El arte de la lectura en tiempos de crisis. Michèle PetitЧитать онлайн книгу.
del pensamiento. Como escriben François Flahault y Nathalie Heinich, “el recién nacido dispone de las bases neurológicas que le permiten convertirse en una persona. Pero la activación de esas posibilidades requiere las interacciones con el adulto que cuida de él”.50 Sólo el desvío por medio del otro le permite poco a poco dar forma y sentido a lo que experimenta, construir un significado y encaminarse hacia el lenguaje verbal.
Estas disciplinas han mostrado que las primeras pelotas que se le envían al niño a su cancha son cruciales: de ellas dependerá, en gran medida, su desarrollo. Todos los grandes especialistas en esta edad han subrayado la importancia que tienen para el despertar sensible, intelectual y estético de los niños los intercambios precoces de la madre (o la persona que la representa) con su bebé. Ellos han insistido en el papel fundamental de esas interacciones que involucran todos los sentidos: el tacto, el olfato, el gusto, el oído, la vista, y que se organizan de manera recurrente en pequeños argumentos.
Winnicott ya había mencionado la “delicadeza de lo que es preverbal, no verbalizado, no verbalizable, si acaso, tal vez, por medio de la poesía”.51 Expresó la importancia de la manera en que se sostiene al niño (el holding), en que se le trata, se le maneja (el handling). Comentó el papel del rostro de la madre, hacia el cual el pequeño gira su mirada para que éste le refleje algo sobre sí mismo, ese rostro que él trata de “leer” para descifrar el humor de la que cuida de él, “igual que cuando escrutamos el cielo para adivinar si va a llover”. La psicoterapia era “un derivado complejo del rostro que refleja lo que está allí para ser visto”. Tal vez la lectura también, pues lo que el niño explora o teme en los libros, es en gran medida ese ser extraño, inquietante, fascinante, que se halla en el centro de él mismo, del que ignora tramos enteros y que algunas veces se descubre, se construye al azar del encuentro con una página; esa lejanía interior, ese lugar, el más íntimo, el más oculto, que sin embargo es el lugar en el que nos abrimos a los otros. Allí se encuentra una gran parte del secreto que buscan los lectores, a veces con tanto frenesí; y que otros, en cambio, se empeñan en evitar.
Los sucesores de Winnicott estudiaron esa exploración del rostro materno a la que se entrega el bebé. Observaron el papel que juega el abrazo táctil, la forma como se sostiene la espalda; ambos son fuentes de la organización de sí mismo.52 Ellos demostraron que la función de referencia e información del lenguaje se desarrollaba sobre la base previa de su alcance afectivo y existencial:53 para entrar en el orden del lenguaje, el niño debe haber experimentado el placer del diálogo, su interés, haber sentido que por medio de él puede tener un efecto sobre el otro, tocarlo.54 Mencionaron la importancia de la voz: la palabra vale en primer lugar por sus modulaciones, su ritmo y su canto.
Ahora se sabe lo valiosos que son para el desarrollo psíquico los momentos en que la madre se entrega junto con su bebé a un uso lúdico, gratuito, poético, del lenguaje, cantándole una cancioncita, diciéndole una rima infantil que mezcla con gestos de ternura sin más fin que el del placer compartido de las sonoridades y las palabras. En todas las culturas del mundo, primero se aprende la música de la lengua, su prosodia, que no se enseña, sino que se transmite. Y así se ponen a disposición de los niños pequeños canciones de cuna, rimas infantiles, rondas, las cuales son ya una forma de literatura.
