] el futuro apunta a la salud plena y definitiva 109.

      En síntesis, los textos agustinianos sobre la salud tienen este formato de una curva de arriba abajo y de abajo arriba 110.

      a) Salud

      b) Pecado.

      c) Enfermedad.

      d) Medicación.

      e) Abuso.

      f) Efectos.

      g) Remedio.

      h) Modelo.

      i) Salud.

      En los siervos de Dios que se hallan enfermos, su enfermedad no es natural, fruto del pecado de Adán, sino más bien fruto de ella 111. «La enfermedad natural se supera, aunque de forma provisional, aplicando la medicación también natural del alimento, vestido, descanso» 112. Además, para los síntomas diferentes hay que reclamar tratamientos específicos 113.

      En el capítulo 5 de la Regla hablé además del oficio de enfermero 114, pues, «cuando por razones de salud alguien necesite una dieta especial, no debe solicitarla él mismo, sino otro, encargado a tal efecto» 115. Al mismo tiempo, «el siervo de Dios que no goza de buena salud ha de renunciar a su criterio en cuanto a lo que ha de tomar de la despensa en favor del criterio del enfermero» 116.

      Además es responsabilidad del médico 117 –lo que conlleva aceptar los criterios de los demás 118– decidir si un siervo de Dios que se encuentre débil ha de ir o no a los baños, tanto si el paciente lo rechaza como si lo ansía. Lo mismo es el médico quien va a decidir cuándo existe un dolor sin lesión visible en el cuerpo 119. Por tanto, hay que anteponer el criterio del médico y obedecerle cuanto ordene. «El precepto de obedecer sin murmurar al médico brinda la oportunidad, en un caso, para exponer los efectos negativos de la murmuración, signo de desunión y cuya ausencia es un aspecto del amor, y, en otro, para introducir cuál ha de ser la recta relación con el médico. Haciendo una aplicación para el presente, se ofrece el criterio siempre válido: cuidar la salud» 120.

      Además está fijada una doble directriz. La primera, referida al hecho de la enfermedad: se ha de creer al siervo de Dios que afirma sufrir alguna dolencia; la segunda, referente al tratamiento adecuado: si existe duda respecto de la eficacia del que solicita el paciente, se ha de consultar al médico 121, pues «el médico representa una instancia de objetividad» 122.

      Uno podía asistir a los baños únicamente en bien de la salud. Y esto no para recuperarla, cuando el siervo de Dios está enfermo, sino para robustecerla cuando aún se halla convaleciente. Y por tanto deje en manos de la ciencia médica fijar cuándo ha de tomarse, y sin rechistar a sus prescripciones 123.

      Por tanto, una síntesis de mi propuesta es:

      • una antropología integral de lo físico y lo espiritual;

      • en el aspecto físico, el primer interés está en un cuerpo sano y fuerte, capaz de afrontar la vida normal de la comunidad;

      • la salud del espíritu es importante;

      • la atención a las diferentes condiciones de salud que conllevan diferencias en el trato no se han de convertir en problema social dentro del monasterio 124;

      • las diferencias entre débiles y enfermos y su curación;

      • la importancia del oficio de enfermero;

      • la responsabilidad y la objetividad del médico.

      5. El aspecto espiritual y trascendental

      El tema de la salud, el salus corporis y también el salus animae 125 son importantes dentro de una visión integral de la misma. Además, una buena salud es algo relacionado con la vida eterna y, por este motivo, usé mucho los términos médicos para explicar la salvación espiritual 126. En un sermón dije: «En verdad, quien se desea salud del cuerpo mediante la que no progrese el ánimo, inquilino del cuerpo, desea algo vano» 127. Reflexioné sobre este tema y cómo Dios médico puede curarnos: es que «todas las dolencias y enfermedades que pueda padecer un ser humano son símbolo de las desgracias espirituales y del pecado» 128.

      De hecho, «suponte que te has puesto en manos de un médico y que estás enfermo […] Recién llegado te agradó dar el paso y pedir al médico un trago de vino. No se te prohíbe pedirlo; puede darse que no te haga daño y hasta te convenga tomarlo. No dudes en pedirlo; pídelo sin vacilar; pero, si no lo recibes, no te entristezcas. Si esto se da con el médico corporal, ¿cuánto más con Dios médico, creador y restaurador tanto de tu cuerpo como de tu alma?» 129. Este diagnóstico del médico es un modo de hablar de la función pastoral como un asistente médico. «Los pastores de las comunidades eclesiales no comparten la competencia y el dinamismo del médico divino, como sí es el caso con el poder divino […] donde los pastores locales comparten la dimensión pastoral de Cristo» 130.

      Existe el programa de asistencia médica de Dios, donde Cristo es el médico, la medicina y la salud. «La primera dispensación de nuestro Señor Jesucristo es, pues, medicinal, no judicial, porque, si hubiera venido primero a juzgar, no habría encontrado a nadie a quien pagar los premios de la justicia» 131.

      Y la visión de Cristo es de hombre y Dios también en este tema: «Si dijeses que Cristo es solo Dios, niegas la medicina que te ha sanado; si dijeses que Cristo es solo hombre, niegas la potencia que te ha creado. Por tanto, mantén un alma fiel y corazón católico; cree una y otra, confiesa fielmente una y otra. Cristo es Dios, asimismo Cristo es hombre» 132. Por tanto, «si la medida de la salud se toma de Cristo; si la salud de Cristo se caracteriza por no necesitar nada, cuanto menos se necesite, de más salud se dispone» 133.

      Siempre expresé la importancia de la unidad en nuestras vidas, en la Iglesia y en muchos otros temas, y, por tanto, también identifiqué la salud con la unidad 134, donde «la función mediadora del cuerpo es la unidad en el hombre de cuerpo y alma» 135. «La esencia de la enfermedad [aegritudo], sea física o espiritual, es una ausencia de esa unidad. Hay salud del cuerpo cuando existe un orden equilibrado entre sus partes» 136. Y por eso decía antes que la enfermedad del cuerpo tiene su fuente en la falta de equilibrio y unidad. La vida tiene que estar bien ordenada. «La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente» 137.

      Mas, como suele acontecer al que cayó en manos de un mal médico, que después recela de entregarse en manos del bueno, así me sucedía a mí en lo tocante a la salud de mi alma; porque no pudiendo sanar sino creyendo, por temor a dar en una falsedad rehusaba ser curado, resistiéndome a tu tratamiento, tú que has confeccionado la medicina de la fe y la has esparcido sobre las enfermedades del orbe, dándole tanta autoridad y eficacia 138.

      Al mismo tiempo, en un plano espiritual afirmé con claridad: «Desprecia la salud: tendrás la inmortalidad» 139.


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