Por sus repeticiones, sus retornos, parece que la melodía de este lenguaje proporciona una continuidad tranquilizadora, da unidad a las experiencias corporales del niño.55 A partir de sus percepciones, éste deducirá estructuras rítmicas que intervienen en su adquisición del lenguaje. Esta noción de ritmo –presente tal vez desde la vida uterina– es al parecer central en esas interacciones precoces y en la implementación de la psique y del lenguaje.56 Diferentes trabajos han mostrado, en particular, la sensibilidad de los niños a la estructura rítmica de las canciones de cuna, que al parecer es muy similar a la estructura del soneto en la poesía clásica.57
Desde los seis meses empieza a saberse a qué cultura pertenece un bebé ya que poco a poco construye su propia voz apropiándose de las formas sonoras utilizadas por aquellas y aquellos que le hablan. “Es imposible tener una voz si antes no se ha oído hablar a alguien”, escribe Evelio Cabrejo Parra. “Si los otros no nos dieran acceso a la voz, permaneceríamos estancados en el grito, sin poder acceder a nuestro destino de seres de palabra. El bebé oye, capta en las voces que escucha los rasgos acústicos que devolverá en forma de eco cuando produzca sus primeras sílabas bajo la forma de “ta-ta-ta”, “ma- ma-ma”.58 Sin siquiera pensarlo, el adulto entra en el juego del niño y le devuelve a su vez un eco de su producción silábica, reconociendo su actividad psíquica, reactivándola. Mediante este diálogo y mucho antes de que sepa hablar, las reglas de la conversación, que se basan en un intercambio por turnos, también se llenan de significado para el pequeño.
Soñar el mundo al lado del niño
Posteriormente le serán transmitidos cuentos, mitos, es decir, ficción, literatura, una vez más de manera universal, o casi, para nutrir su pensamiento, iniciarlo en la lengua del relato, permitirle enfrentar las grandes preguntas humanas, tanto como sea posible (los misterios de la vida y la muerte, las diferencias entre los sexos, el miedo al abandono, a lo desconocido, el amor, la rivalidad, etc.); y para celebrar la vida cotidiana.
Porque el hacer “como si” es vital, como nos lo recuerdan F. Flahault y N. Heinich: “Si el niño percibe que el adulto que quiere hacer que coma sólo busca alimentarlo (respondiendo a una necesidad utilitaria), reaccionará contra esa actitud manifestando su mala voluntad e incluso negándose a comer”.59 Si la cuchara se vuelve un avión que aterriza en la boca o si el adulto canta, reconoce, más allá de la necesidad, el deseo, y celebra el estar juntos gracias a una especie de alianza natural (eminentemente cultural) entre relación y ficción. Pero es también para simbolizar la ausencia, para pensarse poco a poco como un pequeño sujeto distinto de su madre, que el niño debe tener acceso a “un lenguaje que no se reduce a los nombres de las cosas, y (a) una relación verdadera mediatizada por el ‘hacer como si’ y las ficciones”.60 Diatkine lo decía también: las historias que se le leen al niño antes de dormir le permiten soportar mejor la oscuridad, la separación de sus padres, el miedo a perderlos, y a morir; pero aclaraba: “Sólo una historia ficticia, narrada en una lengua con una estructura totalmente distinta a la del habla relajada de la vida cotidiana parece tener efecto contra esa angustia de la separación”.61
Así pues, en los primeros tiempos de la vida humana, la madre le habla al niño, sueña el mundo al lado de él. Se lo presenta y las miradas se desvían hacia un tercer polo que ella nombrará. Y en todas las culturas del mundo, antes de pronunciar las primeras palabras, los bebés empiezan un día a señalar con el dedo, para alguien que está allí, cerca de ellos. Con ese gesto, el niño aísla un objeto de las cosas que lo rodean, segmenta el mundo y se distancia de él. El adulto nombra entonces lo que fue designado: “el perro”, “el gato”, “el avión”, o esboza un pequeño relato, reconociendo la actividad psíquica del pequeño, dando cuenta de lo que se produjo en él: “Sí, viste pasar un bello pájaro blanco en el cielo”. Los libros ilustrados son en este punto, cabe señalarlo, unos soportes perfectos, que enriquecen esos momentos con las “miradas conjuntas”. Para Laurent Danon-Boileau, es importante dedicar un lugar especial a esos juegos de señalar